2— EL DIVORCIO EN SHOCK

CAPÍTULO 2 — EL DIVORCIO EN SHOCK

El cuerpo de Carolina todavía temblaba cuando logró llegar al departamento de su madre para asegurarse de que estuviera bien antes de hacer lo que tenía que hacer. Necesitaba verla, oír su voz calma, sentir esa presencia que siempre había sido su refugio. Pero no podía romperse ahí. No frente a ella. No frente a la mujer que vivía entre sombras y aun así había sido luz toda la vida.

—¿Te quedás a cenar, hija? —preguntó su madre, con esa dulzura cansada de quien está acostumbrada a caminar con cuidado entre penumbras.

Carolina tragó saliva y la abrazó más fuerte de lo necesario, como si ese apretón pudiera sostenerla por dentro.

—No, má… hoy no puedo. Tengo… cosas que resolver.

No dijo más.

No podía.

Si abría la boca para contar lo que había visto, sabía que iba a desmoronarse.

Y desmoronarse, ahora, era un lujo que no podía permitirse.

Cuando salió del edificio, el aire frío le golpeó la cara como una advertencia.

Siguió caminando con pasos duros, casi sin sentir las piernas, hasta que llegó a su auto. Se quedó un momento con las manos en el volante, respirando hondo, buscando valor en un rincón del alma que todavía no sabía si quedaba ileso.

Había una sola persona a la que podía llamar. Una que jamás la juzgaría, que jamás la traicionaría, que siempre había sido la sombra protectora de su abuelo: el doctor Ignacio Verano, abogado de la familia Fontes desde hacía cuarenta años.

Marcó el número con dedos temblorosos.

—Hola , Ignacio necesito tu ayuda.

—Carolina —respondió él con esa voz grave que siempre sonaba como si todo tuviera solución cuando estaba en sus manos—. ¿Qué pasó, hija? Tenés la voz… distinta.

A Carolina se le quebró el aire.

Pero se tragó el llanto.

Se obligó a mantener la dignidad, aunque le ardiera en la piel el recuerdo de Mauro y Sandy.

—Doctor Vera… Necesito iniciar un divorcio. Hoy. Ahora mismo. Y quiero… que conste la causa real.

Hubo un silencio breve, pesado.

—¿Infidelidad? —preguntó él, sin rodeos.

Carolina cerró los ojos.

—Sí —susurró—. Y tengo pruebas. Cámaras. Mauro no sabía que mi abuelo había instalado cámaras en la casa cuando la compramos. Yo nunca las usé, jamás pensé tener que hacerlo. Pero están ahí.

—Bien —respondió él con firmeza profesional—. ¿Querés que lo pidamos adulterio? ¿Querés una compensación económica? ¿O preferís un acuerdo rápido?

Carolina apretó los dientes.

El estómago le dio un latigazo que la obligó a apoyar una mano en su abdomen.

Respiró hondo.

Ella no era vengativa… pero tampoco iba a dejar que la trataran como una idiota.

—Quiero todo lo que me corresponde —dijo, cada palabra cargada de una dignidad nueva, dura, afilada—. No me voy a ir con las manos vacías mientras ellos quedan como víctimas de “problemas de pareja”. No.

Quiero la mitad de la casa. La mitad del auto. Que se venda hasta la heladera si hace falta. Quiero que todo quede claro: Mauro me engañó. Sandy es la amante. Si alguien pregunta, quiero que quede escrito quién rompió qué.

El abogado suspiró, no de cansancio, sino de orgullo.

—Así se habla,te mandó mi ubicación o voy para allá. Hoy mismo redactamos la demanda.

Esa noche, en el despacho del abogado , Carolina firmó cada hoja del divorcio con la mano firme, aunque por dentro el alma se le desgarrara.

No lloró.

No discutió.

No explicó absolutamente nada del embarazo que todavía guardaba como un secreto hermoso convertido en tragedia. Lo iba a criar sola.

No estaba lista para ver la compasión ajena.

Prefería la rabia fría.

—¿Querés que lo notifique personalmente? —preguntó el doctor, mirándola por encima de los lentes.

—Sí —respondió Carolina sin dudar—. Que le llegue en mano. Que lo lea. Que sepa lo que hizo.

—Perfecto.

Después de firmar, Carolina se quedó sentada un momento , mirando el borde de la mesa sin realmente verlo. Una sombra oscura bailaba en el extremo de su visión. La misma sombra que había notado afuera de su casa. No le dio importancia. No aún.

—Carolina… —dijo el abogado, con suavidad—. ¿Querés que hable con tu abuelo? ¿Que le cuente lo que pasó?

Ella negó con la cabeza.

—No, por favor. No quiero que se preocupe.

Pero el destino, otra vez cruel, decidió ignorar sus deseos.

El doctor Vera, leal hasta los huesos, llamó al abuelo esa misma noche.

El hombre —que ya cargaba años y un corazón cansado— escuchó la historia completa: la traición, el amante, la amiga que no era amiga, el divorcio iniciado, la determinación de Carolina de llevarse lo que correspondía.

Y algo dentro de él cambió.

Un latigazo de orgullo y de preocupación lo recorrió.

—Ignacio… —le dijo al abogado con la voz débil, pero firme—. No quiero que esa alimaña se quede con nada de lo mío. Nada. ¿Me escuchaste? Ese chupasangre no se va a aprovechar de ella.

Cambiá el testamento. Ahora ella será mi heredera. Apenas se dé por sentado su divorcio.

—Ya mismo —respondió Verano, sin dudar.

—No quiero que Mauro tenga ni medio argumento para tocar la fortuna de mi nieta.

Ella nunca dijo quién era… por humildad, por miedo, por vergüenza tal vez… pero ya no más.

Ella merece todo.

Y yo… —la voz del abuelo tembló— yo ya no voy a estar para cuidarla mucho más.

Fue la última decisión importante que tomó en vida.

Carolina no supo nada.

Ni del testamento, ni de la llamada, ni del orgullo silencioso de su abuelo.

Ella solo sabía que al día siguiente tendría que enfrentar a Mauro para entregarle los papeles del divorcio.

Y que, aunque doliera hasta lo insoportable, no iba a retroceder.

Porque la traición había sido brutal.

Y el matrimonio había muerto mucho antes de que ella lo aceptara.

Ella salió del estudio del abogado con la mirada baja, caminando como quien intenta sostener un mundo que se le resquebraja en los brazos.

El sobre con el resultado del embarazo seguía en su bolso.

Pesaba como una piedra.

Como un secreto imposible.

Como un adiós no dicho.

Y mientras avanzaba por la calle, con la noche envolviéndola en un abrazo helado, sintió otra vez esa sombra oscura en el borde de su visión.

No sabía que ese era el primer aviso.

La primera grieta.

El primer síntoma de algo que también estaba a punto de arrebatarle la luz.

Pero eso…

sería otro dolor.

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