Mundo ficciónIniciar sesiónUna noche de copas cambió el destino de Aitana Ferrer. Se entregó a los brazos de un desconocido sin saber que era Sebastián Belmonte, el temido CEO de la empresa rival de su familia y el enemigo declarado de su abuelo. Cuando descubre que está embarazada, no tiene opción: guardar silencio y desaparecer de su vida. Durante seis años, vive con el peso de un secreto y la promesa de proteger a su hija de las guerras del poder. Pero la muerte de su abuelo cambia las reglas del juego. Por fin puede decir la verdad. Por fin puede mirar a Sebastián a los ojos… aunque eso signifique desatar un huracán entre dos familias enfrentadas. Los Belmonte no perdonan. Y mucho menos aceptan. Pero Sebastián no está dispuesto a perder a su hija, ni mucho menos a la mujer que aún no logra olvidar. Entre venganzas, herencias y un amor que se niega a morir, Aitana y Sebastián deberán enfrentar la pregunta más difícil de todas: ¿El amor puede sobrevivir a la traición, o hay secretos que matan incluso lo que el tiempo no ha podido borrar?
Leer másAitana apuró el último sorbo del cóctel entre sus dedos mientras el hielo tintineaba en el vaso como si también estuviera a punto de quebrarse. Sus ojos, delineados y cansados, se perdieron entre las luces neón del bar. El lugar estaba lleno de risas, cuerpos danzando sin sentido, y de ilusiones rotas como la suya.
—¿Sabes? Estoy empezando a pensar que estás demasiado borracha —gruñó Ariadna, su mejor amiga, mientras la miraba con el ceño fruncido—. Deja de beber por el amor de Dios. No quiero terminar recogiendo tus pedazos esta noche. —Estoy bien. —Aitana rodó los ojos—. Puedo cuidarme sola. Como siempre. Pero en realidad no lo estaba. Porque el chico que le gustaba, ese con quien fantaseó durante meses en los pasillos de la universidad, resultó tener novia. Y no una novia cualquiera. Una de esas perfectas, con piernas largas y sonrisa de revista. —Señorita… —interrumpió el bartender, apoyando un nuevo vaso frente a ella—. Le han enviado esta bebida. El caballero del traje azul… justo allí. Aitana alzó la vista. Y ahí estaba. Un hombre que parecía sacado de una campaña de fragancias caras. Elegante, sereno, con el tipo de mirada que no pregunta, ordena. No pertenecía a ese bar… ni a su vida. —¿Podrías agradecerle de mi parte? —dijo ella, sorprendida de que alguien como él se hubiera fijado en ella justo cuando se sentía más invisible. —¿Así que eso es lo que necesitabas para animarte? —se burló Ariadna—. No voy a negarlo: está guapísimo. Pero no olvides que tu abuelo te arranca la cabeza si llegas tarde otra vez. —Mi abuelo quiere controlarlo todo. Como si yo fuera otra de sus inversiones. —Aitana bebió con rabia—. Pero ya no soy una niña. Tengo veinte años. Tengo derecho a equivocarme. —Si te digo quién viene hacia acá, no me lo vas a creer… —murmuró Ariadna con un tono entre travesura y advertencia. Aitana giró la cabeza lentamente. El hombre del traje azul se acercaba. Cada paso suyo parecía ensayar el desastre. Y sin embargo, no se apartó. No podía. —Buenas noches, señorita —saludó con voz grave, segura—. Vi que aceptaste mi bebida. Soy Sebastián. Aitana no pudo evitar sonreír. Sintió una punzada inexplicable en el estómago, como si lo conociera de otra vida. —Aitana —respondió—. Gracias por el detalle. Muy caballeroso de tu parte. La chispa entre ellos fue inmediata, fulminante. Con una mirada, le hizo entender a Ariadna que debía dejarlos solos. Ella se despidió con una sonrisa y una advertencia muda: Ten cuidado. El resto de la noche fue un torbellino de piel, risas y deseo. Apenas recordaba cómo salieron del club. Solo sabía que la habitación de hotel tenía sábanas blancas, luces tenues y besos que le arañaban el alma. Hicieron el amor como dos desconocidos que se reconocen en la oscuridad. Fue rápido, salvaje, inevitable. No hubo tiempo para preguntas, ni para condones. Solo para olvidar. Para sentirse vivos. Cuando despertaron, ya era de día. No hubo promesas. Ni números. Solo silencio y una despedida incómoda. Como si nunca hubiera pasado nada. Como si todo fuera un espejismo. Y eso habría sido todo. Hasta que, semanas después, Aitana comenzó a sentirse… diferente. —¿Estás segura? —preguntó Ariadna, mientras sacudía nerviosa la caja de la prueba de embarazo—. Aitana… esto no es una gripe. —No puedo ir al hospital. Si doy mi apellido, van a saber quién soy. Y si mi familia se entera… estoy muerta. —Entonces haremos esto a la antigua. Aquí mismo. Aitana esperó en el baño, con el corazón martillándole el pecho. Cerró los ojos con fuerza, como si eso pudiera cambiar el resultado. Como si todo fuera solo una pesadilla más. Dos líneas. Dos malditas líneas. —Lo siento, amiga… —susurró Ariadna, mostrando el test con las manos temblorosas—. Es positivo. Aitana se desplomó en el suelo, como si le hubieran cortado los hilos. Comenzó a llorar con tanta fuerza que sintió que se rompía por dentro. —Arruiné mi vida. Mi carrera. Todo. ¿Qué voy a hacer ahora? —Tranquila —la abrazó Ariadna, conteniendo su propio llanto—. No estás sola. Pero necesito saber algo… ¿sabes quién es el padre? —Sí… Es el chico del bar. Sebastián. Ariadna se apartó un poco. —¿Y piensas buscarlo? —Tengo que hacerlo. No sé qué otra cosa hacer… Con el estómago en un nudo y la dignidad colgando de un hilo, Aitana buscó a Gabriel, uno de los estudiantes de economía más conocidos. —Hola, Gabriel… ¿tienes un momento? —Qué sorpresa. Claro. ¿Todo bien? —Necesito saber algo. Estaba contigo esa noche en la discoteca Lights. ¿Recuerdas al chico con el que estuve bailando? Gabriel soltó una carcajada. —¿El tipo con el que desapareciste después de comértelo a besos frente a todos? —No es gracioso. Necesito saber su nombre. Gabriel la observó con una ceja alzada. Luego bajó la voz. —Te lo diré. Pero solo porque me caes bien. Se llama Sebastián Belmonte. El mundo se detuvo. Aitana sintió cómo la sangre se le iba de la cara. No podía ser. No él. —¿Belmonte? ¿De los Belmonte? Gabriel asintió. —El mismo. El heredero de uno de los imperios más grandes de la industria alimentaria. Y, si no me equivoco… el enemigo número uno de tu abuelo. Aitana se tambaleó. Estaba embarazada del heredero de la familia que su abuelo juró destruir. Y nada… absolutamente nada volvería a ser igual.SebastiánLa revelación de Julián, detonada en el antiguo apartamento de Ferrer, desarmó a Mario Durán de la forma más brutal: la verdad sobre la doble traición. Eliseo le robó el dinero; Volkov le robó el alma.—¡Volkov! ¡Ese espía! —rugió Mario, el dolor y la furia compitiendo en su rostro. La patente robada por Eliseo era una herida, pero la traición de Lina con Volkov era una puñalada.—Volkov te usó, Mario —dijo Aitana, acercándose a su padre con cautela—. Él se alió con Elena y te arruinó. No te concentres en la venganza. Céntrate en la justicia.—La justicia... La patente B5 es mía. La cofundación de Ferrer me pertenece. Y no aceptaré limosnas.—No te ofrecemos limosnas —dije, sintiendo la tensión—. Te ofrecemos sociedad.—¿Sociedad? ¿Con los herederos de los traidores?—Con los herederos de la verdad. Isabella Holdings te necesita. Tu mente es invaluable. Si retiras la demanda, te ofreceremos el título de Cofundador Honorario de Isabella Holdings, con el 50% de las acciones de
AitanaEl terror que sentí al leer la carta póstuma de Arturo no era por la amenaza a la corporación, sino por la figura de mi padre biológico, Mario Durán. El hombre que Eliseo Ferrer había pintado como un espía inestable y mi madre, Lina, como un genio traicionado, no estaba muerto. Estaba esperando en las sombras, listo para cobrar la póliza de seguro de vida que Elena había orquestado como una garantía macabra para mantenernos unidos.—¡Elena! Incluso muerta, sigue manipulando nuestros hilos —dije, arrugando la carta.Sebastián, el nuevo Copresidente de la Fundación Ética, apretó los puños. —La póliza es el cebo. Elena sabía que si Mario creía que la única forma de cobrar era tu muerte, él nos buscaría. Es su última jugada para enfrentarnos al enemigo más peligroso.—Mario Durán es un fantasma, Sebastián. Es un genio de la seguridad y el engaño. Lo único que tenemos es la advertencia de Arturo.Isabella, la nueva CEO, entró en el despacho. Su expresión era seria, reflejando la mad
SebastiánEl final del juego contra Viviana Castro y Eva Larsen consolidó la victoria de Isabella Holdings. El escándalo no hundió a la corporación; la reafirmó, probando que la transparencia y la lealtad podían prevalecer sobre el caos. Erik Halvorsen, en lugar de convertirse en el traidor, se convirtió en el custodio de la ética tecnológica, asegurando que el Procesador G9 se usara para el progreso, no para la guerra.Habían transcurrido diez años.Isabella Belmonte-Doria cumplía veinte años. Era una joven brillante, graduada con honores en economía y tecnología. El destino la llamaba a tomar un papel activo en la corporación que llevaba su nombre y que se había forjado con el fuego de su linaje.Mi vida con Aitana era la definición de la estabilidad que tanto habíamos anhelado. Habíamos convertido el trauma en propósito.—Hoy es el día, Aitana. Nuestra hija toma su lugar en el trono —dije, mirando los jardines de la mansión.—El trono que le costó la paz a todos nuestros antepasado
ErikLa verdad expuesta por Aitana y Sebastián me golpeó con la fuerza de una traición repetida. Mi exesposa, Eva Larsen, la mujer que había jurado amar hasta que la ambición la llevó a un magnate, ahora trabajaba para Viviana Castro, el enemigo jurado de Isabella Holdings. El resentimiento que sentía por Doria, que me robó mi patente, palideció ante el dolor de ser usado de nuevo, esta vez como un caballo de Troya corporativo.—Ella me usó. Para la estabilidad que el dinero le dio, y ahora, para la venganza que el resentimiento le exige —dije, sintiendo el cinismo helado de esta familia apoderarse de mí.—No tienes que ser un traidor, Erik —dijo Aitana, su voz firme y calmada—. Tienes la oportunidad de elegir la lealtad, algo que todos en esta corporación, en algún momento, perdimos.Sebastián, con el hombro vendado por la cicatriz de Alexander V., se acercó. —Si aceptas el puesto de sucesor, Viviana y Eva te manipularán. Tu nombramiento será la cuña que use Doria para desestabiliza
SebastiánHabían transcurrido cinco años desde la consolidación de Isabella Holdings y el desmantelamiento de las conspiraciones. La paz era palpable, medible en informes trimestrales y el crecimiento exponencial del holding. Isabella, a sus diez años, era la personificación de esa estabilidad: una niña brillante, protegida y consciente de que su apellido, ahora unificado (Belmonte-Doria), representaba una inmensa responsabilidad.El nuevo desafío no era el fraude, sino la sucesión.En un brillante día de primavera, en la sala de juntas del rascacielos de cristal, la junta directiva me entregó una propuesta formal.—Sebastián, el éxito de Isabella Holdings es indiscutible —dijo el presidente del consejo—. Pero la corporación necesita un plan de sucesión a largo plazo. Isabella es joven. Y tú, como CEO y estratega, eres insustituible.—Mi plan es claro. Aitana y yo dirigiremos hasta que Isabella esté lista.—Lo entendemos. Pero el mercado exige un sucesor interino que pueda mantener la
SebastiánLa caída final de Viviana Castro, basada en la evidencia de su propia traición a Volkov y el financiamiento de Doria, marcó el verdadero fin de la guerra. Con Viviana de vuelta en custodia y Alejandro Doria humillado por el escándalo del fraude del Procesador G9, Isabella Holdings se afianzó como la corporación dominante.El último fantasma a desterrar era el más personal: la manipulación de mi madre, Elena. Ella había orquestado mi matrimonio con Aitana, no por amor, sino para enfrentar el caos Belmonte contra el caos Ferrer. El conocimiento de su plan maquiavélico no disminuía mi amor por Aitana, sino que lo hacía más real, una elección forzada que se convirtió en destino.Una mañana, recibimos la noticia: Elena Belmonte había muerto en su exilio en Mónaco. Su corazón, probablemente agotado por décadas de intriga y mentiras, había fallado.El funeral fue un evento sombrío y privado. Solo Aitana, Isabella, Julián, y yo estábamos presentes. Al pie de su ataúd, no había lágri
Último capítulo