Cristina Rizzo es la tímida joven asistente personal del temperamental y adinerado Paolo Morelli. Su vida de obediencia y servidumbre se ve alterada por el profundo trauma de Paolo, quien no ha superado el abandono de su exprometida, Stella Bianchi. La noticia de la boda de su ex desata la furia de Paolo, quien ve en Cristina a una posible sustituta de su amor perdido, llevándola a situaciones de humillación y abuso. La tensión escala con el regreso de Angelo, el amable hermano menor de Paolo, quien siempre ha sentido afecto por Cristina. Los celos consumen a Paolo al ver la conexión entre ellos. En un acto de crueldad, ordena a su celosa amante, Romina Bruni, que "prepare" a Cristina para su hermano. Sin embargo, es el propio Paolo quien debe rescatarla del brutal abuso de Romina, revelando su instinto posesivo: solo él puede hacerle daño. Atrapada entre el amor protector y gentil de Angelo y la tormentosa pasión posesiva de Paolo, Cristina se encuentra en el centro de un intenso triángulo amoroso, luchando por encontrar su lugar y entender sus propios sentimientos.
Ler maisLa noche era fresca y silenciosa. La luz de la luna se colaba por los ventanales lujosamente decorados, iluminando la cama de la habitación.
Una ola de gemidos desinhibidos llegaba con claridad hasta el cuarto de al lado, donde Cristina Rizzo escuchaba. Ya había perdido la cuenta de las veces que había oído esos sonidos.
Dentro de la habitación, una mujer estaba arrodillada junto al hombre en la cama. Él le había arrancado los tirantes del vestido, que ahora caía hasta su cintura, revelando sus pechos. Su largo cabello castaño claro caía en ondas, haciéndola lucir increíblemente sensual bajo la luz de la luna.
El hombre, vestido con una camisa de alta costura, yacía sobre el colchón. Tenía todos los botones desabrochados, dejando al descubierto un torso bien definido que brillaba bajo la suave iluminación. Con un movimiento, rodeó la cintura de la mujer con su mano y la empujó debajo de él con una fuerza dominante.
Ella dejó escapar un gemido tímido.
Su mano descendió lentamente, explorando la intimidad de la mujer. Sus dedos tocaron una humedad cálida. La cara de ella se sonrojó al pensar en lo que estaba por suceder. Él le levantó las piernas bruscamente, con la meta de satisfacer su deseo.
Pero, un segundo después, se detuvo en seco.
Justo en el último momento, se dio cuenta de que no había preservativos a la mano. Con un movimiento brusco, se cubrió con la bata de baño que estaba tirada al borde de la cama y se sentó.
—¡Cristina Rizzo! ¡Cristina Rizzo!
Ella era la sirvienta personal de Paolo Morelli; se encargaba de absolutamente todas sus necesidades diarias, lo que incluía tener listos los preservativos.
Cristina, que estaba sentada y perdida en sus pensamientos en la habitación contigua, oyó su nombre y corrió veloz al cuarto de su señor, lista para recibir órdenes.
Al entrar, la escena que la recibió le subió los colores a la cara.
Paolo llevaba puesta la bata de baño, su cabello corto y con mechas claras caía despreocupadamente sobre su frente. Unos mechones le cubrían parcialmente los ojos, un par de irises de color ámbar que se veían sombríos, distantes, pero extrañamente fascinantes.
La mujer semidesnuda era Romina Bruni, una modelo de cabello largo y castaño que caía sobre su espalda descubierta. Cristina sabía que ella era la amante exclusiva de Paolo. Siempre había sido su trabajo preparar las cosas para ellos.
—Joven, ¿necesitaba algo?
Bajó la mirada, incapaz de sostener los ojos de color ámbar que la observaban fijamente. Sentía la cara en llamas.
—¿Hiciste todo lo que te encargué? —preguntó Paolo con calma, una sonrisa maliciosa asomando en sus labios.
—Sí, sí, joven… —respondió ella, sin convicción, mientras su mente trabajaba a toda velocidad.
¡Los preservativos! De pronto, recordó que se le había olvidado por completo comprarle una caja nueva. La razón de su descuido fue que un chico de la universidad se le había declarado ese mismo día en la puerta de la casa, y el incidente la había dejado tan nerviosa que no se había atrevido a salir después.
—¡Se me olvidó comprarlos! Joven, lo siento, de verdad lo siento. ¡Voy por ellos ahora mismo! —dijo, y se dio la vuelta para salir corriendo.
—Olvídalo —la detuvo él de inmediato. Su mirada, ya de por sí iracunda, se endureció aún más.
Cristina se quedó sin saber qué hacer.
—Joven, perdón, yo…
—Lo siento, ¿es lo único que sabes decir? —la interrumpió, inclinándose sobre ella. Su cara, de una belleza casi insultante, quedó a centímetros de la de Cristina. Enseguida, la tomó del mentón y la obligó a levantar la vista, estudiándola con una mirada llena de desdén.
Ella no se atrevió a verlo a los ojos. Sabía que esta vez estaba en serios problemas; su señor estaba realmente furioso.
—No… no es eso, joven… —logró balbucear, negando con la cabeza. Sus ojos oscuros, bajo la luz cálida, parecían aún más vulnerables, y su piel pálida resaltaba su pureza.
Fueron precisamente esos ojos los que lo habían cautivado tiempo atrás. Esa fue la razón por la que se le ocurrió la idea de llevarla a la mansión Morelli, para que lo sirviera personalmente. La convirtió en su sombra, exigiéndole lealtad absoluta. Se había prometido darle todo, con la egoísta condición de no enamorarse jamás de ella.
Paolo se quedó mirándola fijamente por un instante. Luego, apartó la vista, con una expresión dura y hermética.
—Joven Morelli… —murmuró Romina desde la cama con voz melosa, lanzándole una mirada furiosa a Cristina.
Esa sirvienta entrometida le había arruinado la noche.
—Joven Morelli, no vale la pena que te enojes con ella —insistió Romina, tratando de sonar seductora.
—¡Cállate! Y lárgate —gritó él con impaciencia. Su voz era tan cortante que Romina se asombró en extremo.
Aun enojado, Paolo resultaba irresistiblemente atractivo. Incluso una mujer tan hermosa y segura de sí misma como ella perdía toda su confianza frente a él. Sabía que era un tipo de carácter difícil y que sus órdenes no se discutían, así que se asustó tanto que no se atrevió a decir nada más. Recogió su ropa del suelo y salió de la habitación con el orgullo herido.
—¿Tanto querías llamar mi atención? —le preguntó Paolo, apretando su agarre en el mentón de Cristina y forzándola a un contacto visual.
—No… no es eso, joven… yo…
Una sonrisa de desprecio se dibujó en sus labios delgados y sensuales. La miró desde arriba, con una expresión de menosprecio.
—¿O es que no te gusta verme con otras mujeres?
Cristina sintió que la cara le ardía.
En ese momento, con los mechones claros cayéndole sobre la frente y esa intensa mirada fija en ella, Paolo era la viva imagen del peligro. Era el tipo de hombre que hacía que cualquier mujer perdiera la cabeza, y aunque Cristina era su sombra, la que lo seguía a todas partes, a menudo se sentía abrumada por su belleza. Especialmente por esos ojos, que parecían tener el poder de hechizar a cualquiera, pero que al mismo tiempo mantenían a todo el mundo a distancia.
De repente volvió a la realidad.
La mano de Paolo se había deslizado bajo su vestido blanco y le apretaba el seno con fuerza, provocando que se le erizara la piel.
—¿Esto es lo que querías? —le preguntó, manipulándola sin ningún pudor. En sus ojos no había rastro de emoción, solo una sonrisa retorcida en los labios.
Ella no se atrevió a oponer la más mínima resistencia. Usó toda su fuerza de voluntad para reprimir el gemido que amenazaba con escapar de sus labios. Para ella, las órdenes de Paolo eran absolutas.
—¡Ah!
La tomó bruscamente de la muñeca y, en un giro violento, la arrojó sobre la cama. El peso de su cuerpo la dejó sin aliento.
Quedó inmovilizada bajo él, con la mandíbula adolorida por su agarre. Sintió como si se la fuera a romper. Unas lágrimas de dolor nublaron su vista.
—Joven… me lastima… —le suplicó.
—¿Te lastimo? —se burló él, con una sonrisa cínica.
Un segundo después, sus labios se apoderaron de los de ella.
—¡Mmm!
La besó con una ferocidad que le robó el aliento. Su lengua invadió su boca con una posesividad brutal mientras su mano le sujetaba la cara con fuerza. Solo sentía dolor, un dolor tan intenso que apenas podía respirar.
Al entrar, lo primero que vio fue un carrusel que giraba lentamente en el centro del salón al compás de la melodía de "Feliz Cumpleaños". Daba vueltas y más vueltas, y sobre cada uno de los caballitos de madera había un platillo exquisito.En el centro, sobre el caballo más grande, descansaba un pastel enorme y bellamente decorado. Nunca había visto algo tan espectacular.—Feliz cumpleaños.Una extraña sonrisa se dibujó en los labios de Paolo mientras sus ojos seguían cargados de melancolía. Presionó un botón y el carrusel se detuvo justo frente a ella, con el pastel a su alcance.Cristina no entendía nada. No era su cumpleaños. Lo miró confundida; la sonrisa en la cara de él se veía tan forzada.No dijo nada. Se sentó a su lado en silencio y comió el trozo de pastel que le sirvió.Mientras tanto, Paolo comenzó a beber vino, una copa tras otra. La desolación en su mirada se hizo más profunda y no volvió a pronunciar palabra.El carrusel continuaba su giro hipnótico con la música de fo
Stella Bianchi… El nombre le resultaba tan familiar.Era el primer año después de que se graduara de la universidad. Paolo la había llevado de vuelta a la mansión para que se convirtiera en su sirvienta personal, encargada de su rutina diaria. En muy poco tiempo, ella había memorizado sus horarios, sus gustos y sus manías, aprendiendo con esmero a ser la asistente perfecta.Paolo estaba satisfecho con su desempeño. Le hizo jurar que nunca lo traicionaría y que obedecería cada una de sus órdenes sin dudar.Cristina lo juró con total sinceridad. Se prometió a sí misma que, aunque el mundo entero la traicionara, ella jamás le fallaría a él.Si no fuera por Paolo, no tendría nada. Él le había devuelto el sentido a su vida y le había permitido sentir de nuevo el calor de una familia.Lo consideraba todo lo que tenía en el mundo, y sabía que la única forma de no lastimarlo era a través de la obediencia absoluta.—Stella Bianchi… —murmuró, y de pronto, los recuerdos dispersos encajaron en su
—Señor, no... no es eso... —sollozó ella, con el rostro bañado en lágrimas.—Señor, por favor... es el regalo de cumpleaños que usted me dio.Suplicó una última vez, con la voz quebrada.La mano de Paolo que sostenía el violín tembló por un instante, pero enseguida una sonrisa peligrosa se dibujó en sus labios.—Un regalo de cumpleaños, ¿y? ¿Eso qué importa?Al segundo siguiente, el violín rosa yacía destrozado sobre el pulido suelo de madera.Las lágrimas volvieron a brotar de los ojos de Cristina. Se dejó caer de rodillas y comenzó a recoger los trozos del instrumento, rota por dentro, mientras murmuraba una y otra vez que aún podía repararlo.Paolo la observó con una expresión de superioridad, luego se dio la vuelta y caminó con paso decidido hacia la salida.—¡Paolo...! —gritó Romina con voz melosa.Él ni siquiera se giró. Salió de la mansión como una ráfaga, subió a su Lamborghini negro y se marchó a toda velocidad, ignorando por completo los intentos de ella por llamar su atenci
A la mañana siguiente, en la mansión Morelli.Después de una noche de pasión, Paolo bajó al comedor para desayunar, rodeando con el brazo a la despampanante Romina Bruni.Romina había sido una modelo desconocida hasta que Paolo la descubrió en un concurso. La eligió únicamente por el asombroso parecido que guardaba con su antiguo amor, Stella Bianchi. Con su ayuda, Romina no solo ganó el certamen, sino que también se consolidó en el mundo del modelaje. Más tarde, se enteró por terceros de que su victoria se debía por completo al "apoyo" de él.Movida por la ambición, el dinero y la fama, se le acercó en una fiesta. Paolo, que podía resistirse a cualquier mujer, fue incapaz de rechazar a la que era casi un reflejo de su exprometida. Romina lo sedujo sin dificultad y se convirtió en su amante oficial.Pero su relación nunca pasó de ahí. Para el solitario y melancólico Paolo, ella no era más que una sustituta de Stella.Cristina sabía que Romina era la amante exclusiva de Paolo desde hac
—Tenía una hemorragia interna en el cráneo. Llegó justo a tiempo, un poco más y no la contamos.Paolo soltó el aire que había estado conteniendo. La tensión en su rostro disminuyó un poco y sintió que por fin podía respirar de nuevo.Bueno, al menos el día no terminó siendo un completo desastre.Se sentía agotado física y mentalmente. Necesitaba descansar. Dejó dinero en el hospital para cubrir los gastos, se aseguró de que le dieran la mejor habitación y le pidió a una enfermera que localizara a su familia.Tres días después, Paolo regresó al hospital. Su figura alta y su cara atractiva, con un aire de chico malo, no pasaron desapercibidas para las enfermeras.—Ya está fuera de peligro. Solo necesita descansar unos meses para recuperarse por completo y no le quedarán secuelas —le informó el médico mientras revisaba unas tomografías.La expresión de Paolo se tornó seria.—Y su familia, ¿ya les avisaron?—Es huérfana, no tiene familia. Le avisé a la directora del orfanato Speranza, per
La mano ardiente de Paolo le cubrió el pecho, deslizando su sostén hacia arriba. Una corriente eléctrica invadió el cuerpo de Cristina, haciéndola temblar.La mezcla de dolor y excitación llenó sus ojos verdes de lágrimas que se arremolinaban sin caer.Paolo la observó, con una expresión de absoluto fastidio en el rostro. De repente, se apartó de ella.—Quítate la ropa. Toda —ordenó con una voz dura y autoritaria.Ella se quedó paralizada por un momento. Luego, se secó las lágrimas que amenazaban con derramarse. Con manos temblorosas, alcanzó la cremallera de su vestido blanco y la bajó lentamente. El aire fresco le erizó la piel y sintió cómo su corazón latía con fuerza.—¡Clac!La cremallera llegó a su fin. Quedó completamente desnuda, temblando, sintiéndose expuesta y vulnerable.Paolo se giró para mirarla y recorrió su cuerpo con la vista, pero en sus ojos ámbar no había la menor señal de deseo.—Acércate —le indicó con un gesto de la mano.Cristina, con el cuerpo rígido, se movió
Último capítulo