Durante cinco años, creí que lo tenía todo: un amor seguro, estabilidad, un futuro planeado con Manuel, un hombre atento, inteligente y aparentemente perfecto. Todo encajaba, todo era predecible… hasta que descubrí la traición. La máscara de perfección que él llevaba se cayó, y de repente nada de lo que creía seguro tenía sentido. Y justo cuando el dolor todavía ardía, apareció Lorenzo Dimonte. CEO, arrogante, seductor, tan peligroso como imposible de ignorar. Su mirada es un reto, su presencia un desafío, y cada palabra suya despierta en mí algo que ni siquiera sabía que podía sentir. Ahora estoy atrapada entre dos mundos: el de Manuel, la calma que me protegía y parecía hogar… y el de Lorenzo, el fuego que amenaza con consumirlo todo. No sé si acercarme a él será mi salvación o mi perdición, pero lo que sí sé es que, de una forma u otra, cualquiera de los dos podría acabar con todo. Un triángulo de amor, deseo y secretos que amenaza con romper todo lo que alguna vez creí cierto.
Leer másNunca pensé que cinco años podían resumirse tan rápido cuando alguien te roba el suelo bajo los pies. Y sin embargo, ese día descubrí que todo lo que había construido con Manuel podía quebrarse en cuestión de segundos.
Cinco años.
Cinco años de mi vida entregados a un hombre al que creía conocer, a un hombre que pensé que sería mi refugio, mi estabilidad, el compañero perfecto para construir una familia. Manuel… ese médico brillante, encantador, de mirada segura, que alguna vez me juró que yo era su única razón.
Me engañé pensando que éramos felices. No lo niego: yo estaba enamorada. De verdad lo estaba. Cada guardia, cada madrugada compartida en el hospital, cada café a la carrera antes de una cirugía… todo eso me parecía suficiente para sostenernos. Y lo fue, hasta que el mundo me cayó encima con una crudeza que jamás imaginé.
Ese día, además, era especial. Nuestro quinto aniversario. Había pasado toda la mañana con una mezcla de nervios y emoción, porque por fin tenía algo que contarle a Manuel. Algo que había estado guardando como un tesoro.
Estaba embarazada.
Lo había confirmado hacía dos semanas. Todavía no tenía panza, pero mi cuerpo lo sabía. Yo lo sabía. Cada latido de mi corazón me gritaba que no estaba sola, que una nueva vida crecía dentro de mí. Y, aunque me asustaba, me sentía feliz. Quería darle la noticia a Manuel en la cena que habíamos planeado. Imaginaba su sonrisa, sus ojos brillando, sus manos rodeando mi vientre con ternura.
Pero entonces, mientras entregaba mi guardia en el hospital, mi teléfono sonó.
Era él.
—Amor, lo siento mucho —dijo con voz apresurada—. Me salió una emergencia de último minuto. No voy a poder ir a cenar esta noche.
Tragué saliva, forzando una sonrisa que él no podía ver.
—Está bien, Manuel. Lo entiendo. —Mentí. Porque no lo entendía. Pero prefería creer que de verdad era una emergencia.
Colgué y un vacío me invadió el pecho. ¿Cómo iba a darle la noticia ahora? ¿Cómo iba a decirle que íbamos a ser padres si él ni siquiera podía estar conmigo en nuestro aniversario?
Con el corazón encogido, seguí firmando papeles, entregando indicaciones, intentando no pensar demasiado. Pero entonces llegó. Ese mensaje que me destruyó.
Un número desconocido. Una foto.
Era Manuel. Mi Manuel.
En un restaurante elegante.
Besando a otra mujer.
El aire se me fue de golpe. Me faltó el oxígeno. El estómago me ardió. Quise vomitar. Y entonces las manos me empezaron a temblar, la vista se me nubló, las piernas me fallaron.
—¡Isabela! —exclamó Clara, una residente que estaba a mi lado.
—No… —jadeé, llevándome la mano al pecho.
—¿Estás bien? —preguntó Clara, acercándose alarmada.
—No… no puedo respirar… —dije con un hilo de voz.
El aire no entraba. El corazón me latía tan fuerte que pensé que iba a desmayarme. Un zumbido me llenó los oídos, las manos me sudaban, los dedos me temblaban. Ansiedad. Un ataque de ansiedad brutal.
—¡Alguien tráigame agua! —gritó Clara.
Sentí varias manos sujetándome, voces que me hablaban, pero yo solo podía pensar en esa foto. Manuel, su boca, esa mujer. La traición mordiéndome como un animal rabioso.
—Tranquila, respira conmigo —dijo Daniel, otro de los médicos, poniéndose frente a mí—. Inhala… exhala… mírame, inhala… exhala.
Me dio un ataque de ansiedad tan brutal que tuvieron que sentarme en una camilla. Clara me sostenía el cabello, Daniel me agarraba la mano, un enfermero me puso oxígeno. Sentía que me moría, pero lo que en realidad se estaba muriendo era todo lo que yo había construido en cinco años.
—¿Qué pasó? —preguntó Daniel con voz dura, preocupado.
No pude hablar. Pero mi teléfono aún estaba en mi mano. Él lo tomó, vio la foto, y su expresión cambió de inmediato.
—Hijo de… —murmuró apretando los dientes.
Me invadió un llanto silencioso, desgarrador.
—Llévame allí —susurré.
—¿Dónde?
—Al restaurante. Conozco ese lugar. Llévame, Daniel.
Él negó con la cabeza.
—Isabela, estás en shock, no puedes…
—Por favor —lo interrumpí, mirándolo con desesperación—. Necesito verlo. Necesito saber si esto es real.
Él dudó. Me sostuvo la mirada largo rato. Y finalmente asintió.
—Está bien. Te llevo.
Salimos del hospital. El aire frío de la noche me golpeó en la cara, pero no me devolvió el control. Todo me parecía lejano, como si estuviera soñando. Daniel me ayudó a subir a su coche. Yo iba en silencio, abrazándome el vientre con ambas manos. Mi secreto. Mi bebé. ¿Cómo podía estar trayéndolo al mundo en medio de esta pesadilla?
—Isa —dijo Daniel suavemente mientras conducía—. ¿Estás segura de querer hacerlo?
—Sí —respondí, con lágrimas quemándome los ojos—. Necesito la verdad.
Cuando llegamos, el restaurante estaba iluminado con luces cálidas, elegante, perfecto para cenas románticas. El tipo de lugar al que Manuel debería haberme llevado a mí esa noche. El tipo de lugar donde pensaba decirle que íbamos a ser padres.
—¿Quieres que suba contigo? —preguntó Daniel, estacionando.
—No. —Negué con la cabeza, respirando hondo—. Esto es entre él y yo.
Me bajé. Caminé hacia la entrada. Cada paso me pesaba como plomo. Subí a la terraza con el corazón a punto de estallar.
Y allí estaba.
Manuel.
El hombre al que había amado cinco años. El padre de mi hijo.
Sonriendo.
Besando a otra mujer.
Sentí que el mundo se me partía en dos.
Me llevé la mano al vientre. Mi secreto, nuestro bebé, seguía ahí, latiendo dentro de mí. Pero Manuel ya no.
El consultorio se convirtió en un campo de batalla en cuestión de segundos. La mujer rubia que sostenía la foto de Manuel me miraba con una mezcla de desafío y burla, sus labios curvados en una sonrisa sarcástica.—¿Embarazada? —dijo con ironía, alzando una ceja—. Pues yo también… estoy esperando.Mi corazón se detuvo. Por un momento, sentí que la ira y el miedo se mezclaban en un torbellino imposible de controlar.—¡¿Cómo te atreves?! —grité, señalándola con el dedo mientras mis manos temblaban—. ¿Crees que puedes jugar con eso, conmigo y con mi hijo?—¿Jugar? —replicó con desprecio—. Solo digo la verdad. Y si crees que puedes asustarme… te equivocas, Manuel es mío, tenemos tres años viéndonos a tus espaldas, me compro una casa, un auto, somos la familia feliz, solo necesito que te quites de el medio.El calor subió a mi rostro, y la impotencia me volvió temblorosa, me había metido todo este tiempo ¿Pero que era todo esto? ¿Cómo no me dí cuenta? Antes de que pudiera reaccionar, ella
A la mañana siguiente, cuando entré en el hospital, el aire ya estaba impregnado de una tensión inusual. Los susurros resonaban en los pasillos y cesaban bruscamente a mi paso. La gente me miraba con una mezcla de curiosidad, compasión y quizás un toque de escrutinio.Sabía que todo lo ocurrido la noche anterior ya no era un secreto. La farsa de Manuel, la intervención de Lorenzo y mi eventual captura por parte de ese hombre.Apenas crucé la entrada, me encontré con Daniel en el pasillo. —¡Al fin apareces! —exclamó con una sonrisa—. ¿Cómo estás? —Mejor —respondí, devolviéndole una sonrisa ligera. Él me estudió, como si buscara señales de que realmente decía la verdad.—Me alegra verte así. Ven, tenemos reunión en la sala de juntas, luego me cuentas, por ahora enfócate en esto, al parecer han vendido el hospital. —¿Que?—pregunte incrédula, esto era lo que faltaba.Lo seguí hasta la sala. Adentro, varios médicos ya estaban sentados, incluyendo a Manuel. Su mirada me buscó enseguida,
Entrar en la suite presidencial fue como abrir la puerta a otro mundo. Todo brillaba con un lujo elegante, casi intimidante. La alfombra mullida apagaba el ruido de mis pasos, las cortinas largas caían hasta el suelo como cascadas de terciopelo, y el ventanal mostraba la ciudad iluminada bajo la noche. No pude evitar caminar despacio, observando cada detalle, como si aquello no me perteneciera, como si yo fuera una intrusa en un escenario diseñado para alguien más grande, más poderoso. Me senté en la cama enorme, con sábanas blancas impecables, hundiendo los dedos en la suavidad del edredón.Él se apoyó en el marco de la puerta, observándome con esa calma peligrosa que lo envolvía. Sus ojos grises me seguían, calculadores, como si pudiera leerme el alma.El silencio duró unos segundos, hasta que su voz grave lo rompió.—El informe de la investigación mencionaba que estás embarazada.Levanté la vista de repente, con el corazón latiéndome con fuerza. —¿Incluso investigaste esto?—Situa
Manuel me tomó del brazo con brusquedad, tan fuerte que sentí cómo sus dedos se clavaban en mi piel. —¿Qué demonios pasa contigo? —rugió, furioso, con los ojos inyectados de rabia—. ¿Crees que eres tan fácil, que puedes besar al primero que pasa?¿No te da vergüenza?—¡Me estás lastimando! —grité, tratando de soltarme, pero su fuerza era superior a la mía.El desconocido no dudó ni un segundo. En dos pasos se plantó frente a nosotros. Su mirada gris era como un cuchillo.—Ya escuchaste a la dama. Déjala en paz.Manuel lo fulminó con la mirada, aún sujetándome. —Esto no es asunto tuyo.El hombre se burló. —Le hiciste daño a mi empleado. Esto es sobre mí. —Estaba hablando con Manuel, pero sus ojos grises estaban fijos en mí, como para confirmar mi reacción.Me quedé atónito. ¿Empleado?Trató de halarme hacia él otra vez, pero antes de que pudiera reaccionar, todo ocurrió en un parpadeo.El desconocido descargó un puñetazo directo contra la mandíbula de Manuel. El golpe resonó como un c
Había pasado un mes desde la traición. Treinta días, setecientas veinte horas, incontables minutos en los que mi mente se repetía, una y otra vez, la imagen de Manuel besando a otra mujer. Yo trataba de convencerme de que debía seguir adelante, de que mi vida no podía detenerse, pero la verdad era otra: estaba hecha un desastre. Y ahora, con algo más dentro de mí, un secreto que aún no había compartido con nadie, la sensación de fragilidad se multiplicaba.Dormía poco, comía menos. Mis compañeros en el hospital lo notaban, aunque nadie se atrevía a decir nada directamente. Caminaba por los pasillos como un fantasma, con la mirada perdida, con la sensación de que en cualquier momento las lágrimas volverían a traicionarme. Y aunque la vida me pedía que me cuidara, el peso que llevaba en mi vientre me recordaba que ya no estaba sola, que mis decisiones afectaban a otro ser.Manuel, en cambio, parecía más presente que nunca. Había cambiado su turno, lo había alineado con el mío, y eso me
La terraza se volvió un cementerio de sonidos. El murmullo del restaurante desapareció, las risas se apagaron, el aire quedó suspendido en mi garganta. Manuel me miraba como si hubiera visto un fantasma, con los ojos desorbitados, la copa de vino aún en la mano. Yo estaba de pie frente a él, clavada al suelo, con el corazón latiendo tan fuerte que sentía que iba a estallar.—¿Qué… qué haces aquí? —balbuceó, poniéndose de pie de inmediato.—¿Qué hago aquí? —mi voz salió rasgada, temblorosa, pero firme—. Manuel, llevo cinco años preguntándome qué hago contigo. Y creo que esta es la respuesta.La mujer que estaba con él —cabello castaño, labios rojos perfectos— me observaba con una mezcla de incomodidad y superioridad. Ni siquiera intentó ocultar la mano que aún descansaba sobre la mesa.—Yo puedo explicarlo… —empezó Manuel, dando un paso hacia mí.Retrocedí. Levanté la mano como si su sola cercanía me quemara.—No te acerques. Ni un paso más.La rabia contenida me hacía vibrar, pero deb
Último capítulo