Mundo ficciónIniciar sesiónEl cuchillo rozó su garganta justo cuando el carruaje frenó en seco. Aria Valdés solo quería sobrevivir. Escapar de los traficantes que la compraron como mercancía. Desaparecer antes de que Viktor, el hombre de la cicatriz en el cuello, la encontrara. Pero el destino tenía otros planes cuando un anuncio en la plaza cambió todo: el Príncipe Cassian de Elaria busca esposa, y cualquier mujer puede ser candidata. Una oportunidad perfecta para esconderse. O eso creyó. Dentro del Palacio Real, Aria descubre que hay peligros peores que las cadenas. Candidatas que desaparecen en la noche. Un comandante de ojos grises que puede ver a través de sus mentiras. Un príncipe que escala su balcón buscando algo real en un mundo de falsedades. Y mensajes escritos con sangre que susurran: "La próxima será la impostora". Porque Aria Valdés no existe. Su verdadero nombre es un secreto que podría destruir reinos. Su pasado, una tragedia que todos creen enterrada. Y su hermana, a quien lloró como muerta, ahora es rehén del hombre que juró destruirla. Entre un príncipe que podría amarla y un comandante que podría condenarla, Aria debe elegir: revelar quién es realmente y perderlo todo, o mantener su mentira y ver morir a quien más ama. En el reino de Elaria, las coronas no se ganan con sangre real. Se conquistan con sangre derramada.
Leer másEl cuchillo rozó su garganta justo cuando el carruaje frenó en seco.
—Quieta, perra —gruñó Viktor, presionando la hoja contra su piel. Su aliento apestaba a alcohol y tabaco rancio.
Aria tenía las manos atadas a su espalda, las muñecas en carne viva. Llevaba horas en el piso de ese carruaje, doblada como un animal. El vestido que alguna vez fue blanco ahora era un mapa de mugre y sangre seca.
El carruaje dio otra sacudida violenta. El cuchillo se apartó por un segundo.
Ahora o nunca.
—¿Qué demonios pasa ahí afuera? —rugió Viktor hacia el conductor.
—¡Es la plaza principal, jefe! ¡Hay miles de personas! No podemos avanzar.
Viktor maldijo. Se asomó por la abertura de la lona.
Aria giró su cuerpo y se lanzó contra la puerta trasera. La madera crujió pero no cedió. Viktor se volvió hacia ella con furia.
—¡Maldita...!
Aria hizo lo único que podía: hundió sus dientes en la mano que Viktor extendía. Mordió hasta que sintió sangre en su boca, hasta que él aulló de dolor.
Viktor la golpeó. Su cabeza rebotó contra la pared del carruaje, estrellas blancas explotaron en su visión. Pero no soltó. No hasta que él, desesperado, empujó la puerta.
Ambos cayeron. Aria golpeó el pavimento primero. El aire escapó de sus pulmones. El dolor estalló en su costado izquierdo como fuego líquido.
—¡Mil monedas de oro para quien la capture! —gritó Viktor, sangre goteando de su mano—. ¡Mil monedas ahora mismo!
No puedo volver. Prefiero morir.
Aria se arrastró sobre sus codos, alejándose del carruaje. La multitud era un mar de cuerpos y voces. Se metió entre las piernas de desconocidos, reptando como un animal herido.
—¡Detenla! —escuchó el grito de Viktor detrás de ella.
Pero la multitud tenía sus propias preocupaciones.
—¡Silencio! —tronó una voz desde una tarima—. ¡Por orden de Su Majestad el Rey Aldric de Elaria, y en nombre del Príncipe Cassian, se anuncia lo siguiente!
El bullicio disminuyó. Aria se detuvo junto a las faldas de una mujer mayor.
—¡El Príncipe Cassian busca esposa! Todas las mujeres solteras de Elaria están invitadas a presentarse como candidatas. La selección comienza hoy, aquí, y culminará con el matrimonio antes del fin de este mes.
Un rugido de emoción atravesó la plaza. Aria, aturdida, apenas procesaba las palabras. Solo entendía una cosa: este caos era perfecto para desaparecer.
—¿Vienes por el príncipe, niña? —preguntó la mujer mayor, mirando su estado deplorable.
Aria levantó la vista. La mujer tenía un rostro bondadoso y ojos que habían visto demasiado sufrimiento.
—Sí —mintió Aria, su voz ronca—. Vengo a ganar.
La mujer sonrió con tristeza. Sacó un cuchillo pequeño de su cinturón y cortó las cuerdas de las muñecas de Aria.
—Entonces date prisa. La fila ya comenzó.
Aria frotó sus muñecas liberadas. Se puso de pie con piernas temblorosas y siguió a donde la mujer señalaba.
Una fila inmensa de mujeres se extendía desde la tarima. Hermosas todas ellas, vestidas con sedas y joyas. Aria, con su vestido destrozado y su rostro manchado de sangre, era una mancha de miseria entre flores.
Se unió al final, manteniendo la cabeza agachada. Las mujeres la miraban con desprecio, alejándose como si su pobreza fuera contagiosa.
—¡Siguiente!
Aria avanzó hacia una mesa donde un escribano aburrido esperaba con su pergamino.
—Nombre.
—Aria Valdés.
El apellido salió de sus labios sin pensar. Inventado en un segundo de pánico.
—¿Pueblo de origen?
—Del... del sur.
El escribano levantó la vista, notando sus moretones y cortes.
—¿Padres vivos?
—No.
Esa palabra fue una verdad dolorosa que se clavó en su garganta.
El escribano suspiró, selló un documento y le entregó un medallón de bronce. Número 347.
—Palacio Real mañana al amanecer. Siguiente.
Aria cerró sus dedos alrededor del medallón. Se dio la vuelta y su corazón se detuvo.
A treinta metros, Viktor la miraba directamente. Su mano vendada contra su pecho, sus ojos clavados en ella. Por tres segundos eternos, sus miradas se encontraron.
Viktor sonrió. Levantó su mano sana y señaló directamente hacia ella.
Te encontré, articuló sin sonido.
El terror la impulsó a correr. Se lanzó hacia el grupo de candidatas que ya se dirigían a los carruajes oficiales. Guardias con uniformes escarlata y dorado las escoltaban.
Aria se escondió al fondo del grupo, subiéndose al último carruaje. Se cubrió con una capucha raída y se enterró en el rincón más oscuro.
A través de la ventanilla, vio el Palacio Real en la distancia. Mármol blanco que brillaba bajo el sol. Torres que se elevaban hacia el cielo. Cúpulas doradas que reflejaban la luz.
Entré a una jaula más grande. Pero al menos Viktor no puede entrar aquí.
Era un pensamiento ingenuo. No sabía que Viktor tenía contactos dentro de esos muros.
Las enormes puertas de hierro del palacio se cerraron detrás del convoy con un sonido definitivo. Aria miró hacia atrás una última vez.
Viktor seguía allí, de pie en medio de la plaza. No gritaba. No corría. Solo la observaba con esa sonrisa que helaba la sangre, como si supiera algo que ella no sabía. Como si todo esto fuera exactamente lo que él quería.
Y mientras las puertas se cerraban completamente, Aria sintió el peso de una verdad que aún no podía comprender: a veces, las jaulas más peligrosas son aquellas que parecen santuarios.
Los secretos son moneda. Y Celeste acababa de volverse la mujer más rica del palacio.Aria se lanzó hacia adelante, intentando arrebatar la nota de las manos de Celeste. Pero la mujer rubia era más rápida, esquivando con gracia ensayada mientras reía con ese sonido melodioso que sonaba como cristal rompiéndose.—No tan rápido, impostora —Celeste agitó la nota en el aire como un trofeo—. Esta pequeña pieza de pergamino vale más que todas las joyas de este palacio.—Devuélvemela —la voz de Aria salió desesperada, rota.—¿O qué? —Celeste ladeó la cabeza con falsa inocencia—. ¿Me golpearás? ¿Me amenazarás? Adelante. Haz una escena. Trae guardias. Me encantaría explicarles lo que dice esta nota.Aria sintió cómo las paredes se cerraban a su alrededor. Estaba atrapada. Completamente, irremediablemente atrapada.—¿Qué quieres? —preguntó, odiándose a sí misma por la derrota en su tono.Celeste sonrió, y fue la sonrisa de una depredadora que finalmente había acorralado a su presa.—Quiero que
En la corte, las pruebas no miden habilidad. Miden cuánto estás dispuesta a sangrar por una corona.El amanecer encontró a Aria sin haber dormido, con círculos oscuros bajo sus ojos y el labio partido aún palpitando dolorosamente. Cuando el heraldo tocó su puerta para convocarla al salón principal junto con las otras candidatas restantes, sintió como si cada paso la llevara más cerca del patíbulo.Cincuenta mujeres se reunieron en el salón de audiencias, cada una más nerviosa que la anterior. El heraldo, un hombre delgado con voz que resonaba como campana, desenrolló un pergamino y comenzó a leer.—Por orden de Su Alteza el Príncipe Cassian, se anuncia la Segunda Prueba Oficial —su voz llenaba el espacio—. Esta prueba medirá su capacidad para demostrar gracia bajo presión, una cualidad esencial para cualquier futura reina de Elaria.Murmullos nerviosos recorrieron el grupo. Aria sintió su estómago contraerse.—Esta noche se celebrará un banquete en honor a la nobleza de Elaria. Cada c
El jardín sur estaba bañado por la luz plateada de la luna cuando Aria llegó. Viktor estaba apoyado casualmente contra la fuente central, y junto a él, sentada en el borde de piedra con las manos atadas y la boca amordazada, estaba Lila.Al ver a su hermana, el corazón de Aria se encogió. Lila tenía un moretón nuevo en su mejilla, sus ojos verdes brillaban con lágrimas no derramadas.—Puntual —dijo Viktor con sonrisa burlona—. Bien. ¿Los trajiste?Aria sacó los planos de debajo de su vestido y se los extendió. Viktor los agarró ávidamente, desenrollándolos para examinarlos bajo la luz de la luna. Sus ojos se movían rápidamente sobre el pergamino, su sonrisa ampliándose con cada segundo.—Perfecto. Exactamente lo que necesitaba.—Ahora suelta a mi hermana —exigió Aria—. Cumplí mi parte del trato.Viktor rió, un sonido desagradable que raspaba contra sus oídos.—Oh no, princesa. Todavía te necesito. Esto fue solo un aperitivo.—¡Dijiste que si traía los planos, la soltarías!—Dije que n
Hay besos que salvan vidas. Y besos que las condenan. Este era ambos.Los labios de Kieran se movían contra los de Aria con una ferocidad que le robaba el aliento. No era gentil. No era explorador. Era conquistador. Sus manos apretaban su cintura con fuerza suficiente para dejar marcas, jalándola contra su cuerpo como si quisiera fusionarse con ella.Aria sabía que debía pensar, debía actuar, debía aprovechar la distracción. Pero su cuerpo traicionero se derretía bajo el asalto de sus labios, respondiendo con un hambre que no sabía que poseía.Los planos. Suelta los planos.Con dedos temblorosos detrás de su espalda, dejó caer los documentos robados silenciosamente. El suave susurro del pergamino cayendo sobre mármol fue ahogado por el gemido involuntario que escapó de su garganta cuando la lengua de Kieran reclamó su boca.Aria movió su pie discretamente, pateando los planos bajo la mesa cercana justo cuando Kieran la giraba bruscamente, presionándola contra la pared fría del corredo
A medianoche, todos los palacios guardan secretos. Algunos valen más que tu vida.Aria se deslizó el vestido negro de sirvienta por la cabeza, ajustándolo contra su cuerpo con movimientos precisos. La tela áspera rozaba su piel como una penitencia, recordándole lo que estaba a punto de hacer. No era una candidata a reina. No era una princesa fugitiva. Era una ladrona.Una ladrona. Eso es lo que soy ahora.Las once y cuarenta y cinco de la noche marcaban las manecillas del reloj en su habitación. Quince minutos. Tenía quince minutos para llegar al ala norte sin ser vista. Cerró los ojos y repasó mentalmente el mapa del palacio que había memorizado durante sus días aquí. Tres pasillos principales. Dos escaleras. El ala norte, tercer piso, detrás de la biblioteca.Abrió su puerta con cuidado, asomándose al corredor. Vacío. Las velas en los candelabros proyectaban sombras danzantes contra las paredes de mármol. Se deslizó fuera, manteniéndose pegada a las columnas, moviéndose de sombra en
La sangre nunca miente, pero los vivos sí.El cuchillo presionaba contra la garganta de Lila, justo sobre su pulso. Una línea delgada de sangre corría por su cuello pálido.—Suéltala —la voz de Aria salió ronca, quebrada—. Te daré lo que quieras.Viktor sonrió, esa sonrisa terrible que Aria conocía demasiado bien.—Oh, lo sé. Por eso estamos aquí, Princesa Arianna —pronunció su nombre real como si fuera veneno—. ¿Cuánto tiempo creíste que podrías esconderte? ¿Meses? ¿Años?—¿Qué quieres?—Información. Acceso. Secretos —Viktor apartó el cuchillo ligeramente, pero no lo guardó—. Este palacio guarda algo que mis empleadores necesitan. Y tú me lo conseguirás.—¿Qué empleadores?—Eso no te incumbe. Solo necesitas saber esto: cada día que pasa sin que me traigas lo que pido, tu hermana pierde un dedo. Después de los diez dedos, empezaré con otras partes.Lila gimió detrás de la mordaza, sus ojos vendados llorando.—Eres un monstruo.—Soy un hombre de negocios —Viktor se encogió de hombros—.
Último capítulo