LUCA
El sabor metálico de la sangre inundaba mi boca mientras me incorporaba del suelo. El impacto de la explosión me había lanzado contra una pared, pero el dolor físico era insignificante comparado con la angustia que me consumía. Bianca. Su nombre resonaba en mi cabeza como un martillo implacable.
Recuerdo cada segundo con una claridad dolorosa. Estábamos en el restaurante Bella Luna, celebrando el cierre de un acuerdo con los Rossi. Yo había revisado personalmente el perímetro, colocado a mis hombres en posiciones estratégicas, verificado cada entrada y salida. Todo estaba bajo control. O eso creía.
La explosión llegó desde el estacionamiento. Un coche bomba, profesionalmente instalado. La onda expansiva reventó los cristales y nos lanzó al suelo. En medio del caos, mi único pensamiento fue ella.
—¡Bianca! —grité mientras me arrastraba entre escombros y cuerpos.
La encontré inconsciente, con un hilo de sangre descendiendo por su sien. La tomé en brazos, sintiendo cómo mi mundo se