Mundo de ficçãoIniciar sessãoEsposa en la Oscuridad La Heredera Inesperada Carolina Fontes lo pierde todo en un solo golpe: descubre a su esposo siendo infiel con su mejor amiga, firma un divorcio y, sola en una guardia de hospital, pierde el embarazo de casi tres meses que soñaba anunciar como sorpresa. El dolor y el estrés activan un problema visual hereditario que la deja al borde de la ceguera, justo cuando muere su abuelo y la nombra heredera de la cadena Supermercados Fontes. Mientras su ex y su antigua amiga planean volver para reclamar una fortuna que nunca les correspondió, Carolina conoce a Gabriel, un hombre silencioso y noble que la sostiene en su peor noche sin saber quién es ella realmente. Desesperada por proteger su legado, Carolina le propone un matrimonio por contrato, y él acepta incluso firmando un prenupcial que lo deja sin nada. Pero el secreto sale a la luz: Gabriel es hijo de los dueños de la empresa rival. La traición la hiere una vez más. Ella lo saca de su vida sin escucharlo ,se opera corriendo el riesgo de quedarse ciega ella finge quedarse completamente ciega… sin saber que alguien comienza a enviarle mensajes anónimos, guiándola, protegiéndola y ayudándola a descubrir a los que buscan destruirla desde adentro. Mientras los enemigos avanzan creyendo que ella está indefensa, Carolina graba, observa, planea y se prepara para el contraataque. Solo al final descubrirá la verdad más inesperada: El hombre que amó en la oscuridad… siempre fue el mismo que la protegió desde las sombras. Un matrimonio por contrato, una herencia en riesgo y un amor que aprende a ver incluso cuando todo alrededor se apaga.
Ler maisCAPÍTULO 1 — LA TRAICIÓN BRUTAL
Carolina Fontes jamás imaginó que la vida podía desarmarse en un solo parpadeo, como si alguien tomara su mundo —ese que ella había construido a fuerza de trabajo, silencios y renuncias— y lo arrojara contra el piso sin piedad. Ella no era una mujer de lujos ni de estridencias; era la gerente responsable de una sucursal de Supermercados Fontes, esa que todos creían que había alcanzado el puesto por mérito propio sin saber que, detrás de su apellido común, latía una historia que jamás contó. Su abuelo era el dueño del imperio, sí, pero ella siempre eligió el camino difícil, sin favoritismos, sin privilegios, sin promesas heredadas. Prefería la vida simple. El horario de trabajo. El cuidado de su madre —que vivía entre sombras por la baja visión—. Y regresar a la casa donde Mauro, su esposo, debía esperarla con los brazos abiertos. Aquel martes, sin embargo, la rutina dejó de ser su aliada. Salió del trabajo antes de lo habitual con una mezcla de nervios y ternura comprimida en el pecho. Había comprado un sobre color crema y lo llevaba apretado entre las manos, como si temiera que se esfumara si lo soltaba. Dentro estaba la sorpresa que había soñado durante días: estaba embarazada. Casi doce semanas. Un bebé que venía a iluminar lo que ella creía que eran simples distancias de pareja. Imaginó cómo sería el momento: Mauro riendo incrédulo, tomándole el rostro con esas manos que ella conocía de memoria, abrazándola como si no existiera nadie más en el mundo. Tal vez lloraría. Tal vez la levantaría del suelo. Tal vez volverían a encontrarse después de tantos silencios. Pero el destino, cruel como pocos, tenía otros planes. Cuando llegó a la casa, lo primero que le llamó la atención fue la puerta entreabierta. No era habitual. Mauro era obsesivo con los seguros, las llaves, los ruidos. El silencio también estaba extraño… demasiado espeso, demasiado quieto, demasiado artificial. Apenas entró, un perfume ajeno le golpeó la nariz: dulce, empalagoso, el mismo que Sandy Méndez usaba desde el liceo. Un escalofrío le bajó por la espalda. —¿Mauro? —llamó, con una voz que ya temblaba sin entender por qué. No hubo respuesta. Dejó las llaves temblándole en la mano y empezó a caminar hacia el dormitorio, sintiendo cómo el corazón le latía en la garganta. El sobre se arrugó bajo la presión de sus dedos. Cada paso era una punzada en las costillas. Y cuando empujó la puerta… el universo entero se le quebró en la mirada. Allí estaba Mauro. Semi desnudo. Y sobre él, moviéndose con un descaro que le dio náuseas, estaba Sandy, su mejor amiga, la hermana que la vida le había regalado sin sangre de por medio. Las risas ahogadas, los gemidos, la piel contra piel… todo se silenció de golpe. La habitación parecía congelada en un instante grotesco. Carolina sintió que el piso se hundía debajo de sus pies. Sandy se detuvo. Giró apenas el rostro. Sus ojos la reconocieron y, en vez de vergüenza, mostraron una chispa torva de miedo mezclado con desafío, como si supiera que ese momento podía destruirlo todo… pero ya había elegido su lado. Mauro, pálido hasta la raíz del alma, la miró como si ella fuera la intrusa. —Carolina… —balbuceó, tironeando torpemente una sábana para cubrirse—. Esto no… esto no es lo que parece. Ella apoyó la mano en el marco de la puerta para no desplomarse. —Explicame... —susurró, con la garganta cerrada—. Explicame qué es lo que estoy viendo. Sandy bajó la mirada, aunque no hizo el más mínimo gesto por cubrirse. Ese detalle fue más cruel que la escena misma. Mauro, lejos de arrepentirse, chasqueó la lengua con fastidio, como si el problema fuera que Carolina había llegado demasiado temprano. —Carolina, por favor —bufó, pasándose una mano por el pelo—. Hace meses que estás insoportable. Siempre ocupada con tu madre, siempre cansada, siempre al borde del llanto… ¿Qué querías que hiciera? Soy un hombre, necesito sentirme querido también. El aire se volvió espeso. Carolina sintió que el pecho le ardía, como si un hierro caliente se lo clavara por dentro. —¿Me estás culpando? —preguntó, con un temblor que no pudo ocultar. —¡No empecemos! —explotó Mauro—. No sos la víctima acá. Fuiste vos la que se alejó. Yo necesitaba… necesitaba atención, contención. Algo que vos ya no me dabas. Las palabras se clavaron como cuchillos. El sobre, con el sueño más puro que había tenido en años, se resbaló de sus dedos y cayó al piso con un sonido apagado. Sandy lo vio inmediatamente. Sus ojos se agrandaron apenas. Se inclinó sutilmente hacia Mauro para impedir que él lo alcanzara, poniendo un brazo en el camino mientras sonreía con esa sonrisa falsa que siempre usaba cuando mentía. —No lo toques —susurró ella, casi inaudible, apretando los dientes. Mauro, sin entender, hizo un amague de agacharse, pero ella lo frenó con el brazo extendido, clavándole la mano en el pecho como si quisiera cubrir un secreto. Carolina miró la escena y sintió que algo dentro suyo se desgarraba con violencia. Se inclinó lentamente, con los dedos temblorosos, y recogió el sobre. Lo apretó contra su pecho como si quisiera proteger lo que ya estaba perdido. Mauro chasqueó la lengua con desprecio. —Mirá, no hagamos más escenas —dijo, cruzándose de brazos—. Las cosas se desgastaron. Vos ya no sos la misma. Yo… yo quiero el divorcio. Hoy. Sandy respiró hondo, triunfante, como si la decisión ya estuviera tomada hace tiempo. Carolina levantó la mirada. Sus ojos brillaban, no de lágrimas, sino de un dolor tan profundo que parecía no caber en su cuerpo. —¿Y Sandy…? —preguntó, con una calma que la rompía por dentro—. ¿Qué es ella para vos? ¿Tu consuelo? ¿Tu excusa? Sandy abrió la boca para responder, pero Mauro la interrumpió con un gesto irritado. —¡Basta, Carolina! No armemos este circo. A veces las parejas se terminan. Mejor separarnos ahora que seguir fingiendo. Firmamos los papeles y listo. Ella dio dos pasos hacia atrás. Sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Una presión en el vientre la hizo doblarse levemente, pero Mauro no lo notó. Ni se acercó. Ni preguntó si estaba bien. —Perfecto —murmuró Carolina, con la voz hecha añicos—. Querés el divorcio… lo vas a tener. Mauro soltó un suspiro de alivio. Ni un atisbo de culpa. Ni un mínimo temblor. Carolina salió de la habitación, caminando como si su cuerpo fuera una cáscara vacía. No miró atrás. No dijo nada más. Cuando la puerta de la casa se cerró detrás de ella, el silencio se volvió un océano oscuro. En la vereda, sus piernas se aflojaron. Se apoyó contra la pared, sintiendo el mundo girar a su alrededor. El estómago se le contrajo en un espasmo seco, violento. Una gota fría de sudor le recorrió la espalda. La visión se nubló. Una sombra oscura se extendió por el borde de su campo visual, como si algo estuviera apagándose desde adentro. —Por favor… —susurró, llevándose una mano al vientre—. No ahora… por favor… El sobre en su mano se arrugó aún más. El secreto que pensaba convertir en alegría se transformaba en un dolor insoportable. Sola. En la calle. Con el cuerpo temblando y el corazón roto. Sin saber que ese instante —ese segundo espantoso— no era el final. Era el comienzo de la oscuridad.CAPÍTULO 7 — EL DÍA QUE MAURO SE ENTERAMauro Suárez jamás imaginó que el karma tuviera tan buena puntería.Hasta ese día, él creía haber ganado.Creía haber salido ileso, cómodo, victorioso.Se había separado de “una mujer común”, como él mismo decía cuando hablaba de Carolina con Sandy entre risas y caricias a escondidas.Una esposa aburrida, sacrificada, sin apellido rimbombante, sin contactos, sin fortuna.Una carga, según él.Había firmado el divorcio sin leer, convencido de que ella se iría con las manos vacías, tal como se lo había anunciado a Sandy:“Se va con lo puesto, vas a ver, yo me quedo con todo.”Pero Mauro siempre fue bueno mintiéndose a sí mismo.Ese mediodía, mientras almorzaba en el barcito de la esquina con Sandy —ella revolviendo una ensalada sin ganas y él mordiéndose la lengua por las cuotas impagas del auto que manejaba todavía y tenía que vender—, vio algo en el televisor del local que lo dejó inmóvil.El zócalo rojo de un noticiero.Una foto en grande.El ap
CAPÍTULO 6 — LA HEREDERA INESPERADAEl edificio del estudio jurídico imponía respeto desde la vereda. Mármol en las paredes, vidrio brillante en la entrada y un silencio que no parecía de la ciudad, sino de otro mundo. Tomé aire antes de entrar, sosteniendo a mamá del brazo. Ella, con su vestido azul y el pañuelo que le acomodé en el cuello, parecía más serena que yo.—Tranquila, Caro —susurró—. No hay herencias más grandes que las que se llevan en el corazón.Asentí, aunque el estómago me ardía. Sabía que lo que me esperaba iba a cambiarlo todo.Dentro, el aire olía a café caro y papel de fotocopias. La recepcionista levantó la vista con una sonrisa profesional.—¿Apellido?—Fontes —respondí, y la palabra me raspó la garganta.—Sala Vera, segundo piso. Ya están todos.La palabra “todos” me golpeó como un recordatorio cruel.“Todos” eran ellos: la familia que nunca me consideró parte de nada.Conocía de vista a algunos parientes, otros eran sombras de fotos de cumpleaños donde mamá si
CAPÍTULO 5 — EL DÍA EN QUE TODO MUERE Y TODO EMPIEZAPasaron semanas.Luego meses.La vida, lejos de darle tregua, la arrastró como una corriente fría capaz de empujar incluso a quienes ya están de rodillas.Carolina volvió al trabajo antes de lo que cualquier médico hubiera recomendado.El gerente regional la miraba con esa lástima incómoda que duele más que las palabras, los empleados evitaban preguntar, y ella caminaba entre góndolas como un fantasma con uniforme: con el corazón hecho polvo, pero con la obligación de seguir funcionando.La muerte del bebé seguía alojada en su pecho como un agujero negro.A veces se tocaba el vientre sin darse cuenta.A veces despertaba buscando un latido que ya no existía.A veces el recuerdo la golpeaba tan de repente que tenía que apoyarse en un estante, fingiendo mareo para que nadie notara la tormenta.Pero siempre seguía.Porque no había otra cosa que pudiera hacer.Una tarde, después del turno, pasó por el hospital donde su abuelo llevaba sem
CAPÍTULO 4 — EL INICIO DE LA OSCURIDADLa primera sensación que tuvo Carolina al volver en sí fue el frío.Un frío lento, espeso, que parecía nacerle desde el pecho y expandirse por todo el cuerpo como un manto de hielo.No sabía dónde estaba.No sabía cuánto tiempo había pasado.Lo único que sabía era que algo dentro de ella ya no estaba.Un sonido suave, casi imperceptible, marcaba el ritmo de un monitor cardíaco.Las luces del hospital parecían demasiado brillantes… o quizás eran sus ojos los que no podían sostenerlas.Parpadeó varias veces, desconcertada, porque algo estaba diferente.Los contornos que veía siempre nítidos ahora parecían disolverse, como si estuvieran flotando en agua.—Carolina… ¿me escuchás? —La voz del médico llegó amortiguada, como si estuviera hablando desde otra habitación.Ella quiso responder, pero la garganta se le cerró en un nudo de dolor y miedo.—Tranquila —continuó él—. Estás a salvo. Ya pasó lo más urgente.Carolina respiró lentamente.No quería pre
CAPÍTULO 3 — LA PÉRDIDA DEL BEBÉNunca un silencio había sido tan violento como el que envolvía la oficina del abogado cuando Mauro estampó su firma sin leer una sola línea, convencido de que estaba resolviendo un trámite sencillo, un divorcio exprés que él mismo había exigido con la soberbia de quien cree que merece algo mejor.Sostenía la lapicera con una seguridad irritante, como si nada de lo ocurrido el día anterior le hubiera perforado ni un centímetro del ego; como si haber traicionado a su esposa con la mejor amiga de ella fuera apenas un tropiezo menor.Carolina lo observaba desde el otro lado de la mesa, inmóvil, con el estómago revuelto y el corazón hundido en el pecho. Le dolía incluso la forma en que él respiraba: rápida, impaciente, ansiosa por sacársela de encima.No había gestos de culpa.No había disculpas.No había humanidad.Solo desprecio.—¿Ya está? —preguntó Mauro sin levantar la vista—. ¿Dónde más firmo?El abogado de los Fontes apenas disimuló una sonrisa seca.
CAPÍTULO 2 — EL DIVORCIO EN SHOCKEl cuerpo de Carolina todavía temblaba cuando logró llegar al departamento de su madre para asegurarse de que estuviera bien antes de hacer lo que tenía que hacer. Necesitaba verla, oír su voz calma, sentir esa presencia que siempre había sido su refugio. Pero no podía romperse ahí. No frente a ella. No frente a la mujer que vivía entre sombras y aun así había sido luz toda la vida.—¿Te quedás a cenar, hija? —preguntó su madre, con esa dulzura cansada de quien está acostumbrada a caminar con cuidado entre penumbras.Carolina tragó saliva y la abrazó más fuerte de lo necesario, como si ese apretón pudiera sostenerla por dentro.—No, má… hoy no puedo. Tengo… cosas que resolver.No dijo más.No podía.Si abría la boca para contar lo que había visto, sabía que iba a desmoronarse.Y desmoronarse, ahora, era un lujo que no podía permitirse.Cuando salió del edificio, el aire frío le golpeó la cara como una advertencia.Siguió caminando con pasos duros, cas
Último capítulo