Miranda, una socialité deslumbrante y consentida, vive un matrimonio de conveniencia con el poderoso y enigmático Guillermo Aranda. Tras dos años de separación, el regreso inesperado de Guillermo sacude su mundo de apariencias y fiestas. Aunque su relación es un pacto de intereses familiares, la cercanía forzada reaviva una química sorprendente y una tensión palpable entre ellos, marcada por sarcasmos, malentendidos y una creciente e innegable atracción. Mientras Miranda navega por su círculo de amigas superficiales y enfrenta a rivales como la ingenua Estela, descubre una oportunidad para demostrar su talento oculto como diseñadora de interiores en un programa de televisión. Guillermo, por su parte, aunque parece indiferente y centrado en consolidar su imperio empresarial, muestra destellos de posesividad y un interés por Miranda que va más allá de la simple cortesía conyugal. Entre desfiles de alta costura, cenas de gala, y los constantes juegos de poder y orgullo, la fachada de su matrimonio comienza a resquebrajarse, revelando sentimientos confusos y vulnerabilidades inesperadas. La aparición de Sofía, la exnovia de Guillermo, y los desafíos profesionales de Miranda, pondrán a prueba su frágil relación. ¿Podrá este matrimonio, nacido de la conveniencia, transformarse en algo real, o se derrumbará bajo el peso de los secretos, el orgullo y las expectativas sociales? Esta historia explora si el amor puede florecer en el terreno más árido.
Ler maisLa noche de pleno verano se desgarraba bajo un aguacero torrencial. Relámpagos furiosos rasgaban las densas capas de nubes, seguidos de cerca por el estruendo sordo y profundo de los truenos.
En la Galería de la Capital, los vitrales de estilo eclesiástico medieval irradiaban la luz profusa del interior. Aquella noche, la revista Bajo Cero celebraba allí su décimo aniversario con una gala benéfica de moda.
Antes del evento principal, se ofrecía un cóctel donde los invitados posaban para las fotos y firmaban en el panel de bienvenida, o simplemente socializaban.
En tales circunstancias, si uno no se rodeaba de conocidos con quienes charlar y reír, era fácil sentirse incómodo y fuera de lugar.
Por suerte, Miranda nunca había tenido ese tipo de preocupación.
—¿Estela no viene esta noche?
—No creo que venga.
—Pues sí, con la fortuna que se gastó en esas porquerías, seguro que ahora mismo no está para obras de caridad, aunque quisiera.
Las voces femeninas sonaban dulces; quien no escuchara con atención podría pensar que eran de preocupación y lástima genuinas. El tema se agotó con la misma rapidez con que surgió; las jóvenes de sociedad intercambiaron miradas y sonrieron con complicidad.
Miranda, en el centro de todo, permanecía en silencio. Aunque acompañaba las risas con una leve sonrisa, era evidente su escaso entusiasmo, incluso cierta distracción.
Al notar su actitud, alguien cambió de tema con discreción:
—Miranda, ese vestido es el que te probaste en París el otro día, ¿verdad? ¡Está precioso!
—No, el que me probé hace un par de días apenas era un prototipo. Este lo encargué en la Semana de Alta Costura otoño-invierno del año pasado.
Todas las presentes se habían hecho alguna vez un vestido de alta costura; poseer varias piezas no era ninguna rareza. Sin embargo, aquellos trajes de noche alcanzaban fácilmente cifras de cientos de miles de dólares y no eran prendas para lucir repetidamente. Usarlos como si fueran simples vestidos de cóctel, como hacía ella, resultaba un lujo desmedido.
Las demás no disimularon sus miradas de admiración y un punto de envidia y, como de costumbre, la colmaron de halagos.
No estaba claro si Miranda había prestado atención a los cumplidos; su expresión era serena. Finalmente, como para concederles un mínimo de cortesía, bebió un sorbo de vino tinto y, tras un escueto «enjoy», se marchó acompañada de Bianca, la inminente subdirectora de Bajo Cero.
En cuanto Miranda se fue, las otras jóvenes soltaron un suspiro de alivio disimulado.
Era evidente que no estaba de humor esa noche: no le interesaron las burlas sobre Estela, ni reaccionó a los halagos sobre su vestido. Vaya que era difícil de complacer.
—¿En qué tanto piensas? ¿Y todavía te quedas a oír cómo te hacen la barba ese grupito de falsas? ¡Anda, ayúdame a revisar el salón! Esta noche es muy importante para tu amiga. Si esa loca de Mónica se atreve a armar un numerito, ¡me la haces pedazos!
Bianca hablaba con una sonrisa en los labios mientras se dirigía al salón principal, saludando a los invitados con frecuentes inclinaciones de cabeza. Su voz, aunque baja para no ser oída por los demás, se filtraba entre sus labios sonrientes, tensa y contenida.
Miranda arqueó una ceja. Antes de que pudiera responder, un revuelo repentino a sus espaldas hizo que ambas se giraran.
Algún famoso importante debía de haber llegado. El tableteo de los flashes en la entrada se intensificó y los reporteros, abandonando apresuradamente a sus entrevistados, se precipitaron hacia el panel al final de la alfombra roja, agolpándose en un tumulto.
Bianca entornó los ojos para ver mejor.
—Parece que llegó Laura. Échame un ojo aquí, voy para allá.
Reaccionó al instante; ni siquiera había terminado de hablar cuando ya estaba en camino.
Miranda observaba desde lejos el gentío en la entrada, sin prestar demasiada atención, hasta que, de pronto, entre la multitud, vislumbró una silueta junto a Laura. Una figura a la vez familiar y extraña que la hizo tensarse por completo.
Como si hubiera sentido su mirada, la persona junto a la actriz también volteó en su dirección. Sus ojos, atravesando la multitud y los destellos de los flashes, parecieron cargados con la humedad de la noche lluviosa de verano: distantes, penetrantes.
…
Un cuarto de hora después, la sesión de fotos y entrevistas en la alfombra roja concluyó. Los invitados fueron conducidos al salón principal y ocuparon sus asientos asignados.
El diseño y la decoración del salón para esa noche eran obra de Miranda.
Una cascada de luces iluminaba el recinto, mientras una orquesta interpretaba en vivo la Sinfonía n.º 40 en sol menor de Mozart. En el centro de cada mesa lucía un arreglo de magníficas rosas blancas de una variedad exquisita, recién llegadas por avión esa mañana; sus pétalos, turgentes y frescos, ostentaban un delicado rubor rosado en los bordes. Meseros de chaleco y corbata de moño se deslizaban con bandejas en alto entre el glamour y las fragancias de los presentes.
La quintaesencia del lujo.
Las preocupaciones previas de Bianca resultaron infundadas. Al saberse que Miranda estaba a cargo personalmente de la organización del evento, cualquiera con intenciones de causar problemas había desistido hacía tiempo. Hasta el momento en que el presidente del grupo subió al estrado para dar su discurso, no se había producido el más mínimo contratiempo en el salón.
Tras el discurso del presidente, subió al estrado Julia, la directora de Bajo Cero.
A Julia le encantaba soltar frases inspiradoras algo trilladas; tal vez como un homenaje a la astuta gestión de la icónica Miranda Priestly, esta vez incluyó, de improviso, un anuncio trascendental sobre cambios internos en la revista.
Todos los presentes eran muy perspicaces; cuando la directora mencionó a la «nueva subdirectora», instintivamente miraron hacia Bianca.
Esta, cual cisne blanco triunfante, se levantó con estudiada compostura, aunque la alegría incontenible le brillaba en los ojos.
Otros, sin embargo, apenas le dedicaron una mirada antes de dirigir su atención a Miranda, sentada a su lado. Laura fue una de ellas.
Laura, de cuarenta y dos años, actriz consagrada con innumerables premios y casada en tres ocasiones con hombres influyentes y poderosos, era una figura de peso tanto en el mundo del espectáculo y la moda como en el círculo de la alta sociedad.
Se inclinó ligeramente hacia el individuo a su lado y, con el tono de quien sonsaca un chisme sobre los más jóvenes, bromeó:
—¿Por qué no estás con Miranda? ¿Están peleados?
Guillermo levantó la vista hacia su esposa, que estaba a poca distancia. Tamborileaba con los dedos el borde de su copa, un ritmo que coincidía curiosamente con el segundero de su reloj de platino.
Pasó un momento antes de que respondiera. Parecía sonreír, pero la sonrisa no le llegaba a los ojos.
Laura interpretó su silencio como una afirmación y procedió a darle consejos en voz baja sobre cómo contentar a una mujer.
Él asintió, sin apartar la mirada de Miranda.
Dos años sin verla, y seguía igual. Incluso con esa expresión serena, su cara resplandecía con una belleza deslumbrante, eclipsando sin esfuerzo a todas las estrellas reunidas esa noche.
—No, para nada —negó ella al instante, completamente confundida.Por el amor de Dios, últimamente estaba tan cansada que apenas tenía energía para pensar en el vago recuerdo de Camilo.Guillermo no pareció muy convencido, pero no dijo nada más.Cuando Miranda se recuperó de la confusión, supuso que él había sacado el tema de Camilo para evitar hablar de su familia, así que no insistió.Después de todo, el asunto no era de su incumbencia, y ella no tenía la capacidad ni las ganas de ser la mediadora que arreglara el desastre familiar de su esposo de plástico.Pero un segundo después, recordó algo que sí era de su incumbencia.Esa entrevista de Sofía... ¡qué manera de romantizar su noviazgo! ¿Tres meses? ¿Tan desesperada estaba? ¿Acaso nunca había visto a un hombre? Solo una aprovechada como Sofía trataría a esta roca dura e indiferente como si fuera un tesoro.Era mejor no pensar en eso, porque en cuanto lo hacía, se sentía fatal y le daban unas ganas irrefrenables de hacer un drama.D
Las piezas de pollo empanizado burbujeaban en el aceite caliente. Miranda, volviendo al presente, señaló la vitrina.—Añádeme una salchicha.Guillermo, que en algún momento se había acercado, ya estaba a su lado.La miró, pero no detectó en sus ojos un deseo particularmente fuerte por la comida frita.Enseguida le entregaron su pedido. Sosteniendo las tiras de pollo, le pasó la salchicha a Guillermo.—Ten.Él se quedó inmóvil por un instante.A ella se le cruzaron los cables y, de repente, le acercó la salchicha a la cara, provocándolo con un tono ácido.—¿Nunca le compraste antojitos a tu novia en la prepa o qué?Guillermo finalmente tomó el palito y, de paso, se tomó un momento para recordar.—No.“¡Ni quién te crea!”Si ni siquiera le compraba antojitos, ¿entonces de qué demonios se acordaba Sofía?Molesta, Miranda caminó hacia una fonda que anunciaba caldos, pero Guillermo la detuvo.—El de más adelante está más bueno.—¿Y tú cómo sabes?—Yo estudié aquí —respondió él con voz plan
Aunque se repetía que no debía enojarse, mantener la calma y sonreír ante una situación así era algo que solo lograría un monje budista en pleno nirvana.Por unos segundos, Miranda sintió un impulso muy fuerte de estamparle el celular en la cara a Guillermo para que viera la actitud hipócrita y los dramas de su exnovia, la perfecta santita.Pero un último hilo de sensatez le recordó que, si él había dicho que no se aferraría al pasado, ella no tenía por qué desquitarse con él sin motivo.Quizá Sofía contaba con que ella, con su temperamento explosivo, le haría una escena a Guillermo. Seguramente eso era lo que quería para sembrar cizaña entre ellos y ahora mismo estaba esperando a que comenzara el espectáculo.“Sí, seguro es eso”, se convenció.“¡No puedo caer en su trampa! ¡Definitivamente no!”¡Pero qué coraje le daba!Miranda agarró un cojín y hundió la cara en él por un momento. Luego, empujó a Guillermo con los pies, bajó las piernas y se sentó erguida. Respiraba agitada por el c
Guillermo solo respondió con un distante “ah” y volvió a sus documentos.¿Ah?¿¿Ah??¿¿¿Ah???Miranda lo miró fijamente durante diez segundos, incrédula. Verlo tan tranquilo y despreocupado mientras ella se sentía agotada y a punto del colapso la sacó de quicio.De repente, se volteó y, con un movimiento rápido y ágil, subió ambas piernas sobre el regazo de él.—Me duelen. Dame un masaje.Lo dijo con un tono tan autoritario que Guillermo, al mirarla, no supo si era un capricho o una orden.Ella, por su parte, después de dar la orden, lo ignoró por completo y se puso a jugar con su celular.Él bajó la vista hacia sus piernas y se quedó inmóvil un momento.—¡Me duele! ¡Duele, duele, duele! —insistió ella, movi
En realidad, su intención original era llevarla a un hospital. Pero después de unos minutos de estar sentada tranquilamente en el carro, ella de repente se le trepó encima, sentándose a horcajadas sobre él. Le acarició la cara y empezó a insultarlo.Lo llamó malinchista, le recriminó su mal gusto por salir con una tipa como Sofía y luego, entre balbuceos, le reclamó por haber terminado con ella, diciendo que un par de desechos no reciclables como ellos deberían haberse quedado juntos para no contaminar a nadie más.Él había bebido mucho esa noche y, para poder irse con aquella mujer malagradecida, sus amigos lo habían retado a tomarse un vaso de whisky sin hielo. Ya no estaba del todo sobrio.En ese momento, no se detuvo a pensar por qué ella guardaba tanto rencor como para recibirlo, después de tantos años, con una sarta de insult
Colgó el teléfono y se quedó en silencio un momento.Justo en ese momento, Mateo entró para dejarle unos documentos. Guillermo se detuvo de repente, levantó la vista y le soltó una pregunta.—Oye, una duda… si un hombre le da “me gusta” a la publicación de una mujer y le comenta que su foto es bonita o linda, ¿eso significa que la está tratando de conquistar?Mateo, con la mente puesta por completo en el trabajo, tardó varios segundos en procesar una pregunta tan inesperada.Cuando por fin reaccionó, empezó a darle vueltas al asunto. “¿A qué se refiere el señor Aranda con esto? ¿Es una indirecta? ¿O tiene algún problema personal y espera que yo, como su asistente, lo entienda y le ofrezca una solución sin que tenga que pedírmela?”En los pocos segundos que tardó en ca
Último capítulo