El cementerio se extendía bajo un cielo gris perla, como si las nubes hubieran decidido vestirse de luto para acompañarlos. Cassandra avanzaba por el sendero de grava con paso firme, sosteniendo un ramo de lirios blancos contra su pecho. Thomas caminaba a su lado, guardando una distancia prudente, con un pequeño ramo de rosas pálidas en la mano. El silencio entre ellos era denso pero no incómodo, como si ambos entendieran que algunas conversaciones necesitan un escenario adecuado.
—Es aquí —dijo Cassandra deteniéndose frente a una lápida de mármol gris con letras doradas que rezaban "Elena Morales, amada madre y abuela. Tu luz permanece en quienes te amaron".
Thomas se quedó unos pasos atrás, observando cómo Cassandra se arrodillaba para limpiar con delicadeza algunas hojas caídas sobre la tumba. Sus dedos recorrieron las letras grabadas con una familiaridad que solo otorga el tiempo y la pérdida.
—Hola, mamá —susurró ella, colocando los lirios en el pequeño florero de bronce—. Te he