El silencio de mi habitación es tan perfecto que da miedo. Solo respiro cuando escucho a Emma girar entre las sábanas, murmurando algo ininteligible en sueños. Su cabello enredado en la almohada, la calma en su expresión… y esa forma de abrazar a su osito viejo como si nada pudiera hacerle daño.
Ojalá fuera así de fácil. Ojalá yo recordara cómo se siente dormir con el pecho liviano y la conciencia en paz.
Me quedo mirándola como una cobarde. Como alguien que prefiere no cerrar los ojos porque sabe que el pasado está agazapado, esperando para saltar. Y lo hace. Cada noche.
—Eres lo mejor que me pasó, Cass —susurra una voz vieja en mi memoria.
La lluvia caía a cántaros, y yo estaba empapada, congelada y tan estúpidamente feliz que no me importaba. Thomas me había besado con esa urgencia que te parte en dos. Como si lo estuviera haciendo por última vez. Y yo… yo le creí cuando dijo que no iba a dejarme nunca.
Mentiroso.
Sacudo la cabeza, como si eso pudiera expulsarlo. No sirve. No ha ser