El otoño había llegado a Riverdale con su paleta de ocres y dorados. Las hojas caían perezosamente sobre la acera frente a "Páginas Compartidas", la librería que Cassandra había inaugurado seis meses atrás. El letrero de madera, tallado a mano por Thomas, se mecía suavemente con la brisa mientras el sol de la tarde se filtraba por los amplios ventanales, proyectando figuras danzantes sobre los estantes repletos de libros.
Cassandra acomodó una pila de novelas recién llegadas mientras observaba a Emma corretear entre las estanterías. A sus once años, su hija se había convertido en una lectora voraz, algo que llenaba de orgullo a su madre. La niña llevaba el cabello recogido en una trenza descuidada, con algunos mechones rebeldes enmarcando su rostro, tan parecido al de Thomas.
—¡Mamá! ¿Puedo llevarme este a casa? —preguntó Emma, sosteniendo un ejemplar de "El jardín secreto" con ambas manos.
Cassandra sonrió, reconociendo la edición ilustrada que había encargado especialmente.
—Claro,