Sofía
No he dormido.
No realmente. No desde que salió de la habitación cerrando la puerta demasiado suavemente para que fuera honesto.He permanecido allí, acostada, con los ojos abiertos en la oscuridad, escuchando el silencio.
Ese silencio no tiene nada de pacífico. Es un silencio cargado, denso, tejido de cosas que no se dicen, de verdades que se entierran.Elio me ofreció un trozo de su pasado como se lanza un hueso a un perro que se quiere calmar.
Pero no fue un gesto trivial. Fue una prueba.Y creo que no esperaba que la superara.
Pienso en su voz. Grave, controlada. Demasiado tranquila para ocultar lo que temblaba por no decir.
Me habló de su padre, de esa infancia bajo control, del terror camuflado tras órdenes impecables.Pero no es lo que dijo lo que me marcó.
Es lo que retuvo. Lo que huyó. Lo que maquilló.Porque incluso en la confesión, Elio controla. Dirige. Orquesta.
Y, sin embargo... había una falla.
Un temblor. Algo desnudo, crudo, que no supo cubrir a tiempo.Y ese abismo del que hablaba...
Ya no le tengo miedo. No porque sea menos oscuro. Sino porque me miró como si viera un eco. Y yo sé lo que es caer. También sé lo que es levantarse sola.Me levanto al amanecer, sin ruido.
La villa aún duerme, sus pasillos vacíos resuenan con esa falsa quietud propia de las casas donde se han tragado demasiados secretos.Bajo.
El parquet está frío bajo mis pies. La sala está bañada en una luz pálida. Todo parece congelado en una espera silenciosa.Y lo espero.
No se hace de rogar.
Ocho y media.
Entra. Como siempre: seguro de sí mismo, impecablemente vestido, rostro impasible.Traje negro, hecho a medida.
Reloj suizo con un brillo sutil. Y ese olor que lo acompaña, sutil, masculino, casi demasiado limpio para ser honesto.Me mira como se evalúa a un adversario, no a una mujer.
Sin saludos.
Sin falsedades.Él espera.
Quiere que ceda. Que me someta.Me levanto lentamente. Mis palmas están secas. Mi corazón está tranquilo. Demasiado tranquilo.
— Muy bien, digo.
Un ligero temblor anima sus rasgos.
— ¿Muy bien qué?
Lo fijo.
— Aceptaré su chantaje.
Un silencio. Largo. Denso.
Luego ese murmullo:
— Ahí está una mujer sensata.
— No me halague, Elio. Ha ganado una batalla. No la guerra.
Sus labios esbozan algo que podría pasar por una sonrisa, pero no lo es.
Es un rictus. Un reflejo de depredador.— Me quiere aquí. A su lado. Para sus negocios, sus recepciones, sus operaciones.
Inclina lentamente la cabeza.
— Quiero una fachada. Alguien lo suficientemente inteligente como para no conformarse con ser hermosa. Y lo suficientemente hermosa para que se olvide que es peligrosa.
Me contengo de sonreír.
Cree que me está resumiendo.
Cree que me está encuadrando en sus términos, en su lenguaje, en sus cálculos.Pero aún no comprende.
Soy un elemento que no se prevé. Una tormenta que no se controla.— Muy bien, digo. Aceptaré. Pero con una condición.
Él arquea una ceja, molesto.
— Ya me ha puesto sus condiciones, Sofía. No está en posición de...
— No. Esta vez, me escucha. O el trato se detiene aquí.
Doy un paso hacia él.
Nuestros alientos casi se rozan.— Si juego su juego, quiero mis propias reglas.
Primera: quiero la verdad. No todo de golpe. Pero cuando la pido, no miente. Segunda: no soy su cosa. No me toca. No sin mi consentimiento. Y tercera...Lo fijo, directo a los ojos.
— ...quiero acceso a la sala bajo el mármol.
Él no se mueve.
Pero sus pupilas se contraen.Acabo de tocar un cordón sensible.
Y eso me llena de energía.Él intenta ocultar la tensión ajustándose el reloj. Un gesto de distracción. Pero demasiado preciso para ser trivial.
— ¿Y si me niego?
— Entonces yo también me niego. Y tendrá que borrarme. Como a todos los que le incomodan.
No soy ingenua, Elio. Tiene los medios. Pero sería un desperdicio. Soy útil. Y lo sabe.Él se acerca a su vez.
Nuestras miradas se enganchan, se enfrentan, casi se muerden.Él me evalúa. Durante mucho tiempo.
Su mirada es la de un hombre acostumbrado a comprar, a amenazar, a romper. Pero esta mañana, no romperá nada.Porque ya no tengo nada que perder.
Y porque siente, en el fondo de sí mismo, que todo lo que ha construido podría tambalearse... si decidiera quemarlo todo.
Finalmente, respira hondo:
— Muy bien. Trato concluido.
Extiendo la mano.
Un gesto simple. Pero cargado de una simbología que no puede ignorar.Él duda.
Solo un instante.Luego la estrecha.
Su agarre es cálido.
Estable. Inquebrantable.Pero en el fondo... lo siento.
Lo intuyo.Está a punto de perder el control.
Y yo nunca he estado tan segura de mi trayectoria.