2

Desperté con un grito que no llegó a salir de mi garganta.

Empapada en sudor, con las sábanas pegadas a la piel y el corazón latiendo como si hubiera corrido kilómetros. Me tomó unos segundos reconocer mi habitación, mi techo, mi realidad. Y entonces su nombre cruzó mi mente como una maldición: Thomas.

Otra vez él. Otra vez ese sueño.

La escena siempre era la misma: yo, en la estación de tren, esperándolo bajo la lluvia. Mi vestido empapado, las flores que llevaba en la mano hechas trizas por el agua. La gente pasaba, me miraba con lástima. Y él… él nunca llegaba.

Habían pasado diez años y mi subconsciente seguía reproduciendo su abandono como una película maldita.

Me senté al borde de la cama, intentando recuperar el aliento, mientras la brisa matutina se colaba por la ventana abierta. Afuera, los pájaros cantaban como si el mundo no hubiera ardido anoche con su regreso. Como si no hubiera vuelto a ver sus ojos. Como si no hubiera sentido esa descarga eléctrica recorriéndome el cuerpo solo por oír su voz.

Me levanté despacio y caminé descalza hasta el baño. Me miré al espejo.

Los ojos hinchados, las mejillas encendidas. Y esa maldita expresión de niña rota que juré haber enterrado.

No era justo.

Yo había seguido adelante. Había construido una vida con cimientos inestables, sí, pero míos. Había criado a Emma sola, sin su ayuda, sin su apellido, sin sus malditas promesas rotas.

Y aún así… con solo volver, con solo decir mi nombre, era como si todo ese andamiaje se tambaleara.

Thomas Moore había regresado, y mi mundo ya no sabía cómo mantenerse en pie.

Las bolsas de la compra pesaban, pero mi cabeza cargaba aún más.

Iba saliendo del supermercado cuando lo vi. Apoyado contra su auto negro, con las manos en los bolsillos y esa maldita actitud de “soy el centro del universo”. Solo le faltaba un cartel de neón que dijera: ¿Me extrañaste?

No.

No, no, no y mil veces no.

—¿Otra vez tú? —espeté, intentando pasar de largo.

Pero no me dejó.

Dio dos pasos, bloqueando mi camino, y luego, como si nada, me tomó del brazo con una delicadeza que me hirvió la sangre. O tal vez fue otra cosa. Maldición.

—Cassandra, solo quiero hablar.

—Tarde, Thomas. Muy tarde para eso.

—No me lo pongas más difícil, por favor —susurró con esa voz grave que antes me hacía derretirme entre las sábanas.

Y claro que mi cuerpo lo recordó, el traidor. Mis poros se erizaron, mi pulso se aceleró… y todo eso me enfureció más.

—Suéltame.

—Cinco minutos —insistió—. Solo cinco.

No sé si fue su tono, su mirada, o que una parte estúpida de mí todavía no lo odiaba del todo… pero asentí.

Maldita sea.

El callejón trasero estaba semivacío. Solo el sonido distante de un motor y el zumbido de la ciudad en pausa.

—Habla rápido —dije, cruzando los brazos. Quería parecer inquebrantable, pero lo cierto es que me temblaban las rodillas.

Thomas me miró como si yo fuera un enigma que no había logrado descifrar.

—No sabía… que tenías una hija.

Tragué saliva. Ese tema no estaba sobre la mesa aún. Pero él había puesto la carta.

—No es asunto tuyo.

—¿No es asunto mío… si es mía?

Sus palabras me golpearon. Directo al centro del pecho. Y aun así, lo negué.

—No tienes derecho a hacer preguntas, Thomas. Te fuiste. Sin explicación. Sin una maldita palabra. ¿Ahora vuelves y esperas respuestas?

Se acercó. Un paso. Otro. Hasta que la pared detrás de mí se volvió una trampa. Y su cuerpo una jaula.

—Me fui por ti —dijo—. Porque pensé que no te merecía. Porque me estaba hundiendo y no quería arrastrarte conmigo.

—¡Cobarde! —grité, empujándolo con fuerza. Mis manos se hundieron en su pecho, en esa camisa cara que olía a recuerdos y peligro. —Pudiste hablarme. Explicarme. Pero te esfumaste. ¡Me dejaste!

Mi voz se quebró. Y lo odié por eso.

Él no respondió. Solo me miró. Tan cerca que su aliento me rozaba los labios. Y juro que por un segundo, por uno solo… quise besarlo.

Quise sentir sus labios otra vez. Quise olvidar, como si mi cuerpo tuviera memoria corta y el dolor no existiera.

Pero no lo hice.

—Nunca dejé de pensar en ti —murmuró—. Todos estos años, Cass. Estuve en mil lugares, pero mi cabeza siempre volvía a ti. A nosotros.

La forma en que dijo nosotros me desarmó.

No sé si fue su voz, su olor, su cercanía, o la nostalgia maldita… pero por un segundo, mis ojos se llenaron de lágrimas.

Cerré los puños. Me obligué a mantener la compostura.

—Lo nuestro se rompió, Thomas. Como un cristal. No se pega con cinta ni con promesas recicladas.

Se quedó en silencio. Tal vez no esperaba que le hablara así. Tal vez sí.

—Y si Emma es tuya —agregué, con la voz tensa—, no fue porque quise ocultártelo. Fue porque no ibas a volver. Y no quería que ella creciera esperando a alguien que jamás regresaría.

Vi cómo su mandíbula se tensaba. Cómo su pecho subía y bajaba con más fuerza. Pero no dijo nada. Y eso me dio el empujón final.

—No me busques más, Thomas. Por favor.

Me di la vuelta, con el corazón latiendo tan fuerte que dolía. No miré atrás. No quería ver su expresión. No quería dudar.

Caminé hasta el auto, me subí, cerré la puerta… y entonces, solo entonces, dejé que una lágrima traicionera rodara por mi mejilla.

Una.

Solo una.

Y mientras arrancaba, solo pensaba en una cosa:
¿Por qué carajo seguía amándolo, después de todo?

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App