Desperté con un grito que no llegó a salir de mi garganta.Empapada en sudor, con las sábanas pegadas a la piel y el corazón latiendo como si hubiera corrido kilómetros. Me tomó unos segundos reconocer mi habitación, mi techo, mi realidad. Y entonces su nombre cruzó mi mente como una maldición: Thomas.Otra vez él. Otra vez ese sueño.La escena siempre era la misma: yo, en la estación de tren, esperándolo bajo la lluvia. Mi vestido empapado, las flores que llevaba en la mano hechas trizas por el agua. La gente pasaba, me miraba con lástima. Y él… él nunca llegaba.Habían pasado diez años y mi subconsciente seguía reproduciendo su abandono como una película maldita.Me senté al borde de la cama, intentando recuperar el aliento, mientras la brisa matutina se colaba por la ventana abierta. Afuera, los pájaros cantaban como si el mundo no hubiera ardido anoche con su regreso. Como si no hubiera vuelto a ver sus ojos. Como si no hubiera sentido esa descarga eléctrica recorriéndome el cuerp
Leer más