El amanecer se colaba por las cortinas entreabertas cuando Cassandra despertó. La habitación estaba en silencio, solo interrumpido por el suave tic-tac del reloj de pared y el murmullo lejano de los pájaros. Extendió la mano hacia el otro lado de la cama, encontrándola vacía pero aún tibia. Thomas había estado allí.
Fue entonces cuando vio el papel doblado sobre la almohada. Lo tomó con dedos temblorosos, reconociendo la caligrafía firme y alargada que tantas veces había leído en cartas de amor años atrás.
"Hoy no quiero que me perdones, solo que me escuches. Te espero en el mirador al atardecer. Thomas."
Cassandra apretó la nota contra su pecho. Después de la tormenta emocional de los últimos días, después de las verdades a medias y los secretos revelados, ¿qué más quedaba por decir? La idea de enfrentarse nuevamente a él le provocaba un nudo en el estómago, pero también una extraña sensación de inevitabilidad. Como si todos los caminos, todos los desvíos que habían tomado en la vida