Mundo ficciónIniciar sesiónSarada nunca pensó que volvería a cruzarse con Khaled Al-Sayed, el magnate detrás de un imperio automotriz y dueño de Zafirya, el hombre que le rompió el corazón. Durante casi cinco años, ha criado sola a su hijo, Zamir, sin imaginar que el destino la obligaría a buscar ayuda en la última persona a la que querría ver de nuevo. Cuando Khaled descubre la verdad, todo el compromiso junto a su prometida la cual no ama, comienza a tambalearse. Aunque está a punto de casarse con la mujer que todos consideran la pareja perfecta para él, hay algo en su interior que nunca ha logrado apagar. La chispa de lo que una vez sintió por Sarada más ahora al descubrir que existe una personita que los une de por vida. Su hijo el heredero, Zamir Voss.
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Sarada observó la prueba de embarazo en sus manos. Dos líneas marcaban su destino, su futuro. Sonrió levemente. Pronto le daría la gran noticia a Khaled. Sin embargo, una ligera ansiedad se instaló en su pecho. No sabía cómo él reaccionaría.
Con suavidad, tomó su hiyab que no le gustaba usar, sin embargo no tenia opción, lo colocó sobre su cabello, asegurándolo con delicadeza. Luego, se perfumó con una fragancia suave y floral antes de aplicarse un poco de maquillaje. Quería lucir hermosa para él, quería que ese momento fuera especial.
Tomó su bolso y salió del apartamento donde había estado viviendo en ese país. Su corazón latía con fuerza mientras marcaba el número de Khaled. Sin embargo, él no contestó. "Debe estar ocupado", pensó. Después de todo, llevaba más de un mes sumergido en su trabajo como presidente de Sayed Auto Group, la empresa automotriz que sus padres le habían dejado a cargo. Ya que el no quería el papel de ser Jeque de su familia.
—Hoy se lo diré en persona— murmuró con determinación. También necesitaban hablar sobre otro asunto importante. Su pasaporte estaba cerca de vencer, y si Khaled la amaba tanto como decía, tenía que ayudarla a encontrar una solución para quedarse.
Al llegar a la imponente torre empresarial, entró y se dirigió al elevador. Al llegar al último piso, se encaminó a la recepción, donde una secretaria la recibió con una expresión de evidente desinterés.
—Quisiera hablar con el señor Al-Sayed— mencionó Sarada con voz firme.
La secretaria arqueó las cejas y la miró con superioridad.
—El señor está muy ocupado, no creo que pueda atenderla.
—Dígale que Sarada ha venido. Tal vez así sí me reciba.
La mujer la miró con escepticismo.
—¿Sarada? Lo siento, pero no me suena su nombre. Tal vez usted es una más de tantas mujeres que han venido a buscarlo. No es la excepción.
Sarada sintió un nudo en el pecho. Tal vez la estaba juzgando por ser extranjera. Se encogió de hombros y decidió esperar de pie.
Pero entonces, la puerta de la oficina de Khaled se abrió. Él apareció acompañado de una mujer que lo abrazaba con confianza. Sarada sintió que el mundo se detenía por un segundo. Su garganta se secó.
—Hola —murmuró, con la esperanza de que Khaled reaccionara al verla.
La mujer a su lado la observó con curiosidad y luego, con voz melosa, se dirigió a él:
—Tienes visita, amor.
Sarada sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Amor? Khaled la miró y suspiró.
—Puedes pasar — indico, su tono era seco.
Sarada entró con pasos rápidos, su corazón palpitando con fuerza. Cuando la puerta se cerró, lo miró con incredulidad.
—¿Qué es esto? —preguntó con un nudo en la garganta.
Khaled chasqueó la lengua, visiblemente molesto.
—Cálmate, Sarada. No vengas a hacer un escándalo aquí.
—¿De qué hablas? —su voz se quebró—. ¿Te olvidaste que soy tu prometida?
Khaled desvió la mirada.
—Lamento decirte esto, pero lo mejor que puedes hacer es regresar a tu país.
Sarada sintió que el aire le faltaba.
—¿Regresar? Estoy aquí contigo. Vine a este país para estar a tu lado.
—Lo nuestro no puede continuar. Ya me cansé de este jueguito.
—¿De qué jueguito hablas?
Él se pasó una mano por el rostro, exasperado.
—Sarada, no te amo. Lo nuestro solo fue una aventura. Me aburrí.
—¿Qué? —susurró, sintiendo que el suelo bajo sus pies temblaba.
—Tú y yo no podemos estar juntos. Olvidas la clase de hombre que soy y la clase de mujer que eres.
Sarada sintió un mareo repentino. Se sostuvo de la mesa, pero su orgullo herido la impulsó a mantenerse firme.
—¿Estás diciendo que me estás dejando?
—Sí —Khaled la miró con frialdad—. No pertenezco a tu mundo, ni tú al mío. Soy un jeque, y necesito una esposa digna, distinguida, de la élite de mi país.
Sarada sintió que su dignidad se rompía en pedazos. Se enderezó y lo miró con furia.
—¿Te has vuelto loco? ¿Qué clase de basura estás diciendo?
Khaled sacó un cheque y lo deslizó por el escritorio.
—Aquí tienes. Lárgate de mi país. Considera esto un pago por los meses que estuviste conmigo. Tu servicio sexual, te la estoy pagando.
Sarada miró el cheque. La cantidad era obscena. Un nudo de rabia y tristeza le apretó la garganta. Como era posible que el la tratara como si fuera una prostituta necesitada de dinero.
Una lágrima solitaria resbaló por su mejilla y cayó sobre el papel. Iba a romperlo, pero luego, con una sonrisa cínica, lo tomó.
—Sabes, iba a destruirlo… pero tienes razón. Fui tu prostituta por meses. Al menos esto me servirá para salir de este maldito país.
Khaled apretó la mandíbula.
—No uses ese tono aquí.
—Te odio, Khaled. Eres despreciable. Eres una m****a asquerosa, que ni pisando deja de serlo.
—Ten un poco de dignidad. Sobre todo ten en cuanto que una mujer de tu estatus social no puede pertenecer a mi mundo.
—Ya, veo. Si hubiera sabido eso, crees que hubiera venido a quedarme como turista, por ti, deje mis estudios y te seguí.
—No me interesa. Olvídame.
Ella se acercó y lo encaro. Pero Khaled la miraba con frialdad.
—Dime mirándome a los ojos que no me amas. — Expreso ella acariciando el rostro del hombre. Por un momento miró una chispa en sus ojos, el tipo la tomó del cuello y la beso suavemente y luego se alejó de ella
—Solo fuiste un pasatiempo. No te das cuenta que eres una mujer fácil. Date a respetar — Espetó con frialdad. Sarada enojada le propino una cachetada que resonó dentro de la inmensa oficina.
—Te odio. Eres una escoria— Vocifero la rubia golpeando el pecho del hombre que ella pensó la amaba.
—¡Basta! Entiendelo no te amo. Solo quería pasar el rato y lo conseguí, ahora lárgate. — declaró soltandole los brazos con brusquedad.
Sarada lo miró con el alma destrozada. Se giró sobre sus talones y salió de la oficina, azotando la puerta con fuerza.
Las miradas curiosas de algunas mujeres en la recepción la atravesaron, pero ella levantó la barbilla con orgullo y caminó apresurada hacia la salida.
Cuando pisó la acera, sintió que el aire le faltaba. Las luces del semáforo parecían difusas. Se apoyó en un árbol, y sin poder contenerse más, rompió en llanto.
—¿Cómo fue posible que le entregué mi amor a un hombre como él?— mencionó con un nudo formándose en la garganta.
Se llevó una mano al vientre y lo acarició con ternura.
—No necesitas un padre, pequeño. Solo me necesitas a mí.
Al notar las miradas sobre ella, frunció el ceño. Un hombres la observó con curiosidad, y con rabia, ella murmuró en su idioma .
—Verdammter Bastard... Ich werde dich niemals verzeihen
El hombre que la observaba frunció el ceño, sin entender del todo lo que ella decía.
Ella, se encogió de hombros y levantó la mano para detener un taxi. Subió sin mirar atrás.
—Lléveme a la residencia sultán tower.
El conductor asintió, y el vehículo se puso en marcha. Sarada apoyó la cabeza contra el cristal, sintiendo cómo su mundo se derrumbaba.
Pero esto no terminaría aquí. No. Khaled se arrepentiría de haberla tratado así. Y peor jamas conocería al bebé que crecía en su vientre.
Años después.Durante el último año, el país de Zafirya había experimentado un notable crecimiento gracias al liderazgo del jeque Khaled y al inquebrantable apoyo de su esposa, la primera dama Sarada Voss, una elegante y admirable alemana. Sarada no solo era vista como un ícono de estilo y nobleza, sino que también había conquistado el corazón del pueblo con su empatía, inteligencia y creatividad. Su tienda de ropa, donde fusionaba la elegancia europea con la riqueza cultural de Zafirya, se había convertido en un referente internacional. Juntos, su esposo, él y Sarada eran una pareja admirada y respetada, no solo como líderes, sino también como padres amorosos.Su hijo, Zamir, quien ya tenía seis años, era la luz de sus vidas. Contra todo pronóstico, el pequeño había logrado vencer la amenaza de la leucemia que lo había azotado desde temprana edad. Los nuevos tratamientos médicos que recibió, sumados a una operación de trasplante de células madre, fueron determinantes. A pesar de que
El salón del palacio estaba en completo silencio cuando el jeque, firme y decidido, alzó la voz ante todos los presentes.— Está tarde he llamado a todos, los miembros del parlamento. Para notificarles que he recuperado la memoria y sobre todo desmascarar a los culpables.En ese momento todos empezaron a murmurar. Amina abrió los ojos con fuerza y asustada, desde cuando Khaled ya había recuperado la memoria y ella no sabía.— Amina —Mencionó dirigiéndose a ella. —Fuiste tú quien provocó el atentado ¡Quisiste acabar con la vida de mi esposa y de mi hijo! Pero no lo vas a conseguir —declaró con furia contenida, mirandola directamente.Amina estaba en shock.El padre de ella incrédulo, dio un paso al frente. —¿Estás loco? ¿Estás seguro de lo que estás diciendo?—¡Eso es mentira! —Grito Amina tratando de defenderse.—Tú y Malik se confabularon hacerle daño a Sarada —continuó el jeque, sin pestañear— Y tu padre, provocaste que por año pensara que Sarada me era infiel con mi primo. Pero po
Khaled reaccionó con rapidez. Un leve hilo de sangre descendía por su frente, producto del golpe, pero estaba consciente. Sarada, al verlo herido, sintió que el mundo se le derrumbaba. El miedo le oprimió el pecho, y ella tomó el rostro entre sus manos y le dio un beso en la mejilla, con lágrimas en los ojos.—¿Estás bien? —preguntó, temblando. — Ricardo llama una ambulancia. El guardia asintió marcando el número de urgencias.En ese instante, como si un relámpago le atravesara la mente, miles de imágenes se agolparon en la memoria de Khaled: su boda sencilla con Sarada en la isla, la risa de su hijo, los momentos compartidos como familia. Y su pasado con ella, cuando la conocío por primera vez en el Aeropuerto. Se llevó una mano a la cabeza, jadeando, con la mirada nublada por la emoción.—Sarada… —murmuró, como si viera por primera vez a quien siempre había amado—. Eres tú… mi amor.—Khaled, estas bien. No me asustes así.Del coche un hombre bajó apresurado.—¡Discúlpeme, señor! ¡N
El taxi se detuvo justo frente a un gran predio cercado. Khaled bajó del vehículo con cierta incertidumbre y miró a su alrededor. Todo parecía familiar, pero a la vez desconocido. Caminó hacia el portón y tocó el timbre. Justo entonces, un guardia apareció del otro lado de la reja.—Jeque.—¿Es usted el que llamó? —preguntó Khaled con desconfianza.—Sí, jeque fui yo. Me atrevi a llamarlo, lo siento.—Esta bien, pero quie...—¡Papi! —se escuchó la voz de un niño desde el interior de la propiedad.El guardia sonrió y le abrió el portón.—Pase, esta es su casa de campo.Khaled entró despacio, aún desconcertado. Miró hacia todos lados mientras una oleada de emoción lo invadía sin saber por qué. Entonces, el pequeño corrió hacia él a toda velocidad. Khaled, sin pensarlo, abrió los brazos, y el niño se lanzó a abrazarlo con fuerza, plantándole un beso en cada mejilla.—¡Papi! Pensé que no ibas a venir. Te extrañamos. Mami ha estado llorando mucho estas dos semanas... y nos prohibieron ir al
Khaled no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Frente a él, un niño pequeño sonreía con ternura y estiraba los brazos, pidiendo que lo cargara.—¿Quién eres tú? —preguntó Khaled, visiblemente desconcertado, con los ojos clavados en el pequeño.—¡Papi! Soy yo, Zamir, tu hijo. ¿Qué te pasa? ¿Por qué no nos hablas? —respondió el niño con un tono herido—. Llevas más de dos semanas sin saber de nosotros, sin llamarnos, sin ir a la casa de campo... ¿Qué está pasando?Khaled retrocedió, con la expresión paralizada, sin emitir palabra. En ese instante apareció su padre, colocándose entre su hijo y los visitantes. Su rostro mostraba incomodidad, como si supiera más de lo que quería admitir.—No entiendo nada de esto —dijo Khaled, llevándose una mano a la sien.—No deberían estar aquí —intervino su padre con firmeza, intentando mantener el control de la situación—. Están alterando a mi hijo. Les pido que se vayan.Sarada dio un paso al frente, intentando acercarse a Khaled, pero Amina se
Khaled miraba en silencio a través de la ventana de su habitación. El inmenso pais que se extendía frente a su habitación —más parecida a un mansión que a una habitación — parecía ajeno a su realidad. No sabía quién era exactamente, ni si las personas a su alrededor eran verdaderamente su familia. Tampoco estaba seguro de si aquella mujer, que insistía en que era su prometida, decía la verdad. Su mente era un torbellino de confusión.Había pasado una semana desde que despertó en esa habitación en el hospital, pero los recuerdos seguían sin regresar. Solo un vacío persistente lo atormentaba, como si una parte de él supiera que faltaba algo importante. Un recuerdo huidizo lo perseguía: la voz de un niño pequeño llamándolo, la sensación de una caricia, una necesidad inexplicable de huir de ese lugar. ¿Quién era en realidad? ¿Por qué todo le resultaba tan ajeno, tan falso?Sus pensamientos se interrumpieron cuando la puerta se abrió. Era esa mujer rubia, alta, vestida con un elegante conj
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