Mundo de ficçãoIniciar sessãoFui vendida al mejor postor. En una subasta donde la dignidad tenía precio, mi destino quedó sellado por la mano equivocada. Nunca imaginé que el hombre que levantó la paleta para comprarme sería él… el mismo que años atrás estaba destinado a ser mi esposo, el hombre que juró protegerme, y que ahora pertenece al mundo más peligroso de todos: la mafia. Nicolás Rinaldi no me reconoció. Para él, yo solo era una mujer más, una compra que satisfaría un capricho. Pero yo sí sabía quién era él. Sabía que su apellido estaba manchado con la misma sangre que destruyó a mi familia. Y que detrás de su mirada fría y su voz de acero, se escondía un pasado que nos unía… y nos condenaba. Me convirtió en su amante. Me ató a su cama, a su nombre, a su venganza. Y aunque prometí odiarlo, cada beso, cada roce, me arrastraba más hacia un deseo que no podía controlar. Entre el amor y la venganza, solo uno sobrevivirá. Porque en su mundo, amar… también puede ser una sentencia de muerte.
Ler maisRECUERDOS DOLOROSOS.
El restaurante “La Terraza” rebosaba de luz y murmullos elegantes. Entre las risas y el aroma del vino, Carmen avanzó con paso firme, ignorando al mesero que intentaba detenerla. Sabía que Daniel estaba allí. Sabía que le había mentido.Sus tacones resonaron contra el mármol hasta que lo vio, en una mesa junto al ventanal. No estaba solo.
Una mujer, desconocida, perfectamente maquillada, le acariciaba la mano mientras él reía con esa sonrisa que antes le pertenecía.Carmen se detuvo apenas un segundo. La rabia reemplazó el temblor.
Se acercó sin avisar, y cuando habló, su voz fue tan fría que hasta los cubiertos dejaron de sonar.—¿Así que esta era tu reunión “tan importante”? —preguntó, cruzando los brazos.
Daniel se giró de golpe.
—Carmen… puedo explicarlo.—¿Explicarlo? —rió con incredulidad—. ¿Qué vas a explicarme, Daniel? ¿Que la junta de negocios se celebra entre copas de vino y besos ajenos?
La mujer soltó una carcajada suave.
—No te pongas melodramática, cariño. —Su tono era venenoso—. No es mi culpa si no pudiste mantenerlo interesado.Carmen la miró con desprecio.
—No me llames cariño. No tienes ni idea de lo que esa palabra significa.Daniel intentó zafarse del agarre de la mujer, que lo sostenía por el brazo.
—Suéltame, Laura. —Su voz era baja, incómoda.—¿Por qué? —replicó ella, desafiante—. ¿Aún te preocupa lo que piense tu ex?
—Ex —repitió Carmen, con una sonrisa amarga—. Qué rápido aprendes los términos, Laura. ¿Eso te dijo él o lo descubriste entre beso y beso?
Laura la miró de arriba abajo con burla.
—No fue tan difícil. Solo tuve que ser lo que tú nunca fuiste: suficiente.Daniel golpeó la mesa.
—¡Ya basta las dos!—No, Daniel —dijo Carmen, con la voz temblorosa pero firme—. Tú no vas a callarme esta vez. Siempre te escuché, siempre te creí. Pero hoy te miro, y solo veo a un cobarde escondido detrás de una sonrisa barata.
Él bajó la mirada, sin palabras.
—Espero que al menos valga la pena —añadió ella, señalando a Laura—. Porque perdiste a alguien que te amó incluso cuando no lo merecías.
Carmen tomó su bolso, lo miró una última vez y, sin derramar una lágrima, añadió:
—Disfruten su cena. Yo ya perdí el apetito… y a ti también.Salió del restaurante bajo las miradas curiosas. Afuera, el viento frío la golpeó, pero ella sonrió con amargura.
No iba a llorar. No más.FIN DEL RECUERDOCarmen caminaba de un lado a otro por su habitación, incapaz de detener el torbellino de pensamientos que le oprimía el pecho. Cada paso resonaba como un eco del engaño que había presenciado días atrás.
Aún podía verlos: las manos de Daniel recorriendo el rostro de otra mujer. El recuerdo era un veneno que no dejaba de arderle por dentro.Se dejó caer sobre la cama, agotada, con el corazón hecho trizas. Una lágrima silenciosa se deslizó por su mejilla, cayendo sobre la almohada.
Por primera vez en mucho tiempo, no intentó contener el llanto. Solo cerró los ojos, deseando que el sueño la arrastrara lejos de todo, aunque fuera por un instante. —Eres mi esposa futura, todo mi corazón te pertenece. —Querido, yo también te amo —dijo, porque era lo que se suponía que debía decir. .En lugar de abrazarla, él la empujó. Carmen despertó con el corazón acelerado. Solo había sido un sueño, pero tan real que aún sentía el vértigo. Las sábanas estaban húmedas de sudor. —Carmen, hora de levantarse. Su padre estaba en la puerta. Hoy era el baile de máscaras. —¿Ya es la hora? —preguntó, aunque sabía perfectamente qué día era. Lo había estado posponiendo mentalmente durante semanas. —Tu primera aparición oficial en sociedad —dijo su padre—. Nicolás Montero estará allí. Nicolás Montero. Su prometido desde hacía un año. Un hombre que sus padres habían elegido cuando ella tenía diecinueve años y creía que el amor funcionaba como en los libros. Su representante había ido el mes pasado a ultimar los detalles, como si se tratara de un acuerdo comercial más que de una unión. Carmen se levantó despacio. El sueño aún la tenía alterada. ¿Casualidad que soñara con una traición justo antes de conocer al hombre con quien supuestamente pasaría el resto de su vida? —Hija, sé que sigues triste por lo sucedido con tu exnovio —dijo su padre. —No te preocupes, papá. Eso fue hace tiempo —respondió ella, intentando sonar despreocupada—. Aunque no voy a negarte que me dolió. Intentaré aceptar a este prometido. Laura llega poco después, trayendo consigo su energía contagiosa, su risa fácil y ese brillo de complicidad en los ojos. —Dios, Carmen, luces espectacular. Si Daniel te viera, se arrastraría para volver contigo. —Que lo intente —le respondo, intentando sonar mordaz—. Así podré escupirle en la cara de una vez por todas. Laura ríe y me rodea con el brazo. —Hoy no pienses en él. Hoy es para ti, para que brilles. Prométeme que te vas a divertir, aunque sea un poco. —Lo intentaré —respondo, aunque no estoy segura de poder cumplirlo. El salón del hotel es un espectáculo de luces doradas, cristales y música envolvente. El aire está impregnado de perfumes caros y murmullos excitados. Todo parece irreal, como si hubiera entrado en un cuento donde nada desagradable puede suceder. Laura y yo nos mezclamos entre la multitud, ella saludando y bromeando con todo el mundo; yo, refugiándome en la barra, pido una copa y observo el desfile de máscaras y sonrisas. No pasa mucho antes de que los vea. Daniel, impecable en su traje oscuro, caminando con altivez. A su lado, mi prima Andrea, envuelta en un vestido rojo que parece gritar su triunfo. Caminan tomados del brazo, perfectamente coreografiados, como si el dolor que han causado fuera solo un rumor lejano. El corazón me da un vuelco, pero me obligo a mantenerme erguida. Andrea, por supuesto, me ve enseguida. Su sonrisa es afilada, como la hoja de un cuchillo. Se acerca, arrastrando a Daniel con ella. —Vaya, prima, no esperaba verte aquí —finge sorpresa, pero su satisfacción es evidente—. ¿Viniste sola? —Vine con una amiga —respondo fría, esforzándome por mantener la compostura. Se inclina hacia mí, su voz venenosa: —Qué triste. ¿Todavía no superas que Daniel prefiriera a alguien más…? Laura, indignada, da un paso al frente, pero la sujeto del brazo. No pienso darle el placer de verme perder el control. —Disfruta mientras dure —le espeto, con un filo en la voz que me sorprende—. Tú sabes tan bien como yo que Daniel nunca fue fiel. Por un breve instante, su máscara de seguridad se resquebraja. Pero enseguida recupera la compostura. —Al menos ahora es mío oficialmente. Tú solo fuiste un ensayo, Carmen. El golpe de sus palabras me deja sin aire. Siento que la copa tiembla en mi mano. Justo cuando creo que voy a desplomarme, una voz grave y desconocida corta la tensión: —Curioso. Creí que este era un lugar para celebrar, no para peleas de colegio. Levanto la vista y lo veo. Un hombre alto, traje impecable, máscara negra que cubre la mitad de su rostro. Sus ojos, oscuros e intensos, me observan con una mezcla de simpatía y desafío. Su sola presencia hace que Daniel titubee y retroceda un paso, incómodo. —¿Y tú quién eres? —espeta Andrea, molesta, sin perder la arrogancia. El hombre sonríe con una calma peligrosa. —Solo alguien que odia ver a una dama siendo atacada. Hay mil maneras de ser felices; la crueldad nunca es una de ellas. Su voz es firme, cortante. Me sorprende la seguridad con la que me defiende, como si mi dolor fuera asunto suyo. Daniel, avergonzado, intenta arrastrar a Andrea lejos. Ella me lanza una última mirada llena de veneno antes de dejarse llevar. Sigo temblando, aferrada a mi copa. El hombre misterioso se inclina hacia mí, su voz ahora solo para mis oídos. —No deberías dejar que te hagan pasar por esto —dice en voz baja, casi un susurro. Por un instante, siento que detrás de esa máscara hay alguien que ve más de lo que muestra. Me tiende la mano, y aunque todavía no lo sé, esa mirada está a punto de cambiar mi vida para siempre. —¿Me permites invitarte a bailar? —pregunta, y en su tono hay una promesa de algo nuevo, algo que no tiene nada que ver con Daniel ni con el pasado. Titubeo, pero finalmente me dejo llevar. Al poner mi mano en la suya, siento que el abismo se vuelve un poco menos oscuro. Quizás, solo quizás, esta noche sea el primer paso hacia la libertad. ¿Quién será este hombre misterioso que ha erizado mi piel con solo un toque? ¿Por qué sabía su apellido?El supervisor entró al sótano acompañado de varios hombres armados. Las luces se encendieron de golpe, iluminando los rostros cansados y asustados de las chicas que llevaban días encerradas.Su mirada fría recorrió el grupo como si estuviera eligiendo ganado.—Esas —dijo señalando con un bastón corto—. Las de allí. Llévenselas al otro edificio.Entre ellas estaba Carmen, quien había dejado de llorar hacía horas. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que la secuestraron; solo recordaba el engaño, el viaje, los gritos y la oscuridad.Las llevaron a una mansión desconocida, donde las recibió un grupo de mujeres que olían a perfume caro y miedo disimulado. Les peinaron el cabello; a alguna le pintaron el cabello, incluyendo a Carmen; las maquillaron y les vistieron con vestidos elegantes, tan ajustados que apenas podían respirar.Después, les sirvieron una cena abundante: carnes, frutas, vino y pan fresco. Nadie tenía hambre, pero el olor era tan tentador que muchas comieron sin pensa
El sonido de la lluvia se había vuelto una constante en su vida, como si el cielo llorara por ella.Carmen salió del hospital con los ojos enrojecidos, las manos temblando y el corazón roto en mil pedazos. No recordaba bien cómo llegó hasta la calle, solo que sus pasos la llevaron a la acera y levantó una mano.Un taxi se detuvo con un chirrido.—A la calle Los Robles, número 214 —dijo con voz débil.El conductor la miró por el espejo, notando el temblor en su voz, pero no preguntó nada.Durante el trayecto, Carmen abrazó su bolso contra el pecho, sintiendo que el mundo se le venía abajo. Afuera, las luces de la ciudad pasaban borrosas, como un sueño roto.Cuando el auto se detuvo frente a la antigua casona familiar, ya la noche había caído por completo. La fachada se veía más oscura de lo habitual, y solo una tenue luz provenía del interior. Pagó al conductor, bajó sin mirar atrás y empujó la puerta.En cuanto entró, el silencio la envolvió.Solo el tic-tac del reloj en el pasillo ac
—¿Qué sucede? —preguntó Carmen, notando la tensión que lo envolvía.Nicolás se volvió apenas.—Nada… asuntos de trabajo.Contestó. Su voz se volvió fría, contenida.—¿Ahora? No, dije que esta noche no…Pausa.El silencio del otro lado pareció helarlo.—¿Qué? ¿Estás seguro?Otro silencio. Luego, un suspiro pesado.—De acuerdo, voy para allá.Colgó. Su mirada buscó la de Carmen, y por un instante pareció debatirse entre quedarse o irse.—¿Pasa algo malo? —preguntó ella, acercándose.—Nada de que debas preocuparte —respondió con una media sonrisa—. Pero tengo que irme.Carmen sintió un pinchazo de decepción.—¿Así termina la noche? —intentó bromear, aunque su voz tembló un poco.Él se inclinó y la besó con suavidad.—No quería que terminara.Se miraron por unos segundos que parecieron eternos.—¿Volveré a verte? —preguntó ella, en un hilo de voz.Él sonrió, tocándole el rostro con los dedos.—Claro que sí. Te lo prometo.Y sin decir más, se colocó el saco, tomó sus llaves y salió.El eco
—¿Cómo sabe mi apellido? —preguntó. Su voz sonó más aguda de lo que pretendía.Él inclinó la cabeza, como si la pregunta lo divirtiera.—¿No es obvio?Y entonces los vio.Dos anillos idénticos en su mano. Los mismos que habían llegado a casa hacía un mes con el representante del duque. Los que su padre había guardado cuidadosamente en el escritorio mientras discutía “los términos del compromiso”.—Nicolás —susurró Carmen.—Finalmente —dijo él, quitándose la máscara—. Pensé que nunca lo adivinaría.Su rostro era exactamente como lo había imaginado… y completamente diferente al mismo tiempo. Atractivo, sí, pero había algo más en sus facciones: una intensidad que le despertaba un recuerdo lejano que no lograba ubicar.Por un instante, el mundo pareció detenerse. Carmen seguía mirándolo, intentando procesar lo que acababa de descubrir, cuando un murmullo creciente se extendió entre los invitados. No tuvo tiempo de reaccionar antes de que una risa familiar helara el aire.—Vaya, vaya… pare
RECUERDOS DOLOROSOS.El restaurante “La Terraza” rebosaba de luz y murmullos elegantes. Entre las risas y el aroma del vino, Carmen avanzó con paso firme, ignorando al mesero que intentaba detenerla.Sabía que Daniel estaba allí. Sabía que le había mentido.Sus tacones resonaron contra el mármol hasta que lo vio, en una mesa junto al ventanal. No estaba solo.Una mujer, desconocida, perfectamente maquillada, le acariciaba la mano mientras él reía con esa sonrisa que antes le pertenecía.Carmen se detuvo apenas un segundo. La rabia reemplazó el temblor.Se acercó sin avisar, y cuando habló, su voz fue tan fría que hasta los cubiertos dejaron de sonar.—¿Así que esta era tu reunión “tan importante”? —preguntó, cruzando los brazos.Daniel se giró de golpe.—Carmen… puedo explicarlo.—¿Explicarlo? —rió con incredulidad—. ¿Qué vas a explicarme, Daniel? ¿Que la junta de negocios se celebra entre copas de vino y besos ajenos?La mujer soltó una carcajada suave.—No te pongas melodramática, c





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