Oriana Hart siempre ha sido una joven brillante, con una capacidad asombrosa para anticipar resultados y tomar decisiones acertadas. Su talento no pasa desapercibido, y pronto es contratada por Gabriel Blackwood, el CEO de Blackwood Enterprise, una de las empresas tecnológicas más prestigiosas del mundo. Lo que Oriana no sabe es que este encuentro está marcado por el destino: ella es la reencarnación de un amor perdido de Gabriel siglos atrás, un amor que fue arrebatado por la maldición de una mujer obsesionada con él. Mientras Oriana y Gabriel trabajan juntos, él lucha por mantenerla a salvo, profundizando su conexión pasada, temeroso de que cualquier indicio de la verdad pueda ponerla en peligro una vez más. Sin embargo, el regreso de "ELLA" amenaza con desatar el caos. Solo enfrentando juntos los secretos de su pasado y su vínculo eterno podrán romper la maldición que los persigue desde hace siglos. Una historia de amor, obsesión y redención que desafía el tiempo y las sombras del alma.
Leer másLa luz de la luna se filtraba suavemente por las ventanas del viejo granero, iluminando las vigas de madera desgastada y los sacos de grano apilados en un rincón. Oriana escuchaba su propia respiración entrecortada, mientras las cálidas manos de Gabriel recorrían su rostro con una devoción que le erizaba la piel. Cada gesto era pausado y reverente, como si en cada caricia él quisiera grabar su imagen en la memoria del tiempo.
—Te amo —murmuró él, su voz ronca, cargada de una emoción que parecía contener siglos.
Ella no pudo articular respuesta. Su garganta se había contraído en un nudo de emociones y su cuerpo temblaba bajo el peso de un amor que parecía salido de un sueño largamente anhelado. Con una mezcla de urgencia y ternura, Gabriel bajó sus labios hasta el cuello de Oriana, dejando un rastro ardiente que provocó un gemido en lo más profundo de su ser. Sus dedos, hábiles y pacientes, exploraron cada centímetro de su piel, exceptuando el delicado collar que siempre la acompañaba y que, irónicamente, parecía ser un testigo silencioso de su pasión.
Cuando sus manos se aventuraron a descubrir lo prohibido, Oriana sintió que el mundo iba a explotar de placer. Gabriel trazó lentos círculos sobre su clítoris, despertando sensaciones desconocidas, y cuando insertó un dedo entre sus húmedas paredes, ella se rindió a un torrente de gemidos que llenó el silencio del granero.
En el instante en que sus labios se volvieron a encontrar, el tiempo pareció detenerse. Gabriel la besaba con la intensidad de quien teme que el instante se esfume, y sus manos dibujaban rutas invisibles sobre su piel. Los cuerpos se movían al unísono, en una danza tan antigua como el destino, donde cada caricia y susurro prometía un amor eterno. Oriana se entregó por completo, dejándose envolver por un deseo que trascendía límites.
Los dedos de Gabriel continuaron deslizándose, hasta encontrar aquella calidez que ambos buscaban con desesperación. Un jadeo se escapó de sus labios al sentir que él se convertía en su complemento, su miembro encontrando su lugar natural entre sus piernas. La sinfonía del placer se intensificaba con cada roce, mientras sus labios se posaban en los pechos de Oriana con una devoción que parecía redimir viejas penas. Sus gemidos resonaban por todo el granero, fusionándose con el susurro del viento entre las hojas.
—No hay vuelta atrás después de esta noche —susurró Gabriel, su aliento cálido rozando el oído de ella.
—No quiero volver atrás —respondió Oriana con una convicción nueva, aferrándose a él mientras sus uñas dibujaban una sutil marca en su piel. En ese instante, la pasión y el amor se fundían en un torbellino que desafiaba al tiempo.
Pero cuando el clímax parecía inminente, una extraña frialdad recorrió su cuerpo. Primero fue un escalofrío imperceptible, luego se intensificó, invadiendo cada fibra de su ser. Su respiración se volvió errática, y la visión se le nubló.
—Gabriel… algo… algo no está bien —balbuceó con dificultad.
Él se detuvo de inmediato, el pánico surcando su rostro.
—¿Qué sucede? ¿Te hice daño?
Oriana intentó responder, pero las palabras se ahogaron en su garganta. Un dolor punzante se apoderó de su pecho, como si una fuerza invisible lo comprimiera, mientras un amargo sabor invadía su boca.
—No… no, Oriana, quédate conmigo —suplicó Gabriel, sosteniéndola con delicadeza mientras trataba de arroparla contra su pecho.
El frío se intensificó, y aunque ella trató de aferrarse a su rostro, a sus ojos llenos de lágrimas, la certeza de la inminente pérdida la invadió.
—No… te… olvides… de mí —murmuró con un hilo de voz, antes de que la luz se desvaneciera en su interior.
El grito desesperado de Gabriel llenó el granero mientras el amor de su vida se desvanecía en sus brazos, llevándose consigo la calidez de la existencia.
Días después, la verdad emergió de las sombras. “ELLA”, con una risa amarga y perturbadora, confesó el veneno que había inyectado en Oriana; un veneno mortal que se activaba con las emociones intensas, diseñado para destruir lo que Gabriel más amaba y condenarlo a un dolor sin fin.
Desde aquel fatídico instante, Gabriel juró buscarla sin importar el tiempo ni el costo.
Oriana Hart despertó de golpe, el corazón latiendo con fuerza mientras el sudor perlaba su frente. La luz del sol se filtraba por las cortinas de su pequeña habitación. Al llevarse las manos al pecho, sintió el eco de la angustia que había vivido en su sueño, una pesadilla recurrente que había marcado su existencia durante años. Esa escena, aquel hombre y aquella tragedia parecían ser parte de un pasado del que nunca podía desprenderse por completo.
Miró el reloj de su celular en la mesita de noche. Era su primer día en la nueva oficina y no podía permitirse llegar tarde. Sacudiendo la cabeza para despejar los restos de la pesadilla, se convenció de que ese era su presente: un nuevo comienzo, una oportunidad para dejar atrás las sombras del pasado.
Sin imaginarla, el hombre de sus sueños —y de su pasado— la esperaba, a la vera de un destino del que ella aún no era consciente.
El amanecer apenas tocaba el horizonte, pero el cielo seguía teñido de un gris enfermizo, como si la noche se negara a ceder del todo. Las aves no cantaban. El viento estaba quieto.Y el altar palpitaba como un corazón oscuro.Oriana se encontraba frente a él, de pie ahora, más firme. La noche sin sueño había templado sus pensamientos. Sabía que lo que venía no podía detenerse. Lo único que podía elegir era cómo enfrentarlo.—Está viniendo —murmuró.Gabriel no necesitó preguntar a quién se refería. Lo sentía también.Oscar, apoyado contra una roca, asintió con gravedad.—La figura lo está guiando. No quiere solo el poder de Ethan. Quiere el altar.—¿Y para qué? —preguntó Anita, acercándose con cautela.Oscar cerró los ojos.—Para abrir lo que nunca debió abrirse. Para cruzar un umbral entre planos.Oriana se estremeció. Ese altar no era solo un punto de decisión. Era una puerta.Ethan caminaba como en trance. El bosque a su alrededor se abría solo para él, como si la oscuridad ya lo
El viento era distinto.Soplaba desde el altar con una fuerza contenida, como si el mundo supiera que algo estaba a punto de romperse. Oriana permanecía en silencio, sentada frente a las runas brillantes, sintiendo el pulso de la piedra atravesarle la piel.La marca en su cuello –el collar incompleto– ardía como fuego líquido.—¿Qué más necesitas de mí? —murmuró, su voz apenas un suspiro.El altar no respondió. Solo retumbó en lo profundo de la tierra, como si lo que exigía no pudiera expresarse con palabras. Gabriel se mantenía a unos pasos detrás, tenso, como si temiera que si se acercaba demasiado… también él sería consumido.—¿Es este el lugar donde vas a decidirlo todo? —preguntó, su voz cargada de incertidumbre.Oriana asintió sin mirarlo.—Aquí… o nunca.Muy lejos de allí, "Ella" observaba el mismo cielo. La oscuridad que antes respondía a su voluntad ahora se movía como un animal indomable. El vínculo se estaba debilitando. Lo sabía.Y no solo por Ethan.—Me están abandonando
El nuevo altar no estaba allí el día anterior. Ni el anterior a ese. Ni siquiera en los registros antiguos que Oscar conservaba.Surgido de la grieta abierta en el cielo, el altar se alzaba en medio del claro como si siempre hubiera pertenecido al paisaje… pero nadie lo había visto hasta ahora.Tenía forma circular, tallado en piedra negra y antigua, con símbolos que vibraban como si respiraran. Alrededor, la tierra se marchitaba lentamente, como si la vida retrocediera ante su presencia.Oriana se detuvo a metros de él. Su pecho ardía, el collar palpitando como un segundo corazón.—Este es el lugar —murmuró—. El puente.Gabriel, detrás de ella, frunció el ceño.—¿Puente hacia qué?Ella apenas podía explicarlo. No lo sabía del todo. Pero lo sentía. Era una encrucijada. Un sitio donde el poder podía fluir sin barreras, donde las decisiones no solo cambiaban destinos…Sino que los sellaban.En otro rincón del mundo, Ethan avanzaba con pasos lentos, la oscuridad brotando de su espalda
Ethan respiró hondo.O al menos intentó.El aire que ahora llenaba sus pulmones ya no era el mismo. No tenía aroma, ni calor, ni siquiera textura. Era como si hubiera cruzado un umbral invisible y su cuerpo estuviera hecho de algo distinto.Frente a él, el altar había dejado de vibrar. Las sombras que antes lo rodeaban con hambre ahora lo seguían en silencio, obedientes. Casi… reverentes. Era el nuevo elegido. El nuevo heraldo.A su alrededor, el paisaje había cambiado. El bosque en el que se encontraba parecía dormido, congelado en el tiempo. Ningún pájaro cantaba. Ningún insecto se movía. Las hojas estaban suspendidas a medio caer. El mundo había exhalado… y se había quedado en silencio.Ethan alzó la mano, y al hacerlo, una oleada de energía oscura le recorrió el brazo. Era tangible. Viscosa. Viva. Y él no sabía si era dueño de ella… o si era ella la que lo poseía.Recordó a Oriana. Recordó su rostro. La luz que siempre irradiaba, incluso cuando todo se volvía gris.—¿Qué dir
Un escalofrío cruzó el aire. Las sombras que solían abrazarla como un manto fiel ahora se deslizaban entre sus dedos como humo disperso. "Ella" abrió los ojos. Algo había cambiado.La torre donde solía refugiarse tembló levemente. Las velas negras que nunca se extinguían parpadearon como si algo más fuerte hubiese soplado sobre ellas. Cerró los ojos por un instante. Sintió el vacío. Su conexión con las fuerzas oscuras se debilitaba.—¿Qué has hecho…? —susurró al aire, con un dejo de desesperación en su voz.No recibió respuesta.Las sombras ya no respondían como antes. No acudían al llamado con la misma devoción. Y por primera vez en siglos, tuvo miedo.Había otro. Y no solo otro… había sido elegido.La rabia le atravesó el pecho como un dardo helado. Su figura tembló, no de poder… sino de ausencia de él.—Ethan… —pronunció el nombre con amargura.No lo conocía, no realmente. Solo lo había utilizado cuando le fue conveniente. Un peón. Alguien fácilmente manipulable.Pero la oscurid
El altar de piedra vibraba bajo sus manos. Ethan sentía su corazón latir con fuerza, cada golpe una advertencia, un eco de algo que estaba a punto de cambiar.Las sombras a su alrededor murmuraban, retorciéndose como criaturas hambrientas en la penumbra. Eran antiguas, despiadadas, y ahora lo estaban llamando.Frente a él, una silueta formada de sobras se mantenía firme, su cabello flotando como si la oscuridad misma lo sostuviera. Su rostro estaba parcialmente oculto, pero sus labios curvados en una leve sonrisa lo decían todo.—La elección no es difícil, Ethan. —Su voz era un susurro seductor, pero detrás de su tono había algo más. Algo roto. Algo que suplicaba.Ethan tragó saliva.—¿Por qué yo?Las sombras se estremecieron.—Porque la oscuridad necesita un nuevo heraldo. — La figura inclinó la cabeza, observándolo con detenimiento—. Tú has sufrido, ¿no es cierto? Has vivido en la sombra de los demás, esperando ser visto.Ethan apretó los puños.Era cierto.Siempre había sido el seg
Último capítulo