Diez años atrás, Thomas rompió el corazón de Cassandra sin decir una sola palabra. Se fue persiguiendo sus sueños, dejándola atrás con mil preguntas... y con una hija que él nunca llegó a conocer. Ahora, el destino lo trae de regreso al mismo lugar del que huyó, solo para descubrir que todo lo que dejó atrás sigue allí: más fuerte, más hermoso, y mucho más doloroso. Cassandra no es la misma mujer ingenua de antes. Es madre, es fuerte, y ha aprendido a sobrevivir con el corazón hecho pedazos. Pero cuando sus miradas se cruzan, las grietas comienzan a sangrar. El odio que ella dice sentir oculta un amor que jamás murió. Thomas quiere redimirse. Cassandra quiere protegerse. Y en medio de ellos, una niña inocente que solo quiere conocer a su padre. ¿Pueden los corazones rotos volver a latir al unísono, o algunas heridas son demasiado profundas para sanar? "Corazones de Cristal Roto" es una historia sobre segundas oportunidades, culpas que persiguen, y amores que, aunque intenten olvidarse, nunca dejan de arder.
Leer másEl cielo ruge como si presintiera lo que está por suceder. Gotas gruesas empiezan a caer sobre el parabrisas y yo apenas mantengo el volante recto. No sé si es la lluvia o mis manos las que tiemblan. Probablemente ambas. Mis dedos están fríos, los nudillos blancos de tanto apretar, y aún puedo sentir los suyos sobre mi mejilla…Maldita sea.No debí dejarlo tocarme.No debí dejarme temblar por él.Pero el cuerpo tiene memoria.Y el mío, traicionero, aún recuerda lo que era arder bajo su mirada.Maldigo por lo bajo, como si insultarlo en voz baja pudiera borrar el temblor que dejó en mí. Como si eso pudiera sacarlo de mi piel, de mis huesos, de los años que intenté vivir sin él y sin su nombre en mis labios.Me detengo en un semáforo. La lluvia golpea como metralla sobre el techo del auto.Y allí está, sobre el asiento del copiloto. Silencioso. Implacable.El sobre.No lo he abierto. No necesito hacerlo.Sé lo que dice.Lo he sabido desde la primera vez que Emma miró al cielo con esa me
Entré sin tocar. Sin avisar. Sin pensar.Porque si pensaba, me detenía.Y si me detenía, me quebraba.La puerta del despacho temporal que Thomas había improvisado en el centro del pueblo se abrió de golpe, sacudiendo el aire viciado de café rancio y tinta de impresora. Él estaba de espaldas, concentrado en unos papeles, con las mangas arremangadas y ese maldito perfil que todavía sabía cómo hacerme olvidar que alguna vez lo odié.Se giró con lentitud, como si ya supiera que era yo.—Vaya. Buenas tardes a ti también —dijo, con ese tono bajo que siempre usaba cuando estaba a punto de provocarme o besarme. O ambas.Ignoré el sarcasmo. Ignoré el temblor leve de mis manos. Caminé hasta su escritorio como una tormenta.—¿Pediste la prueba de paternidad?El silencio que siguió fue la única confirmación que necesitaba.Me reí. Fue un sonido amargo, lleno de filo.—Claro que lo hiciste. No podías confiar en mí ni en algo tan obvio como ver tu reflejo en sus ojos.—No lo hice por eso —respondió
Volver a este pueblo es como caminar por una niebla espesa, donde todo parece familiar pero nada encaja del todo. Las calles tienen la misma forma, las farolas aún parpadean cuando cae la noche, y el olor a pan recién horneado de la panadería de los Reyes sigue flotando como un fantasma de mi adolescencia.Pero el aire es distinto. Está cargado. Como si todos supieran que regresé a romper un equilibrio que nunca debí abandonar.—¡Thomas Moore! —Una voz me saca de mis pensamientos justo cuando salgo del café—. ¡Por todos los cielos, eres tú!Me giro y la veo. Clara Villaseñor. La reina de los concursos escolares, ex capitana de porristas y chismosa profesional del pueblo. No ha cambiado demasiado, solo se le ha endurecido un poco la mirada… y quizá los juicios.—Clara. —Sonrío con educación—. Qué gusto verte.—¿Y tú aquí? ¡Diez años después! ¡Si esto no es un milagro, no sé qué lo es! —Me abraza sin pedir permiso. Perfume fuerte, uñas impecables. Todo como lo recuerdo.Intento que la c
Había algo en las librerías infantiles que siempre me había parecido extraño. Tal vez porque nunca imaginé que entraría en una sin sentirme fuera de lugar. Rodeado de portadas brillantes, letras enormes y colores imposibles. Todo parecía diseñado para manos pequeñas… para mundos más puros que el mío.Y, sin embargo, allí estaba.Me moví entre los estantes como un intruso. Mis dedos rozaron la cubierta de un cuento sobre dragones buenos y princesas que sabían salvarse solas. Irónico. Justo como Cassandra.No sabía qué esperaba encontrar. Tal vez a ella. Tal vez a esa niña. No sabía su nombre, pero tenía clavados sus ojos en mi cabeza. Esos ojos verdes, idénticos a los míos. Y algo en el pecho —una punzada lenta, molesta, hiriente— me decía que no estaba loco.Entonces la vi.Estaba en la sección de animales marinos, sentada en un pequeño puff, con un libro abierto sobre el regazo y la lengua pegada al paladar en ese gesto de concentración infantil que me hizo sonreír sin querer.Mi son
Desperté con un grito que no llegó a salir de mi garganta.Empapada en sudor, con las sábanas pegadas a la piel y el corazón latiendo como si hubiera corrido kilómetros. Me tomó unos segundos reconocer mi habitación, mi techo, mi realidad. Y entonces su nombre cruzó mi mente como una maldición: Thomas.Otra vez él. Otra vez ese sueño.La escena siempre era la misma: yo, en la estación de tren, esperándolo bajo la lluvia. Mi vestido empapado, las flores que llevaba en la mano hechas trizas por el agua. La gente pasaba, me miraba con lástima. Y él… él nunca llegaba.Habían pasado diez años y mi subconsciente seguía reproduciendo su abandono como una película maldita.Me senté al borde de la cama, intentando recuperar el aliento, mientras la brisa matutina se colaba por la ventana abierta. Afuera, los pájaros cantaban como si el mundo no hubiera ardido anoche con su regreso. Como si no hubiera vuelto a ver sus ojos. Como si no hubiera sentido esa descarga eléctrica recorriéndome el cuerp
El aroma del café recién hecho siempre me pareció terapéutico. Como si por unos minutos pudiera olvidarme del pasado, de los errores, del hombre que me dejó sin siquiera mirar atrás. Mis dedos rodeaban la taza caliente mientras mi mirada se perdía por el ventanal, donde Emma, mi hija, jugaba con otras niñas bajo la tenue luz de la tarde.Era un día cualquiera. Tranquilo. Casi… feliz. Hasta que escuché esa voz.—¿Cassandra?Dos sílabas. Bastaron dos míseras sílabas para que mi cuerpo se tensara y mi corazón se estrellara contra mis costillas.No podía ser. No debía ser.Me giré con lentitud, como quien destapa una herida vieja para comprobar si aún duele. Y sí, dolía. Como el infierno.Ahí estaba. Thomas.El mismo maldito rostro que aparecía en mis pesadillas y en mis fantasías con igual frecuencia. Ese mismo rostro que me juró amor eterno y desapareció sin un adiós.Diez años. Diez jodidos años y él seguía tan imponente como lo recordaba. Tal vez más. El cabello algo más corto, la bar