Mundo ficciónIniciar sesiónLía Morgan tiene apenas diecinueve años, pero la vida le ha quitado más de lo que alguna vez le dio. Huérfana desde los dos, fue criada por su abuela Evelyn, la única familia que le queda. Ahora, esa mujer que la sostuvo toda su vida está al borde de la muerte, necesitando una cirugía imposible de pagar. Su trabajo como bailarina en un antro de mala muerte apenas le alcanza para sobrevivir y cuando el señor Blake, su jefe, la despide injustamente, Lía se queda sin opciones… hasta que aparece él. Un hombre alto, de porte dominante, con cabello rubio y ojos dorados que parecen ver más allá de su alma: Adrik Volkov. Su propuesta es simple y brutal: Una noche a cambio de una suma de dinero capaz de salvar la vida de Evelyn. Lía lo rechaza, humillada, pero la desesperación pronto aplasta cualquier orgullo. Una noche, un trato y una promesa de olvidar. Pero el destino no cumple promesas, porque en su interior y después de esa noche crece la semilla de aquel desconocido cuyo nombre ni siquiera sabe y cuando Adrik Volkov regrese para reclamar lo que considera suyo, Lía descubrirá que aquel hombre no solo es su perdición… sino el líder de una de las mafias más temidas de Europa.
Leer más―¿Familiares de la señora Evelyn Morgan? ―El doctor paseó la vista por la sala de espera hasta que una joven con una taza de café en mano, castaña oscura, de rostro angelical y unos enormes ojos celestes, se acercó a él―. ¿Está usted sola? ―Frunció el ceño, buscando a alguien más.
―Es mi abuela y, sí, lo estoy—. La voz suave y temblorosa de la muchacha lo hizo suspirar. ―¿No hay alguien que sea mayor?—. Lía, acostumbrada a que la cuestionaran y la vieran como algo frágil, negó con calma. ―Tengo la mayoría de edad. Soy lo único que mi abuela tiene, y lo único que tengo yo es a ella ―dijo con firmeza, aunque su corazón se encogía―. Así que, por favor, dígame qué está pasando con mi abuela. Lo resistiré—. Casi en contra de su voluntad, el médico le indicó que lo siguiera hasta su despacho. Lía Morgan, una joven sensible e inocente que la vida había obligado a madurar demasiado pronto, caminó tras él con el alma hecha un nudo. Su corazón latía con fuerza, como si presintiera lo peor. Rogaba a Dios que todo estuviera bien con su yaya. No podía imaginar un mundo sin la mujer que la había criado con tanto amor. ―¿Está bien? ―preguntó ella con un hilo de voz. ―Su abuela tiene una afección cardíaca llamada ateroesclerosis ―comenzó el doctor con tono grave―. Es la acumulación de grasas y colesterol en las arterias, lo que impide que la sangre fluya correctamente. Lía no escuchó nada más. Solo podía oír un zumbido ensordecedor dentro de su cabeza. “¿Su corazón?”, era lo único que se repetía, una y otra vez. ―¿Se siente bien? ―preguntó el médico al verla pálida. Ella asintió, aunque no sabía por qué. No había procesado ni una palabra. ―¿Q-Qué se puede hacer para que se recupere? ―balbuceó. El hombre le tendió una carpeta. ―En un caso tan avanzado, lo recomendable es una cirugía a corazón abierto para eliminar la placa. Lía sintió cómo las lágrimas quemaban detrás de sus párpados. ―¿Cuánto cuesta? ―preguntó con voz apenas audible. ―Cuarenta y cinco mil euros. El mundo se le vino abajo. Ni trabajando mil años lograría reunir esa cantidad. ―De acuerdo ―susurró―. Ella se quedará aquí, ¿cierto? ―Sí, la mantendremos cómoda y vigilada hasta el momento de la cirugía ―le aseguró el médico―. No se preocupe, solemos dar tiempo. ―Muchas gracias, doctor. ―Lía intentó sonreír―. ¿Puedo verla antes de marcharme? ―Por supuesto. La acompañaré a su habitación. Subieron al quinto piso, donde estaban los pacientes internados. Lía sonrió al verla, viva, despierta, y hablando con su habitual desparpajo. ―¡Yaya! ―exclamó al verla entre los enfermos―. ¿Qué haces con los pacientes? La mujer, de espíritu libre y ojos chispeantes, se encogió de hombros. ―Echándoles la suerte ―respondió con naturalidad―. Aquí más de uno morirá, pero al menos sabrán si dejarán herencia. Lía suspiró, sin poder creerlo. Su abuela, siempre gitana de corazón, seguía viendo el mundo con magia incluso desde una cama de hospital. ―Por favor, yaya, vuelve a tu cama y sé buena. ―Suspiró mientras recogía las cartas desperdigadas―. Quédate quieta, te lo suplico. La anciana tomó las manos de su nieta y la miró con ternura. ―Pronto todas esas preocupaciones desaparecerán, mi niña. Renacerás como una mujer fuerte y poderosa. ―Sonrió―. Hazme caso, Lía, el amor llegará a ti. Un encuentro lo cambiará todo. ―Ay, yaya, no digas esas cosas, no pienso enamorarme nunca. Nadie será como el abuelo. ―Tu abuelo fue único, pero el destino siempre guarda sorpresas ―respondió la anciana con un brillo misterioso en la mirada. Lía besó su frente con cariño. ―Debo irme a trabajar. En cuanto termine el turno, vendré a verte, ¿sí? Descansa. ―Prométeme que serás feliz cuando yo no esté ―pidió Evelyn, con voz suave pero firme―. Que lucharás por tus sueños. Lía tragó saliva. ―Lo prometo… pero tú vas a estar bien. ―Le sonrió con ternura―. Te veré mañana. ―Y trae desayuno, que aquí matan de hambre ―gruñó la mujer, provocando que Lía soltara una risa nerviosa. Se despidió entre disculpas a los pacientes, mientras su abuela ofrecía leerles las cartas por veinte euros. ―Venga, ¡aprovechen! ―decía Evelyn animada―. Les diré si vivirán para cobrar el seguro. Lía sonrió al verla. Esa era su abuela: impredecible, libre y mágica. Ya en la calle, la noche caía fría y silenciosa. Lía levantó la mano. ―Taxi. No tenía mucho dinero, pero no podía llegar tarde al trabajo. En el escenario encontraba un escape, un instante de libertad donde los problemas desaparecían. Durante el trayecto, el conductor la miró por el espejo. ―¿Está bien, señorita?—, Ella no respondió. Sus pensamientos eran un ruido constante, una tormenta que no le dejaba oír nada más. ―Señorita… ―insistió el hombre―. ¡Ya llegamos! Lía se sobresaltó. ―Lo siento ―respondió avergonzada, pagando la tarifa con una sonrisa amable. ―No debería andar tan distraída ―le advirtió el hombre―. No todos son buenos por aquí. Ella asintió y bajó del coche. El bullicio del local la recibió como una ola caliente y densa. Las luces, el humo, los gritos… Todo era parte de su rutina. ―¡Lía! ―la voz autoritaria de su jefa, la señora Blake, la hizo girar―. Ha llegado un cliente muy importante. Lía suspiró. Para ella, todos los clientes eran “importantes” siempre que tuvieran dinero. ―Quiero que uses el conjunto más provocador y estés lista para salir al escenario. No tardes. Mientras se preparaba, las demás chicas cuchicheaban emocionadas. ―Dicen que es el dueño de media Sicilia ―comentó una. ―Y que es peligrosamente atractivo ―añadió otra―. ¡Imaginen que se fijara en una de nosotras! ―Yo escuché que es un demonio en la cama ―rió una tercera―. Que ninguna mujer sale caminando igual después de estar con él. ―Pero paga bien, y eso lo vale todo ―intervino otra, encogiéndose de hombros―. Yo aceptaría sin dudarlo. ¿Y tú, Lía? ―No creo que el sexo con dolor valga la pena ―respondió ella con calma. ―Claro, si eres virgen y no sabes nada ―se burló la chica―. Rechazas a todos los hombres. Lía prefirió no responder y se dirigió al despacho de su jefa y tocó la puerta. ―¿Señora, puedo hablar con usted? ―preguntó con timidez. Al abrirla, no se percató del hombre que estaba dentro. Alto, imponente, con cabello rubio y ojos dorados. La observó en silencio. La señora Blake se disculpó con él y salió del despacho, molesta. ―¿Qué quieres ahora? Estoy ocupada. ―Necesito un favor. ―Lía bajó la mirada―. Mi abuela necesita una cirugía, y no tengo cómo pagarla. Quería saber si podría prestarme cuarenta y cinco mil euros… ―¡¿Qué?! ―se rió con sorna―. ¿Tú estás loca? ―Le pagaré cada centavo, no importa cuántos años trabaje. La mujer arqueó una ceja con malicia. ―¿Dispuesta a hacer algo más que bailar? El señor Johnson sigue pidiendo una sesión privada contigo. Lía apretó los puños. Sabía lo que eso significaba. ―Podría conseguir otro trabajo aparte de este, y… ―Vete ―la interrumpió bruscamente―. No me sirves de nada. ―Pero… por favor… ―He dicho que te largues. Mis otras chicas valen por mil. Los ojos de Lía se llenaron de lágrimas. ―Si me despide, no tendré cómo… ―¿No dijiste que buscarías otro trabajo? ―se burló―. Pues hazlo. Lía salió corriendo, con el alma rota. Se cubrió con una gabardina y salió del local, llorando bajo las luces frías de la calle. ¿Cómo podría reunir ese dinero? ¿Cómo salvaría a Evelyn? ―Señorita ―una voz masculina y grave la hizo detenerse. Frente a ella estaba un hombre alto, de cabello oscuro y mirada peligrosa. ―Necesito hacerle una propuesta. ―Lo siento, ya no trabajo aquí, y no tengo sexo con clientes ―lo cortó de inmediato, limpiándose las lágrimas―. No me interesa. El hombre no se movió. ―Espere. ―La tomó del brazo, con firmeza provocando que se tensara. ―¡Suélteme! ―exclamó asustada. ―Cien mil euros en efectivo… si acepta ver a mi jefe. Lía lo miró, atónita y su respiración se detuvo por un instante.Lía, por primera vez, mostró en su gesto una preocupación auténtica por el bebé. Aquello le alteró por completo el pecho a Adrik. ¿Realmente ella amaba a ese niño? Se puso de pie sin quitar la vista de sus ojos y, con un movimiento suave que casi le pareció propio de otro hombre, besó su frente y le acarició el cabello. Ese gesto rompió a Lía. Empezó a llorar y a negar, consumida por la culpa. ¿Cómo había sido tan cruel como para decirle a su propio hijo que lo deseaba fuera de su vientre solo para herir a un hombre? Ahora todo le parecía un horror y quería desaparecer. —No llores, gitana —murmuró Adrik con voz sorprendida—. Nuestro hijo está bien, igual que tú. Lía lo miró entre sollozos. —¿No lo perdí? —preguntó, temblando. —No —negó él, con el alivio rompiendo su máscara. ―Gracias a Dios. —Se llevó la mano al vientre como si tocando el lugar pudiera confirmar que todo estaba bien—. Fui muy tonta… Lo siento, cariño. Lo siento. —Cerró los ojos con fuerza. La culpa la devoraba.
Lía, conforme escuchaba a su amiga, abrió sus hermosos ojos hasta el límite. Giró la cabeza lentamente, como si una fuerza invisible la obligara, para mirar al hombre detrás de ella, lista para ver en su rostro alguna sonrisa burlona por las absurdas cosas que decía Chely. Sin embargo, lo que encontró fue un gesto inexpresivo, sereno… demasiado cómodo con lo que había escuchado. —¡El padre de mi hijo es un mafioso! —chilló Lía, llevándose ambas manos a la cabeza, enloqueciendo por completo al caer en cuenta—. Oh, por Dios… Oh, por Dios… ¡Chely! —¡Nos va a matar! —gritó su amiga, que también perdió la razón por un instante—. ¡Te embarazaste del mismísimo diablo! ¡Y yo vine sola a su guarida! —Oh, Dios... Oh, Dios… ¡un mafioso! Ambas se agarraron de las manos y corrieron hacia la puerta. Adrik y Nikolai solo las observaron con el rostro desencajado. Parecían dos locas escapando de un manicomio. Las chicas abrieron la puerta y gritaron aún más fuerte al ver a dos hombres enfrente…
―Lía, ¿eres tú? ―Chely se sintió revivir―. ¿Dónde habías estado? Todos están preocupados por ti. Has faltado al hospital. Fui a tu piso y no te vi. Hela estaba hambrienta y sucia. ¿Cómo pudiste dejarla sola tanto tiempo? ¡¿Qué está pasando?! ―¡Chely, necesito que me escuches! ―le habló con firmeza, ya que no le permitía decir media palabra―. Estoy en el hotel Paradiso… ―Señorita, cuelgue la llamada. ―Uno de los hombres entró a la habitación y corrió hacia ella. ―Ven a la suite, por favor. Ven rápido. ―El hombre arrancó el cable y la miró asustado. Sabía que moriría por ese error―. Llamé a la policía. Vendrán para acá ―lo amenazó, pero él no se preocupó. ―Quiero que se comuniquen con el jefe. Ha sucedido algo. ―No dejó de mirarla. ¿Por qué no entró antes? Se llamó tonto. Ahora estaba sentenciado a muerte. Ella logró poner a alguien en sobre aviso. Lía fue encerrada en la habitación. La mujer que se suponía que debía cuidar de ella fue despedida y el hombre que dio la mala noticia
―¡Carajøs! ―Adrik, quien había disparado a la frente del hombre justo cuando ella se asomó, corrió en su dirección para tranquilizarla. Lía lo miró aterrada. Estaba en shock total. Jamás había visto algo tan fuerte en su vida, así que, sin ser consciente, corrió lejos de él en cuanto lo vio acercarse. No podía siquiera respirar. La imagen se repetía una y otra vez. Además, el fuerte sonido del disparo parecía haberla dejado sorda. ―No. ―Nokalai lo detuvo. Ahora no podía dejar lo que estaba haciendo a medias y ya era riesgoso que uno de sus socios supiera de la existencia de Lía―. Ella no podrá ir lejos. Debe terminar y no darle motivos para que hable de lo que ha visto. Adrik lo sabía. Deseaba mantenerla oculta hasta que supiera todo, pero ya eso no se podía. ―Lamento eso. ―Los miró con seriedad. ―Tranquilo, eso les pasa a las putas que meten sus narices donde no deben. ―No le tomó importancia, pero sus palabras cabrearon fuertemente a Adrik. Nikolai lo miró para que no reaccion
Atada, enjaulada y vigilada a toda hora. Así estaba Lía, después de rechazar la propuesta de Adrik Volkov y amenazar con hacerse daño para perder al bebé y conseguir su libertad. La culpa la golpeó casi al instante; no por él, sino por ese pequeño ser que no tenía culpa alguna de los pecados de su padre, pero el miedo y la desesperación podían volver cruel incluso al alma más dulce. Adrik despertó con un suspiro. La había castigado: debía dormir a su lado y aunque dormía profundamente, lo hacía atada, sin forma de atacarlo ni de huir. Cuando él abrió los ojos y la miró, notó que ella ya lo observaba, con ese odio que se había ganado con creces. —Buenos días, gitana —murmuró con una media sonrisa que buscaba provocarla. —¿Cómo puede alguien tan atractivo ser tan repugnante? —escupió ella. La sonrisa se le borró al instante, esa mujer era pura dinamita—. ¿Puedes desatarme? Me estoy meando —añadió con descaro. —Discúlpate primero —ordenó, con voz áspera. Le gustaba su carácter, pero
Esa voz grave, la mirada apacible pero dominante y el porte imponente del hombre alteraron los latidos de Lía. Sus piernas se volvieron de algodón y su respiración se entrecortó. Algo en ella colapsó; su razón se desvaneció entre miedo, desconcierto y un extraño presentimiento.¿Debería correr? ¿Alegrarse? ¿Temer por su vida? ¿Resignarse?Antes de entender su propia reacción, mordió la pierna del hombre y corrió desesperada por el mismo camino por donde había entrado el auto. Era absurdo, lo sabía, pero el pánico le nublaba el juicio. El enorme portón que había visto cerrarse tras el coche parecía ahora un muro imposible de atravesar. ¿Qué estaba haciendo?—Iremos por ella, jefe… —dijo una voz detrás.—Nadie la toca —gruñó Adrik Volkov, tan profundo que el eco pareció retumbar en las paredes—. ¡Gitana! —bramó con tal fuerza que Lía sintió vibrar la tierra bajo sus pies—. Te harás daño. Por favor, para.Ella, que ya intentaba trepar el muro, lo señaló con desesperación.—¿Por qué me ha
Último capítulo