La nota no tenía remitente, pero sí perfume.
Y no era el mío.
“Él no es quien crees. Protégete.”
Eso decía.
Cuatro palabras clavadas como estacas en mi garganta.
Las leí una, dos, siete veces, como si en algún momento fueran a cambiar de forma. Como si el papel fuera a confesarme quién las escribió, por qué, y sobre todo… por qué justo ahora.
Me apoyé en el marco de la puerta, sin soltar el sobre.
Las manos me temblaban.
No por miedo. No.
Por esa maldita sensación de déjà vu.