Mundo ficciónIniciar sesiónElla soñaba con un cuento de hadas. Él convirtió su sueño en un contrato despiadado. Olívia Bittencourt era administradora en la empresa de ingeniería de su padre. Romántica y dedicada, siempre había soñado con formar una familia… y creía haber encontrado ese futuro junto a su novio. La noche en que decidió entregarse, fue drogada por el propio hombre en quien confiaba — que planeaba “vender” su virginidad a su jefe a cambio de un ascenso. Pero un cambio de suites lo alteró todo: Olívia terminó en los brazos de un CEO frío, adicto a las mujeres, que no creía en el amor ni en los finales felices. De aquella noche prohibida nació un embarazo inesperado. Desesperada por salvar a su hermano de las garras de los prestamistas y proteger a su padre, con el corazón frágil, Olívia utilizó la tarjeta que le habían dejado aquella noche para pagar la deuda… y acabó cayendo directamente en manos de Liam Holt. Él necesitaba casarse y tener un hijo legítimo para heredar la fortuna de su abuelo y mantener su imperio; ella no tenía alternativa. Presionada, aceptó un matrimonio por contrato de un año, fingiendo ser la esposa perfecta de un multimillonario. Entre odio, deseo y secretos, Olívia descubrió que era imposible fingir para siempre… y que aquel contrato podía ser su prisión o el camino hacia un gran amor.
Leer másIncluso después de una mañana intensa en la empresa, Olívia Bittencourt se sentía radiante.
Aquel día lluvioso, su corazón latía a otro ritmo. Era el tercer aniversario de su relación con Peter Salvatore. Tres años creyendo que, por fin, había encontrado al hombre indicado. Al salir de la empresa, se dirigió directamente al spa. Necesitaba estar perfecta, porque algo dentro de ella le decía que viviría una noche inolvidable. Recostada en el sillón reclinable, Olívia se dejaba envolver por el toque delicado de la esteticista, que masajeaba su rostro con movimientos circulares. El celular vibró por tercera vez sobre la encimera. Tomó el aparato y sonrió al ver el nombre en la pantalla. — Amiga, perdóname por no atender antes — dijo, con voz ligera —. Estaba recibiendo un masaje facial. — ¡Uy, esta noche promete! — respondió Camila. — No aguanto la ansiedad y, para colmo, empezó a llover fuerte. Todavía falta el maquillaje — dijo Olívia, mirando la pared de vidrio del lugar —. Creo que nunca estuve tan nerviosa en mi vida. Del otro lado, Camila respondió: — ¿Nerviosa por qué, mujer? Vas a celebrar tres años con el hombre más increíble de Dallas. Si sigues así, te va a dar una crisis y, en vez de ir a la cena, vas a terminar en el hospital. Olívia suspiró, observando su reflejo en el espejo: la piel clara y luminosa, los ojos azules brillando de expectativa, y el cabello negro cayendo suelto hasta la cintura. — Toca madera. Vamos, amiga, son tres años… Y hoy algo dentro de mí me dice que me va a pedir matrimonio — hizo una breve pausa —. Y decidí que… voy a entregarme a él. Sé que esperé demasiado y que para muchos soy anticuada, pero ahora siento que estoy lista. Y espero que sea todo romántico. Hubo silencio al otro lado de la línea. — ¡GUAAU! Por fin, amiga — respondió Camila —. No sé cómo Peter, ese pedazo de pecado, aguantó tanto tiempo sin sexo. Olívia sonrió, nerviosa. — Esperó porque me ama y desde el principio supo que yo quería que fuera especial, sin presión. Amiga, una relación no se resume solo al sexo. — Lo sé — respondió Camila rápido —. Pero seamos sinceras: los hombres piensan con la cabeza de abajo. Quieren una mujer siempre lista, moviéndose para ellos. La maquilladora interrumpió con suavidad: — Cariño, necesito que uses auriculares o pongas el altavoz, ¿sí? — Amiga, voy a colgar — dijo Olívia sonriendo —. Olvidé los auriculares en casa y ya empezaste a decir tonterías. ¡Deséame suerte! — Suerte… y lánzate sin miedo — respondió Camila con una risa suave —. A veces la vida recompensa a quien sabe esperar. — Ojalá — rió Olívia, acomodándose un mechón de cabello que caía sobre su hombro —. Hoy… quiero que todo salga bien. — Va a salir — respondió Camila de inmediato —. ¡Besos! Cuando colgó, el silencio volvió a dominar el ambiente. Al cabo de un rato, la maquilladora terminó su trabajo. Olívia se puso una lencería de encaje rojo que había elegido a propósito, atrevida y delicada al mismo tiempo. Encima, deslizó el vestido rosa perlado que abrazaba sus curvas con sofisticación, marcando la cintura fina y las caderas elegantes. Calzó sandalias de tacón nude, se colocó los pendientes y volvió a mirarse en el espejo. — Guapa, esta noche promete — dijo la maquilladora, guiñándole un ojo con picardía —. Entrégate sin freno a tu hombre. Dentro de Olívia, una sola frase se repetía, terca y silenciosa: “Hoy mi vida va a cambiar.” El restaurante del hotel de lujo exhalaba exclusividad. Las mesas estaban decoradas con arreglos de flores blancas y velas encendidas; el sonido lejano de un piano envolvía el ambiente con serenidad. Peter ya la esperaba: traje negro impecable, cabello rubio peinado hacia atrás, sonrisa de seductor. A cualquier mirada externa, parecía un hombre enamorado. En cuanto Olívia entró, todas las miradas se volvieron hacia ella. Peter se levantó de inmediato, como quien exhibe una conquista. — Estás deslumbrante, amor — dijo, besándole la mano. — Tú estás elegante, como siempre — respondió ella, sonriendo con ternura. El camarero sirvió vino. Peter levantó la copa primero, con voz firme: — Por nuestro amor. Olívia, con los ojos humedecidos por la emoción, añadió: — ¡Que sea eterno! El vino bajó suave, calentándole la garganta. Pero antes de que pudiera saborear el momento, el celular de Peter vibró sobre la mesa. El sonido de la notificación rompió por un segundo la atmósfera “romántica”. Él tomó el teléfono rápidamente. La pantalla se iluminó y apareció el mensaje con letras claras: “Ya voy camino al hotel. Hoy vas a satisfacer mi adicción por mujeres vírgenes.” Peter bloqueó la pantalla de inmediato. Su sonrisa no cambió, como si nada hubiera ocurrido. — ¿Es algo importante? — preguntó Olívia, preocupada. Él posó la mano sobre la de ella. — Nada es más importante que estar aquí, ahora, contigo. El corazón de Olívia se aceleró. Le creyó. La cena continuó. Peter, sin embargo, parecía más interesado en mantener el ritmo de las copas de vino. — ¿Y el proceso de selección para el nuevo cargo, amor? — preguntó Olívia. — Estoy esforzándome al máximo; no he hecho otra cosa que pensar en eso — respondió él, volviendo a llenar la copa con insistencia. — Ya superé mi límite de alcohol esta noche… amor — murmuró ella, dudando. — Es una celebración, vida. No me hagas este desaire — dijo él, con una sonrisa casi imperativa. Ella rió, rendida. — Si hago el ridículo, será culpa tuya. Poco después, Olívia fue al baño. Peter acercó discretamente la copa de ella. Con mucho cuidado, adulteró la bebida. Movió el líquido suavemente, asegurándose de que nada llamara la atención. Luego se recostó en la silla, con una sonrisa satisfecha en los labios. Cuando Olívia regresó, volvió a sentarse, sonriente. — ¿Por dónde íbamos? — preguntó, alzando la copa. Con cada sorbo, su visión se volvía más borrosa. El piano sonaba distante. Olívia se sentía liviana, entregada a la ilusión. — Sabes, amor… — murmuró, apoyando la barbilla en la mano, con la voz arrastrada por el alcohol —. Hoy vamos a hacer el amor. Él fingió sorpresa. — ¿Estás segura? Olívia respiró hondo, intentando mantener la lucidez. — Quiero que me recorras entera, amor. Los ojos de él brillaron. — No te imaginas cuánto he esperado por esto — dijo, acariciándole la mano. Ella sostuvo su mirada por unos segundos, aunque los párpados le pesaban. — Hoy tú… vas a descubrir el camino — dijo, completamente fuera de sí —… de mi tesoro escondido. Peter mantuvo su sonrisa ensayada. — Claro, mi ángel. Brindemos por eso. Olívia intentó reír, pero la cabeza le daba vueltas. — Hace demasiado calor aquí… Apaga mi fuego, Peter — susurró. — Tranquila, amor — dijo él, pasando los dedos por su rostro como quien ofrece consuelo —. En un rato, vamos a continuar la celebración en otro lugar. Al final de la cena, la condujo hasta la recepción. Olívia apenas podía caminar en línea recta, apoyándose en su brazo. Estaba completamente ebria, fuera de sí. — Reserva a nombre de Peter Salvatore — dijo a la recepcionista. La joven empleada, nerviosa por el movimiento intenso de aquella noche — ya que muchos huéspedes habían preferido no viajar bajo la lluvia fuerte — tecleó rápido. Sin darse cuenta, intercambió el número de la suite 1240 por la 1204. Entregó la tarjeta magnética con una sonrisa apresurada. Peter agradeció y, mientras llevaba a Olívia hacia el ascensor, sacó el celular discretamente. — La estoy llevando a la habitación ahora — susurró. Del otro lado de la línea, una voz femenina respondió, provocadora: — ¿Vas a tardar, tigre? — No. La dejo en la suite y voy directo contigo, mi delicia — sonrió, victorioso —. El jefe por fin va a tener lo que siempre quiso: una noche con mi novia. Mi ascenso está garantizado. Olívia reía sola, sin sentido. — Amor… — balbuceó —. Estoy… mojada. — Y soltó una carcajada, perdida en el delirio. El pasillo de la suite de lujo estaba en silencio. Peter abrió la puerta, la acomodó en la cama y la cubrió con sábanas blancas. — Tengo una sorpresa, amor. Deja la luz apagada. Vuelvo enseguida — susurró. Olívia rió fuerte. Minutos después, la puerta se abrió despacio. Un hombre entró borracho. Caminaba tambaleándose, con la respiración pesada. — ¿Dónde m****a está la luz?Olívia lo miró en silencio, con las manos temblorosas sobre la toalla. El corazón le latía desbocado, pero el rostro empezó a endurecerse. Tragó saliva, absorbiendo cada palabra como si fuera una sentencia. La mirada, antes ardiente, se volvió más oscura, comprendiendo la dimensión de la frialdad de él.—Eres un monstruo, Liam… —murmuró, con la voz baja pero firme, los ojos humedecidos—. No tienes principios, no tienes alma. Tratas a las personas como si fueran objetos desechables.Él se recostó lentamente en el sillón, se acomodó con calma y cruzó las piernas, la mirada fría clavada en ella. Por un instante solo se oyó la respiración de ambos. Luego, la voz de él llegó baja y medida, cada frase cargada de veneno contenido.—Hablas tanto de principios, Olívia… —hizo una pausa, los ojos recorriéndole el rostro—. Quieres crearle a Bárbara la fama de amante, cuando era mi novia mucho antes de que yo tuviera la desgracia de cruzarte en mi camino. Pero quien estaba a los besos, el día de n
Liam estaba sentado en el sillón del cuarto de Olívia. El cuerpo inclinado hacia adelante, los codos apoyados en los muslos, las manos entrelazadas cubriéndole parcialmente la boca. La mirada clavada en la alfombra parecía atravesarla. El zumbido de sus propios pensamientos era tan fuerte que parecía físico. Cuando oyó la voz de ella, alzó los ojos despacio, como quien regresa de muy lejos.—¿Por qué agrediste a Bárbara?Los ojos de Olívia se entrecerraron. La respiración se volvió corta; incredulidad y dolor se mezclaban en la misma mirada.—¿De verdad me estás preguntando eso? —la voz salió indignada, un poco temblorosa—. Creo que la pregunta debería ser: “¿estás bien?”. Al fin y al cabo, estoy embarazada y ella me provocó hasta el límite.Él la observó en silencio. Olívia se dio la vuelta y caminó hasta la puerta. Giró la manija con un gesto firme y la abrió de par en par, intentando imponerse control al propio cuerpo.—No tenemos nada que hablar. Ahora puedes retirarte, por favor.
En el elegante silencio de un hotel de lujo, Liam estaba tendido, tratando de controlar la respiración después de horas de excesos. A su lado, la acompañante estiró el cuerpo y se acercó, buscando un lugar sobre su pecho.—Vaya… hoy estabas demasiado tenso —comentó en un tono ligero, inclinándose sobre él—. ¿Quieres dormir un poco, bebé, o prefieres hablar? —murmuró, acercando el rostro, con los labios a un suspiro de los suyos—. Una acompañante puede ser una excelente psicóloga, ¿sabías?Liam mantuvo la mirada fija en el techo, la expresión fría y distante. Cuando ella se acercó más, él alzó la mano y le tocó los labios, frenando su avance.—¿Cuándo abrí mi vida a una acompañante o autoricé un beso? —dijo, con la voz baja pero firme, sin una pizca de emoción—. Nunca dormí con una ni besé a nadie en la boca. Y tú ya te estás apegando… lo que significa que es hora de cambiar.La mujer alzó las cejas, se mordió el labio un segundo. Luego se recompuso, tratando de mantener el tono seduct
La habitación estaba en silencio cuando Olívia abrió los ojos. Había dormido apenas dos horas, pero parecía haber atravesado una noche entera. El vestido rasgado seguía en el suelo, un recordatorio de todo lo que había pasado. Le dolía la cabeza por tanto llorar.Unos golpes suaves en la puerta interrumpieron sus pensamientos.—Señora… le traje su refrigerio —dijo una voz femenina del otro lado.Olívia parpadeó, somnolienta.—Solo un minuto, por favor… —murmuró, levantándose despacio.Sintió que el edredón se deslizaba de su cuerpo. Se detuvo, confundida.—¿Cómo llegó este edredón hasta aquí? —susurró para sí.Fue al vestidor, tomó una bata y se la puso. Respiró hondo y abrió la puerta.La empleada entró con una bandeja y la colocó sobre la mesita del dormitorio.—Aquí tiene, señora —dijo con delicadeza.—Muchas gracias… pero yo no lo pedí —respondió Olívia, con la voz aún ronca de sueño.—El señor Liam ordenó que se lo trajéramos. Vine antes, pero la señora no respondió —explicó la e
Olívia dejó caer la tela al suelo, cerró los ojos y respiró hondo. El vestido, hecho jirones, parecía un símbolo de lo que sentía por dentro.Aún con la respiración agitada, salió del baño y volvió al dormitorio vestida solo con lencería. La piel erizada por el frío del aire acondicionado contrastaba con el calor de las lágrimas que no dejaban de caer.Se tendió en la enorme cama, que le pareció un desierto. Se abrazó a sí misma como si pudiera protegerse. El llanto empezó suave y luego se volvió más intenso, con sollozos que sacudían sus hombros. Lloró hasta perder la noción del tiempo, hasta no poder más. Cuando por fin el sueño la venció, los ojos hinchados y la respiración entrecortada fueron los únicos testigos de su dolor silencioso.En la habitación principal de la mansión, se desarrollaba otra escena. Bárbara reía a carcajadas, sentada sobre la cama king size, con las piernas cruzadas y la bata de seda abierta en un descuido calculado. El sonido de su risa recorría el pasillo.
Olívia se detuvo en medio del vestíbulo. El mármol frío bajo sus pies contrastaba con el calor que le subía por el cuerpo. Alzó la mirada hacia la imponente escalera, intentando comprender la escena que se desarrollaba ante ella.Desde lo alto de los escalones, una mujer descendía despacio. La bata de seda blanca parecía deslizarse junto a su cuerpo. La sonrisa insinuante en los labios tenía algo ensayado. Cada paso era un golpe.A Olívia se le cortó la respiración. El corazón le latía con fuerza.Bárbara llegó al último escalón y, sin dudarlo, se lanzó a los brazos de Liam. El gesto íntimo cortó el aire. Se apoyó en su pecho y lo besó suavemente, como si Olívia fuera apenas una sombra en un rincón del vestíbulo.—Llegaste tarde, amor… —murmuró ella—. Estaba echando de menos a mi moreno hermoso.Liam, frío, respondió sin mirar a Olívia.—Qué bueno que llegaste, Bárbara.El estómago de Olívia se revolvió. No sabía si temblaba de rabia o de vergüenza. Respiró hondo para no estallar.Bár





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