Mundo de ficçãoIniciar sessãoCuando Sofía Leone, brillante contable financiera, descubre que la empresa que la emplea está blanqueando dinero para una de las familias mafiosas más poderosas de Europa, intenta huir. Pero no se puede dejar la mafia… a menos que ella te invite a hacerlo. Llevada a la fuerza a Roma, se encuentra cara a cara con Elio Mancini, el despiadado padrino de la familia, conocido por su legendaria frialdad y su belleza helada. En lugar de matarla, le propone un trato: quedarse a su lado, interpretar el papel de su prometida y ayudarlo a desenmascarar a un traidor dentro de su imperio. A cambio, le garantiza la vida. Pero lo que Elio no había previsto es que Sofía no se dejaría dominar fácilmente. Ella aviva en él un fuego que pensaba extinguido desde hace mucho tiempo, un deseo feroz mezclado con ira, posesión y celos. En cuanto a Sofía, descubre un mundo de lujo, violencia y placer prohibido donde el miedo se mezcla con la excitación, y donde cada noche con Elio borra un poco más sus referencias. A medida que las amenazas se acercan, entre traiciones, juegos de poder y abrazos peligrosos, Sofía deberá elegir: huir de nuevo… o abrazar la oscuridad para sobrevivir a su lado.
Ler maisSofía
El silencio.
Había algo profundamente anormal en ese silencio. No el que reconforta al final de un día en la oficina, cuando todos se han ido y los neones finalmente dejan de zumbar. No. Ese era helado. Congelado. Como si el tiempo mismo hubiera contenido el aliento, como si el espacio esperara, suspendido, a que algo cediera.
Yo, tal vez.
Cerré el expediente con un gesto demasiado lento. Mis dedos rozaron el cuero desgastado de su cubierta con una precaución que no sabía que poseía. Mis manos temblaban apenas, pero mis pensamientos, ellos, se agitaban como aves atrapadas en una jaula.
Había un ruido en mi cabeza, una disonancia, algo irracional: una alarma sin sonido.
Pero los números, ellos, no mentían.
Nunca.
Tres cuentas offshore. Flujos de transferencias fragmentados, eclipsados entre paraísos fiscales. Montajes legales tan brillantes como ilegales. Y siempre, ese nombre. Una y otra vez. Moretti Enterprises.
Como una firma invisible grabada a fuego en los intersticios del sistema.
Podría haber fingido ignorancia.
Podría haberlo borrado todo.
Pero sabía, ahora.
Y no se desaprende este tipo de verdad.
Se suponía que debía ser una simple contable.
Se suponía.
A menos que ninguna "simple contable" reciba un contrato lleno de cláusulas de confidencialidad, ni un salario lo suficientemente generoso como para sonrojar a un banquero suizo. Debí haber huido desde el primer día, cuando vi que mi predecesor ni siquiera había dejado rastro en los archivos internos. Ni siquiera un nombre. Como si nunca hubiera existido.
Pero ahí estaba. A los veintinueve años, la ambición habla más fuerte que el miedo.
Acepté. Cerré los ojos. Hasta que se negaron a permanecer cerrados.
— M****a…
La palabra se me escapó en voz baja, áspera, pero en esa habitación demasiado limpia, demasiado ordenada, resonó como una detonación. Mi corazón aceleró.
Me levanté tan bruscamente que mi silla raspó el suelo. Metí los papeles en mi bolso con movimientos entrecortados, recuperé la memoria USB escondida en el forro. Sin plan. Sin coartada. Ni siquiera el tiempo para avisar a alguien.
Había que huir.
Y rápido.
Salí de mi oficina con pasos apresurados. Las escaleras pasaban rápidamente bajo mis pies. Mi aliento era entrecortado, pero me negaba a correr. No atraer la atención. No parecer culpable.
El estacionamiento estaba vacío. Demasiado vacío.
Y entonces, la voz.
— Señorita Leone.
Me detuve en seco.
Helada.
Ese tono grave. Ese acento italiano, apenas velado. Una voz suave, pero que llevaba la autoridad de una orden que no se discute.
Me giré lentamente.
Dos hombres. Perfectos clichés vivientes de guardaespaldas mafiosos. Trajes negros, gafas de sol. Paso seguro. Mirada de acero.
— El Patrón quiere hablar contigo.
Intenté recomponer una máscara de indiferencia, pero sentía que mis piernas flaqueaban.
— No sé de qué hablan. Lárguense.
El tono era seco. Demasiado seco para ser creíble. Uno de ellos avanzó. El otro se colocó a mi espalda. Intenté rodearlos, pero la mano que me agarró el brazo fue brutal.
Un tornillo.
Mi memoria USB cayó.
Ellos la vieron.
El más alto se inclinó, la recogió y susurró con una voz baja:
— Mala elección, princesa.
Y de repente, todo se apagó.
Cuando recuperé la conciencia, mis párpados eran pesados. Mi cuello, doloroso. El sillón bajo mí era mullido, casi acogedor. Un contraste aterrador con mis muñecas atadas.
Sin cadenas. Sin cuerdas ásperas. Solo correas discretas, sólidas, profesionales. Del tipo que no se compran al azar.
El aire olía a cuero, a whisky añejo, a poder contenido.
Estaba oscuro. La luz provenía de una sola lámpara de pie, cuyo haz amarillo dibujaba sombras móviles en las paredes vestidas de madera oscura.
Y él.
Sentado frente a mí. Con las piernas cruzadas, las manos juntas, la mirada clavada en la mía.
Elio Moretti.
Más joven de lo que había imaginado. Demasiado joven para haber construido un imperio subterráneo. Pero en su mirada, no había rastro de vacilación. Ninguna fisura. Solo esa inmovilidad helada de los hombres que nunca dudan.
— Has husmeado donde no debías, Sofía.
Mi garganta estaba seca. Quería decirle que se fuera al diablo. Pero todo lo que logré decir fue:
— Está enfermo.
Él se levantó. Lentamente. Medido. Como si quisiera que sintiera cada paso.
Se detuvo frente a mí, se inclinó y deslizó dos dedos bajo mi barbilla. Mi rostro siguió a pesar de mí. Me obligó a mirarlo. A enfrentar esos ojos pálidos, de una calma asesina.
— Y tú… tienes un sabor a desafío. Me gusta eso.
Mi corazón latía tan fuerte que me dolían las costillas. Y aún peor: una extraña calidez se propagaba en mi vientre. Una mezcla de miedo, adrenalina y algo indescriptible.
Mi cuerpo… me traicionaba.
— Mátame. Pero hazlo rápido.
Quería que terminara. Que dejara de jugar.
Pero él sonrió.
Una sonrisa lenta. Lisa. Insondable.
— Oh, no. Eres mucho más útil viva… Y mucho más deliciosa cuando te debates.
Se inclinó. Su aliento rozó mi piel, justo debajo de la oreja. Sus dedos acariciaron mi mandíbula, mi cuello, se detuvieron un instante en mi clavícula. Como si me leyera. Como si ya me poseyera.
— Bienvenida a mi mundo, prometida.
Me estremecí. Esa palabra. Prometida.
Mi sangre se heló.
— No lo sabes aún… pero te va a encantar ser mía.
Se enderezó. Me dejó allí, en ese sillón, prisionera de un mundo que no era el mío.
Y mientras se alejaba, una certeza nació en mí.
No saldría de aquí indemne.
Quizás ni siquiera… yo misma.
SofíaCreo que me he quedado dormida.Pero no fue un verdadero sueño, sino más bien un apagón momentáneo, brutal, como si mi cuerpo, vacío de toda voluntad, hubiera caído en la sombra durante el tiempo de un latido.Aún floto en esta media conciencia turbia, donde el pensamiento se desvanece y donde el cuerpo solo continúa existiendo. Una torpeza cálida, pegajosa, adherida a mi piel desnuda.Y luego percibo algo.Un aliento. Una boca. Una lengua.Una presencia indistinta, que se insinúa contra mí sin una palabra, sin un ruido, sin vacilación.Al principio, creo estar soñando. Mi mente, aún nublada, intenta dar sentido a lo irreal que se despliega entre mis piernas. Pero la lentitud es demasiado real, la precisión demasiado carnal, para ser una ilusión. Una boca me explora, se impone, saborea mi fatiga como una ofrenda. Luego vienen los dedos, anclados en mis caderas, exigentes, imperiosos.Quisiera hablar, protestar, huir de esa mano ajena que en realidad no lo es, pero mi garganta es
SofíaSus labios se apartan de los míos, pero sus manos permanecen. No habla. No lo necesita. Todo en él grita el silencio después de la tormenta, o tal vez solo un calma aún más peligrosa. Su mirada me atraviesa como un fragmento de vidrio: cortante, precisa, sin escapatoria.Entiendo que ya no es un juego. No realmente. Es una rendición. O una guerra.— Desvístete.No es una petición. No es una orden. Es un ultimátum.Me mantengo erguida. Mi respiración se acelera. — ¿Y si digo que no?Se acerca lentamente, como un depredador magnético. Su mirada se aferra a la mía, ardiente con un fuego que pretendo no sentir.— Entonces lo haré en tu lugar. Pero sabes que prefieres obedecerme. Incluso cuando odias eso.Apreto los dientes. — No soy tu cosa, Elio.— No, eres peor que eso. Eres mía... incluso cuando luchas contra ello. Lo eres en tu rabia, en tu huida, en esa mirada que busca la guerra solo para sentir que estoy aquí.Quisiera gritar, abofetearlo de nuevo. Pero bajo la cr
SofiaLa música se ha apagado, pero mi corazón todavía late como un tambor de guerra. Siento cada pulsación en mis sienes, como si todo mi ser se negara a calmarse. Elio me observa, su mirada oscura, ardiente, casi orgullosa. No dice nada, pero todo su cuerpo habla. Me contempla como se contempla una tormenta que uno mismo ha desatado. Detrás de nosotros, los murmullos aumentan. Siento las miradas ávidas que se clavan en mi espalda, que buscan desmenuzar lo que acaba de suceder en esa pista de baile. Pero no tengo nada más que ofrecerles. Ni una palabra. Ni una sonrisa. Ni una debilidad.Él extiende la mano. No es un gesto titubeante, no es una súplica. Es una decisión. — Nos vamos, dice, su voz baja cortando el bullicio de la sala.No intento discutir. Necesito aire. Escapar de esta multitud que se alimenta de dramas como buitres. La noche ha engullido la ciudad. Las farolas lanzan halos dorados sobre el pavimento brillante. La limusina nos espera, negra y brillante, como u
SofíaAún no he recuperado el aliento cuando la veo.No necesita anunciar su presencia. Ella ocupa el espacio.Una ola roja sangre corta la multitud.Cada paso que da resuena como una bofetada.Camina como si el mundo fuera una alfombra desplegada para sus tacones.Alta. Elegante. Sublime.Su cabello negro, recogido en un moño a la vez deshecho y cuidadosamente estudiado, deja al descubierto la delicada nuca que Elio, quizás, besó alguna vez. Su espalda desnuda brilla bajo las crueles luces del salón.Avanza con la arrogancia glacial de las mujeres que saben que son deseadas.Y yo la miro como se observa una amenaza.Los murmullos se propagan como chispas.— Giulia Morelli.El nombre resuena, desliza, se repite en labios ávidos.— La ex.— La única que realmente amó.Estas palabras me golpean como flechas.Mi espalda permanece recta, pero por dentro… un rugido. Una bestia lista para saltar.Ella ni siquiera me mira.Para ella, soy un accesorio. Un error. Un paréntesis.Solo ve a Elio.
SofíaEl salón de recepción no es un lugar de fiesta.Es una arena.Todo respira lujo desmesurado: los candelabros masivos, suspendidos como soles de cristal, difunden una luz blanca y cruel que no deja sombra donde esconderse. Las mesas, cubiertas con manteles marfil y platos de porcelana, parecen altares dispuestos para un sacrificio. Las rosas escarlatas, dispuestas en ramos en el centro, huelen casi a hierro.Y yo, soy el centro de este cuadro: la novia, la presa.Siento las miradas devorándome en oleadas. Algunos me evalúan, otros me juzgan, todos me observan con esa avidez malsana que tienen las personas cuando presienten un escándalo a punto de estallar. Una sonrisa forzada se dibuja en mis labios, pero por dentro, todo grita.A mi lado, Elio está impecable. Traje ajustado como una segunda piel, hombros rectos, postura segura. Sonríe. No demasiado. Solo lo suficiente para parecer relajado. Pero siento la tensión que palpita bajo esa superficie perfectamente pulida. Su mano roza
SofíaCuando regresamos a la sala, el silencio es una campana de vidrio.Espeso, extraño, casi irreal.Las conversaciones, ahogadas, han cesado. Solo persisten las aclaraciones de garganta incómodas, las respiraciones nerviosas, los arrugamientos de tejidos preciosos sobre asientos demasiado rígidos.Nos miran como si estuvieran viendo a dos fantasmas.O a dos criminales, yo sobre todo.El sacerdote nos espera, inmóvil frente al altar. Su rostro es pálido, tenso, pero sus gestos permanecen precisos. Intenta recuperar el hilo de una ceremonia que se le ha escapado. Endereza la voz como se endereza un cuerpo roto.— Vamos a… retomar, si ustedes lo permiten, dice, con calma, sin mirar a nadie.Detrás de nosotros, la sala vibra con murmullos mal contenidos.— La forzaron.— Ella cedió.— Qué escándalo…— Ella se vengará, seguro.— Él la ganó como un trofeo.— O la robó como una joya.Mi espalda está recta. No titubeo. Pero mi sangre golpea en mis venas como tambores sordos.Me manteng
Último capítulo