Ava Campbell necesitaba un cambio en su vida después de terminar con su novio de 5 años, así que decidió irse a Italia sin nada más que sus pertenencias y un poco de dinero. Poco tiempo después se puso a buscar trabajo para sobrevivir y gracias a una amiga consiguió empleo de niñera para uno de los hombres más ricos y atractivos de Italia. Alessandro De Luca a sus 38 años no tiene tiempo para romances. Su matrimonio terminó de la peor manera posible y le dejo dos hijos que aunque ama con todo su corazón se vieron arrastrados en un infierno de divorcio. ¿Qué pasará cuando conozca a la nueva niñera de sus hijos?
Leer másAva estaba nerviosa. El trabajo ya era suyo o eso le dijo su amiga cuando le contó que le había encontrado un empleo. No conocía a Lia desde hace mucho tiempo, para ser exactos, solo había pasado un mes desde la primera vez que la vio; pero confiaba en ella plenamente. Así que si ella había dicho que el trabajo era suyo, así era. Sin embargo, eso no significaba que no la podían despedir apenas la vieran.
Ella sabía poco o casi nada de su nuevo jefe. Lia le había comentado que Alessandro De Luca era un empresario millonario que hace poco se había divorciado y que debido a su ocupada vida necesitaba de una niñera para cuidar a sus dos hijos. A ella le sorprendió que la escogieran de entre tantas candidatas. Su amiga le mencionó que su título de profesora de primaria le había ayudado bastante.
Ava se limpió las manos en los pantalones, tomó un respiro profundo y tocó el timbre. No pudo impedir que una de sus manos se moviera hasta sus lentes para subirlo por su nariz; era un tic nervioso que había adquirido desde muy pequeña y que nunca se había ido.
—Buongiorno signorina —la saludó una mujer de alrededor de 50 años en cuanto la puerta se abrió.
—Buenos días. Soy Ava Campbell, la nueva niñera —se presentó.
—Claro, pase por favor —respondió la mujer con una sonrisa amistosa—. Los niños están en la escuela por ahora y su padre en el trabajo. Me dejaron indicado de decirle de qué aproveche para instalarse. El señor llegará un poco antes de lo usual para hablar con usted personalmente.
Ambas caminaron a través de la casa y luego por un corredor hasta detenerse frente a una puerta. No pudo evitar fijarse en que la casa era enorme y hermosa.
—Esta de aquí es su habitación —le indicó la mujer apuntando a una puerta de madera con diseño intrincado—. Si desea algo estaré en la cocina. Por cierto mi nombre es Beatrice.
—Un gusto —respondió ella.
Con un movimiento de cabeza la señora desapareció.
Ava miró a la mujer alejarse y luego abrió la puerta. La habitación la dejó con la boca abierta. Su nueva habitación era dos veces más grande que la que tenía en casa. Un armario estaba en una de las esquinas, no estaba segura de que pudiera llenarlo alguna vez con la poca ropa que tenía. La cama se encontraba hacia una de las paredes y tenía un cubrecama en un color rosa que podría haberse visto infantil, pero que por el contrario le daba un estilo elegante a todo el lugar y además la invitaba a tomar una pequeña siesta.
Sacudió la cabeza, ya habría tiempo para dormir más adelante.
Acomodó sus cosas lo más rápido que pudo, aunque prefirió no desempacar hasta haber hablado con su nuevo jefe. Todavía se sentía insegura.
Salió rumbo a la cocina. No estaría mal obtener un poco más de información antes de encontrarse con su jefe o los hijos de este.
Cuando entró a la cocina vio a Beatrice caminando de un lado para otro. Cortaba algunos ingredientes y revolvía alguna especie de salsa hirviendo en una olla.
—¿Hay algo en qué la pueda ayudar? —preguntó.
Ava odiaba la idea de estar mirando sin hacer nada. Nunca había sido una chica muy tranquila. Tenía 23 años y no recordaba una sola vez que había estado quieta. Su madre siempre le estaba diciendo que ella había nacido para moverse.
Beatrice debió notar sus ganas de ayudar porque, aunque parecía haber estado a punto de negarse, apenas unos segundos después le indicó que le ayudará a picar las verduras para la ensalada.
—¿Cómo se llaman los niños? —preguntó Ava mientras ambas seguían en lo suyo.
La cocinera soltó una pequeña risa antes de responder.
—Esos pequeños pillos —dijo con un brillo de cariño en los ojos—. El mayor se llama Fabrizio y tiene 8 años, es el más tranquilo de los dos y le va muy bien en los estudios. El segundo es Piero de 5 años, él tiene demasiada energía y siempre está haciendo una que otra travesura. No dejes que ninguno te engañe con su carita de inocente.
—No lo haré —respondió con una sonrisa.
—¿Ava, puedo decirte algo?
—Por supuesto.
—Ten un poco de paciencia con ellos. La última niñera no soportó sus bromas y les dijo cosas que no se les dicen a un niños. Ellos han pasado por mucho en el último año, necesitan a alguien que los entienda.
No había palabras para demostrarle que ella no era como la antigua niñera así que solo asintió.
Ava aún no conocía a los niños en persona, pero, por como Beatrice hablaba de ellos, ya comenzaba a sentir cariño por ellos. Aunque para ella entregar su afecto nunca era difícil y a veces terminaba lastimada por eso. Un claro ejemplo de eso era lo sucedido con su exnovio.
Había estado cinco años con él y le dio cada pizca de su amor. Un día se enteró que mientras ella se imaginaba estar juntos para toda la vida, él estaba saliendo con cuanta mujer le dejara meterse entre sus piernas. Marc la había culpado, alegando que necesitaba descargar la frustración sexual con alguien ya que ella no parecía querer tener sexo con él en un futuro cercano. Esa fue la última gota que derramó el vaso. No se molestó en responderle, esperó a que se fuera del departamento que compartían, agarró sus cosas y se fue con la determinación de no volver nunca. Ava no era una persona que perdonara cosas como esas.
Marc no había entendido el mensaje. Él empezó a llamarla todos los días sin parar. Cuando cambió de número de celular comenzó a aparecer en casa de sus padres tratando de hablar con ella. Ava podría ser ingenua, pero no una completa estúpida. No le dio la oportunidad de hablar con ella. Un día alistó una maleta, su pasaporte y el poco efectivo que le quedaba después de pasar un tiempo sin trabajar y viajó a Italia. Siempre había querido conocer ese país y qué mejor oportunidad que esa.
Cuando llegó no sabía a dónde ir. Pasó la primera semana durmiendo en un hotel barato. Allí fue donde conoció a Lia. Ella era recepcionista del hotel y, tan pronto como entablaron un poco más de conversación, se hicieron amigas.
Ava le contó su historia y Lia le ofreció un lugar para quedarse, aunque le advirtió de que solo le podía ofrecer el sofá de su pequeño departamento. Ava había tenido cierto recelo al principio y no por dormir en un sofá, sino que tenía miedo de terminar como otra estadística en la lista de turistas que desaparecen cada año. Al final se dejó llevar por su instinto y aceptó.
Esa definitivamente fue la mejor decisión que había tomado. Lia no solo le había dado un lugar donde quedarse, también le había ayudado a conseguir un trabajo.
Beatrice y Ava se enfrascaron en una conversación de cosas sin mucha importancia. Ava se dio cuenta de que Beatrice era una mujer muy dulce y amigable, ella no llevaba ni medio día conociéndola y solo había recibido un buen trato de su parte.
—Creo que hemos acabado antes de tiempo—anunció la mujer terminando de acomodar todo en su sitio—. Y todo gracias a tu ayuda. Gracias, muchacha.
—No tiene por qué agradecer, me hubiera aburrido sentada en una esquina sin hacer nada ¿A qué hora llegarán los niños?
—Dentro de una hora. —En cuanto Beatrice terminó de hablar se escuchó la cerradura de la puerta abriéndose—. Ese debe de ser el señor —explicó.
Casi había logrado adquirir tranquilidad para ese momento, pero en cuestión de segundos la perdió. El corazón de Ava comenzó a latir desbocado y las palmas de sus manos comenzaron a sudar nuevamente. No tenía idea de porque tenía nervios. Por lo poco que Beatrice había hablado de su jefe, él no parecía un mal hombre.
Los pasos sonaron más cerca y de pronto un hombre enfundado en un traje hecho a medida apareció en la cocina.
Alessandro De Luca era un hombre imponente de al menos 1.85 de altura, tenía el cabello negro al igual que los ojos, su piel era morena clara, tenía una nariz respingada, unos pómulos prominentes y una mandíbula cuadrada. Aunque la ropa no le permitía verlo mejor, podía apostar que, detrás de ella, había un cuerpo bien definido. Era atractivo.
Él la observó con detenimiento sin revelar ningún atisbo de lo que pasaba por su cabeza y eso solo la ponía más nerviosa.
Ella se preguntó si su ropa era la adecuada. Beatrice no le había dicho nada al respecto; pero tal vez debía de haberse vestido más formal.
Ava llevaba el pelo en una cola de caballo alta y estaba usando un suéter amarillo, jeans y unas zapatillas. Después de todo estaba allí para cuidar de los niños y su ropa le permitiría involucrarse en cualquier actividad con ellos. Pero ahora, con la mirada evaluativa de Alessandro sobre ella, se preguntaba si había tomado la decisión correcta.
—Señor, buenas tardes. Ella es Ava, la nueva niñera de los bambinos —explicó Beatrice rompiendo el silencio.
—Señor, buenas tardes —saludó Ava encontrando su voz.
Él solo asintió la cabeza y pasó unos cuantos segundos más antes de que al fin dijera algo.
—Acompáñame a la oficina, mientras más rápido terminemos con los asuntos oficiales, mejor —su voz era profunda y gruesa, digna de un hombre con su apariencia.
Un calor desconocido recorrió el cuerpo de Ava.
Alessandro se dio la vuelta sin asegurarse de si ella lo seguía. Con el aura que emanaba era más que obvio que estaba acostumbrado a dictar órdenes y que el resto las cumpliera sin vacilar.
«Típico millonario. Guapo, pero arrogante», pensaba ella mientras caminaba detrás de él.
No pudo impedir que su vista bajara hasta su trasero. ¿Acaso todo era perfecto en ese hombre? Él llenaba perfectamente el pantalón.
Estaba tan perdida en sus pensamientos que no se dio cuenta de que Alessandro se había detenido y se estrelló contra su sólida espalda.
—Lo siento —fue lo único que puedo decir mientras su rostro se ponía colorado y retrocedía de inmediato.
Nunca se había caracterizado por ser de esas muchachas tímidas que se sonrojaban con facilidad; sin embargo, allí estaba, comportándose como una colegiala ante el chico que la gusta. No es que Alessandro le gustará… Él era atractivo y eso la ponía nerviosa.
Alessandro la miró con una ceja alzada mientras volvía a evaluarla.
Su mirada lejos de hacerla sentir incómoda, calentaba lugares específicos de su cuerpo. Trató de no darle muchas vueltas a los estragos que él causaba en ella. ¡Por dios! ¡Era su jefe! Debía controlarse mejor.
Después de un rato él sacudió la cabeza y abrió la puerta, invitándola, con una mano, a pasar.
—¿Me va a despedir? —preguntó sin poder contener más su nerviosismo.
Alessandro pasó por su costado hasta colocarse detrás de su escritorio.
—Tome asiento, por favor —indicó él en lugar de responder su pregunta.
Ava necesitaba moverse o al menos quedarse de pie para controlar sus crecientes nervios; pero obedeció y caminó hasta sentarse frente al escritorio.
—¿Qué le hace pensar que la despediré en su primer día de trabajo? —preguntó él sentándose en su silla e inclinando la cabeza hacia un costado.
—Es solo que no ha dicho nada desde que llegó y tal vez es porque no le agradé y está pensando despedirme —soltó casi sin respirar mirando alrededor solo para evitar distraerse con la intensa mirada de Alessandro.
Él demostraba total confianza y se veía más imponente detrás de su escritorio. Definitivamente ese era su ambiente.
—No, no voy a despedirte —respondió él.
Ella soltó el suspiro que no sabía que estaba conteniendo y sus nervios disminuyeron un poco, no mucho. Era difícil estar tranquila ante alguien con un magnetismo como el de Alessandro.
—Gracias —susurró.
Ava quería darse un golpe por no poder dejar de actuar con timidez.
—Ahora que eso está claro pasemos a lo importante. —Alessandro colocó los codos sobre la mesa y enlazó las manos delante de su rostro—. Como se te informó tengo dos hijos que necesitan una niñera. Tu función de lunes a viernes será la de prepararlos para la escuela, esperarlos a su retorno y en la tarde encargarte de ellos. Los sábados los llevarás a sus clases de natación por la mañana. Tus días libres son el sábado por la tarde y el domingo todo el día. Ya conociste a Beatrice, ella trabaja hasta las 4 de la tarde y luego se va, pero se encarga de dejar la cena lista.
—Está bien —asintió ella.
—Su madre solo tiene permitido llevarlos los fines de semana. Si aparece en medio de la semana aquí, se me debe informar inmediatamente. Ella podrá verlos siempre y cuando yo esté al tanto.
Ava volvió a asentir. Aunque la curiosidad por saber un poco de la madre la estaba matando, se recordó que no era su asunto y guardó silencio.
—¿Hay algo más? —preguntó cordialmente.
—Tu sueldo se te pagará cada fin de mes, el monto ya se te fue informado. —Claro que se le había informado.
Se había reunido con el abogado de su jefe el día anterior. Todo el tema legal, incluido el sueldo, había sido aclarado. Ava casi se había ido de espalda al saberlo. Su sueldo de profesora de primaria no se le acercaba ni de lejos.
—Sí, señor.
Él se la quedó viendo serio.
—Procura llamarme por mi nombre, sobre todo delante de los niños.
Ella asintió con un movimiento de cabeza.
Ambos se pusieron de pie y Alessandro le ofreció una mano. Ella la estrechó ignorando lo mejor que pudo el escalofrío que la recorrió al tocarla. Luego se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta.
—Una cosa más. —La voz de Alessandro la hizo detenerse a medio camino y girar la cabeza expectante de la indicación—. Jamás les digas a los niños algo que hiera sus sentimientos. Puedo aceptar que los regañes ante un mal comportamiento; pero jamás los ataques de ninguna manera. Si eso llegara a ocurrir considérate desempleada por el resto de tu vida.
A Ava no le pasó desapercibido la amenaza implícita en sus palabras y se la tomó muy en serio. Era obvio que para Alessandro sus hijos eran muy importantes.
Alessandro observó a Ava correr detrás de sus hijos, por la orilla de la playa. Piero y Fabrizio riendo a carcajadas, más felices de lo que nunca habían estado. Era así como cualquier niño debía pasar su infancia. Libres de preocupaciones. Él disfrutaba de verlos pasar tiempo juntos. Cada momento era único y valioso. Estaban pasando el fin de semana en la casa de playa que habían adquirido recientemente. A veces él necesitaba alejarse de la ciudad y aislarse junto a su familia. Así que se incluían en la casa del lago o cerca del mar. Alessandro apagaba el celular y dejaba a su secretario a cargo de todo. Con el tiempo sus empleados y socios se habían acostumbrado a esta nueva faceta de él. Siempre había amado a su familia, pero desde que se había casado se tomaba más tiempo libre. Ava y sus hijos lo significaban todo para ella. A algunos podría no resultarles muy agradable la idea de que no los atendiera por estar con su familia, pero nadie diría nada mientras necesitaran de él. Él
Ava se miró al espejo y sonrió. Nada podría arruinar ese día. No importa qué, para ella sería un día perfecto y no porque Alessandro se había encargado de darle una boda sacada de una revista de bodas. No. Lo único que a ella le importaba era la persona que le esperaba en el altar, la persona a la que uniría su vida. Había cerca de 500 personas, poco si considerabas que se trataba de la boda de uno de los hombres más ricos del país, y a ella solo le importaba una sola persona en este momento. Si hubiera sido por ella se habría casado con tan solo su familia y amigos presentes. No sabía casi nada de los invitados a su boda y ellos no sabían nada sobre ella. Había sido Alessandro quién había insistido en que invitaran al menos a un grupo de personas con poder en el medio, pero también consideradas. No quería que nadie divulgara falsa información de que la estaba manteniendo en secreto y que era por eso que la boda se había llevado casi a escondidas. A Ava poco o nada le importaba, pero
Decir que Ava estaba feliz sería un eufemismo. Todo estaba saliendo a la perfección. Alessandro estaba haciendo lo posible por darle la boda de sus sueños. Además de asegurarse que no se esforzara demasiado. A veces exageraba un poco. Bastaba que ella mostrara signos de estar cansada y la sacaría de cualquier lugar sin importarle lo demás. Lo cual no era del todo productivo porque se iban a casar dentro de una semana y según la organizadora aún había varios detalles por pulir. La mujer era la mejor en su trabajo, pero necesitaba relajarse un poco. La de la boda era ella, pero la más estresada era su organizadora de bodas. No entendía como la mujer se sometía a eventos de esa magnitud una y otra vez voluntariamente. Lo bueno es que cada vez estaban más cerca del gran día. Cuando Alessandro le dijo que quería casarse dentro de un mes, ella no pensó que fuera mala idea. Era claro que no estaba en mejor momento. Una boda requería demasiada organización. Ni siquiera con todo un batallón
Giovanni abrió la puerta del auto y la mantuvo sujeta mientras los niños y Ava bajaban del auto. Ella se arrastró por el asiento y miró hacia afuera. Ese era el próximo paso. Quería decir que se sentía segura, pero no era del todo cierto. Esa sería la forma de confirmar todos los rumores o al menos los más importantes. Hace una más de una semana habían llegado de Francia y al día siguiente de su llegada muchas de las revistas habían mostrado fotos de ella y Alessandro caminando por Jardin des Tuileries. Para ser sincera Ava no había pensado que alguien los podía seguir en otro país, pero tal vez debería haberlo supuesto. No se habían alejado demasiado de casa, todavía podían reconocerlos. Ahora su posible embarazo era el titular de muchas revistas de chismes. Eso junto a algunas suposiciones de que Alessandro no se quería hacer cargo del bebé. Si supieran que ella había rechazado casarse con él, tal vez el tono de las noticias hubiera sido diferente. Ava sonrió ante sus propios
Cuatro días. Tan solo cuatro días. Ese era el tiempo que Matteo había aguantado hospitalizado antes de pedir su alta. De hecho habían sido dos días, pero Ava le había lanzado una mirada mortal que él no había tenido más remedio que callar. Pero al cuarto día, mientras Alessandro y ella aún estaban en el hotel, Matteo había aprovechado para hacer que el doctor firmara su alta. Cuando llegaron al hospital, él ya estaba esperándolos cambiado con una muda de ropa diferente a la bata de hospital y una sonrisa presumida. —¿Qué se supone que estás haciendo cambiado? —preguntó Ava. —El doctor acaba de firmar mi alta. Dijo que estaba lo suficientemente bien para irme a casa. Ella ni siquiera lograba entender cómo había logrado que eso sucediera un día domingo, pero no le sorprendería saber que Matteo había utilizado alguna de sus influencias y que probablemente había sobornado a algunas personas. —¿De dónde sacaste esa ropa? —Del equipo de seguridad, se los pedí y me lo trajeron de inme
Ava despertó al sentir un cosquilleo a lo largo de su espalda. Sonrió al darse cuenta que eran besos. —Podría acostumbrarme a despertar así. —Es hora de levantarse —anunció Alessandro depositando un último beso en su espalda. —¿Qué hora es? —preguntó ella, reacia a moverse. Ava estaba perfecta donde se encontraba. Se acomodó mejor y sonrió aun sin abrir los ojos. —Cerca de las siete de la mañana. No entendía porque la despertaba tan temprano. Aunque él se escuchaba tranquilo por un segundo pensó que tal vez algo había pasado con su hermano. —¿Todo bien con Matteo? —Sí, hablé con él hace un rato. —Ava recuperó la calma—. No paró de quejarse sobre lo mucho que odia quedarse en cama. Ambos se rieron. No le sorprendería que Matteo ya estuviera trabajando desde su cama en la clínica. Si en algo eran muy parecidos los hermanos De Luca, era respecto a los negocios, no sabían cuándo parar. Matteo necesitaba una mujer que le enseñara a parar. Ava giró su cabeza hacia Alessandro.
Último capítulo