7— EL DÍA QUE MAURO SE ENTERA

CAPÍTULO 7 — EL DÍA QUE MAURO SE ENTERA

Mauro Suárez jamás imaginó que el karma tuviera tan buena puntería.

Hasta ese día, él creía haber ganado.

Creía haber salido ileso, cómodo, victorioso.

Se había separado de “una mujer común”, como él mismo decía cuando hablaba de Carolina con Sandy entre risas y caricias a escondidas.

Una esposa aburrida, sacrificada, sin apellido rimbombante, sin contactos, sin fortuna.

Una carga, según él.

Había firmado el divorcio sin leer, convencido de que ella se iría con las manos vacías, tal como se lo había anunciado a Sandy:

“Se va con lo puesto, vas a ver, yo me quedo con todo.”

Pero Mauro siempre fue bueno mintiéndose a sí mismo.

Ese mediodía, mientras almorzaba en el barcito de la esquina con Sandy —ella revolviendo una ensalada sin ganas y él mordiéndose la lengua por las cuotas impagas del auto que manejaba todavía y tenía que vender—, vio algo en el televisor del local que lo dejó inmóvil.

El zócalo rojo de un noticiero.

Una foto en grande.

El apellido FONTES en tipografía gigante.

Y entonces… el puñal:

“La nieta oculta de los Fontes asume el mando: Carolina Fontes designada heredera principal.”

El tenedor se le cayó de la mano.

El ruido metálico contra el plato fue un tiro.

Sus ojos se abrieron como si le arrancaran el aire del pecho.

—No… no puede ser —balbuceó Mauro, inclinándose hacia el televisor—. ¡No puede ser ELLA!

Sandy lo miró, primero confundida… luego pálida como un fantasma.

La imagen era clara:

Carolina saliendo del estudio jurídico Vera & Asociados, tomada del brazo de su madre, rodeada de micrófonos y flashes.

Ese rostro que él había despreciado.

Esas manos que había soltado sin remordimiento.

Los mismos ojos que habían llorado por él.

—¿Qué… qué carajos es esto? —preguntó Mauro, sudando frío.

Sandy acercó su cara, como si necesitara confirmar que no era un montaje.

Y sí,era real.

—¡Vos…! —Sandy apretó los dientes—. ¡Vos me dijiste que ella no era nadie! ¡Que no tenía familia! ¡Que era la nieta de una vieja pobre que nunca conociste y nada más!

—¡Eso creí! —gritó Mauro, empezando a temblar—. ¡Nunca me dijo que era Fontes! ¡Nunca! ¡Cómo iba a saberlo! Bueno yo pensé que era coincidencia el apellido con el nombre del local donde trabaja.

Sandy frunció la nariz con rabia.

Rabia hacia él.

Rabia hacia Carolina.

Rabia hacia la fortuna que había escapado de sus manos como agua sucia por el desagüe.

—¡Idiota! —le escupió—. ¡Si lo hubiéramos sabido antes, podríamos haber usado al bebé!

Mauro se quedó helado.

Abrió la boca para hablar,la cerró.

No entendió.

—¿Qué bebé? —susurró.

Sandy se arrepintió al instante de lo que había dicho.

Tragó saliva,desvió la mirada a la pantalla.

Pero ya era tarde.

—¿QUÉ BEBÉ? —repitió Mauro, levantándose abruptamente de la silla.

Los clientes del bar voltearon.

Sandy apretó la servilleta hasta arrugarla completamente.

—Nada —dijo rápido—. Era un supuesto. Nada más. No te pongas así.

Pero Mauro no era estúpido.

Cruel, sí.

Infiel, definitivamente.

Egoísta, siempre.

Pero no estúpido.

—¿Carolina estaba embarazada? —susurró, con la voz quebrándose por una mezcla de rabia y furia.

Sandy se levantó también, mirándolo a los ojos.

En esos segundos, su verdadera naturaleza se reveló:

la serpiente rasposa bajo el perfume barato.

—Si lo estaba —escupió, sin filtro—, no es tu problema ahora. Ya no importa.

Pero sí importaba.

Mauro sintió que el mundo se le derrumbaba bajo los pies.

Una oleada de rabia lo dejó rojo, casi morado.

Golpeó la mesa y la ensalada voló hacia el piso.

—¡Esa maldita me engañó! —gritó—. ¡ME ENGAÑÓ! ¡Nunca me dijo quién era! ¡Pensar que la dejé! ¡PENSAR QUE LA DEJÉ! ¡NO ME DIJO DEL BEBÉ!

Los ojos de Sandy brillaron con un resentimiento oscuro.

¿Pensar que la dejé?

¿Pensar que la dejé?

Así que eso era lo que lo preocupaba.

No Carolina, ni el bebé,… sino lo que había dejado y la había perdido.

Y dentro de ella, en lo profundo, se encendió un pensamiento venenoso:

Si la hubiera ayudado en el hospital… si hubiera dicho algo… si no la hubiera dejado tirada en el piso sangrando… quizás habría podido quedarme con ese bebé. Criarlo. Tener el control. Heredar todo después de destruirla. Pero no, fui idiota. La dejé irse sola y desangrardose. Y ahora… ahora es demasiado tarde.

Sandy apretó los puños.

—Vos no perdiste solo una mujer —dijo, con voz baja—. Perdiste una fortuna.

Mauro sintió un fuego nuevo quemándole el pecho.

—La voy a recuperar —dijo con una sonrisa torcida, peligrosa—. Esto todavía no terminó.

Sandy lo miró con desprecio y rencor, pero también con un plan.

Un plan enfermo, que nacería esa misma tarde.

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