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5 — EL DÍA EN QUE TODO MUERE Y TODO EMPIEZA

CAPÍTULO 5 — EL DÍA EN QUE TODO MUERE Y TODO EMPIEZA

Pasaron semanas.

Luego meses.

La vida, lejos de darle tregua, la arrastró como una corriente fría capaz de empujar incluso a quienes ya están de rodillas.

Carolina volvió al trabajo antes de lo que cualquier médico hubiera recomendado.

El gerente regional la miraba con esa lástima incómoda que duele más que las palabras, los empleados evitaban preguntar, y ella caminaba entre góndolas como un fantasma con uniforme: con el corazón hecho polvo, pero con la obligación de seguir funcionando.

La muerte del bebé seguía alojada en su pecho como un agujero negro.

A veces se tocaba el vientre sin darse cuenta.

A veces despertaba buscando un latido que ya no existía.

A veces el recuerdo la golpeaba tan de repente que tenía que apoyarse en un estante, fingiendo mareo para que nadie notara la tormenta.

Pero siempre seguía.

Porque no había otra cosa que pudiera hacer.

Una tarde, después del turno, pasó por el hospital donde su abuelo llevaba semanas internado.

Él la esperaba aunque nunca lo dijera.

Se sentaba a su lado, le contaba tonterías del supermercado, de la lluvia que amenazaba, de un cliente que se quejó porque no había harina.

Él la escuchaba como quien se aferra a un pedacito de vida.

—Me gusta escucharte, Carito —decía siempre—. Me hacés sentir vivo.

Carolina sonreía, aunque por dentro estaba sufriendo.

Nunca le contó sobre Mauro, ni sobre Sandy, ni sobre el bebé que ya no estaba, ni sobre la operación riesgosa que podría dejarla ciega.

No quería cargarlo con más dolor.

Bastante había sufrido ya.

El glaucoma avanzaba en silencio.

Sombras,contornos que se deshacían como tinta en el agua.

Pero ella seguía poniéndose las gotas y respirando hondo.

La oscuridad la estaba cercando.

Y aun así, seguía.

El día que el divorcio con Mauro se hizo efectivo llegó en un correo electrónico frío.

Un archivo.

Dos nombres.

Una fecha.

Un sello.

Carolina lo abrió con un temblor que no pudo esconder.

Firmado.

Sellado.

Irrevocable.

—Listo —susurró—. Se terminó.

Pero el universo no había terminado con ella.

El teléfono sonó.

Era el abogado Vera.

—Carolina… necesito que vengas al hospital. Es urgente.

El hospital ese día olía a despedidas.

Mientras caminaba por el pasillo, sentía que sus pasos resonaban demasiado fuerte, como si el eco quisiera recordarle que ya nada sería igual.

Subió la escalera como si cada escalón pesara toneladas.

Recordaba cuando su abuelo le hablaba del puerto, de barcos, de mares lejanos que nunca conoció pero amaba igual.

—¿Dónde está? —preguntó ahogada.

—Carolina Fontes —dijo una enfermera—. La habitación 314.

Ese número quedó clavado en su pecho.

El doctor la miró con esa expresión que ella ya había visto antes.

—Lo siento, Carolina. Su abuelo falleció hace unos minutos. Su corazón… no resistió.

El suelo desapareció bajo sus pies.

Entró a la habitación.

Él estaba allí.

Quieto,en paz.

Y entonces sí, lloró.

Lloró como si algo dentro suyo se hubiera roto de forma definitiva.

—Perdoname… —susurró, apoyando la frente sobre su mano—. No llegué a tiempo abuelo.No te dije todo lo que te debía…

Lloró.

Su tía Rosa lloraba en silencio.

Su madre, sentada junto a la ventana, parecía una estatua de dolor.

—Estoy acá, má —dijo Carolina, arrodillándose frente a ella.

—Te escuché entrar —susurró su madre—. Tenés la respiración cortita… cuando te duele algo respirás así.

Y Carolina apoyó la cabeza en su regazo, como cuando era niña y le tenía miedo a la oscuridad.

Porque ahora la oscuridad se acercaba de verdad.

La familia entraba y salía, diciendo frases vacías.

Hasta que llegó el abogado nuevamente.

—Mañana a las diez se leerá el testamento —anunció—. Son instrucciones expresas del señor Fontes.

Hubo murmullos,desaprobaciones y tensión.

Pero lo peor vino después.

—El señor Fontes pidió también ser cremado de inmediato —agregó—. No quiere velorio ni ceremonias. Quiere que sus cenizas sean arrojadas al mar.

Un primo se quejó.

Otro se indignó.

Tía Rosa lloró.

Pero su madre, ciega y firme, dijo:

—Es su última voluntad. La vamos a respetar.

Hubo silencio absoluto.

.Esa misma noche, cuando aún estaba abrazada al borde de la cama, el abogado Vera se acercó con un sobre en la mano.

—Hace un mes su abuelo me pidió que modificara su testamento —dijo con seriedad—. Y quiso que sepas esto hoy antes que todos.

Carolina lo miró confundida.

—¿Qué cosa?

—Sos la heredera principal. De todo. Acciones, patrimonio, inmuebles, dirección de Supermercados Fontes. Sos la sucesora legítima.

El mundo se detuvo.

—¿Yo? —susurró.

—Él sabía lo que estabas viviendo. Sabía quién era Mauro. Sabía que no ibas a permitir que te robaran. Y sabía que vos sos la única que no quiere el poder por ambición. Por eso te eligió a vos.

Carolina se quedó sin aire.

—Tu familia no lo sabe —añadió—. Mañana se lee el testamento y no van a reaccionar bien.

Ella bajó la mirada.

Recordó a sus primos,a los tíos.

Recordó los comentarios de siempre: “la hija de la que se fue”, “la que no pertenece”, “la que no es Fontes de verdad”.

—No sé si puedo con esto… —murmuró.

Vera le tomó la mano.

—Podés y no estás sola.

Esa noche, en su casa oscura, con la pava silbando y el aire cargado de tristeza, su madre le tomó las manos.

—Contame la verdad —pidió.

Y Carolina lo hizo.

A medias,como pudo.

Habló de la operación, del riesgo de quedar ciega, de la pérdida del bebé, del miedo.

—El dolor siempre miente —susurró su madre—. Te dice que estás sola. Que no valés. Que nadie va a sostenerte pero yo estoy acá, hija. Y mientras esté, no vas a quedar a oscuras del todo aunque yo no vea.

El teléfono vibró.

Un mensaje del estudio de abogados.

Otro de Mauro preguntándole si había recibido la confirmación de que al fin estaban divorciados.Le contestó diciendole que al fin estaban divorciados .

.—Espero no tener que volver a verte

más .Que ironía quizás no te vea de verdad nunca más Mauro.

Carolina apagó el celular.

La noche avanzó.

Su madre, con la voz temblorosa, dijo lo último antes de que las dos se durmieran abrazadas:

—Tu abuelo te quería más de lo que vos creés. Y si te dejó todo… es porque sabía que ibas a necesitar luz.

Carolina cerró los ojos y sintió cómo la oscuridad seguía avanzando en su visión.

Pero por primera vez desde hacía mucho tiempo…

…no le tuvo miedo.

Porque comenzaba a entender algo:

A veces, para renacer, primero hay que quedarse completamente a oscuras.

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