El auditorio de la escuela primaria Sunshine Hills rebosaba de padres ansiosos, armados con cámaras y sonrisas de anticipación. Thomas se ajustó la corbata por tercera vez, sintiendo que el nudo se apretaba como sus nervios. Cassandra, a su lado, mantenía la vista fija en el escenario vacío.
—Gracias por invitarme —susurró él, inclinándose ligeramente hacia ella.
Cassandra asintió sin mirarlo. —Ella ha trabajado mucho en esto. Todos los niños presentarán algo, pero... —hizo una pausa, como si dudara en continuar— su poema es especial.
El murmullo de la audiencia se apagó cuando la directora subió al escenario. Thomas apenas escuchó su discurso de bienvenida. Su mente vagaba entre el presente y los diez años perdidos, preguntándose cuántos recitales, cuántas primeras veces se había perdido.
Uno a uno, los niños fueron presentando sus trabajos. Algunos cantaron, otros recitaron, algunos mostraron dibujos. Thomas aplaudía mecánicamente, su corazón acelerándose a medida que se acercaba el