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Capítulo 3 — Sombras y Voluntades

Elio

La había encerrado allí, en el corazón de mi imperio de silencio y poder, y sin embargo, era ella quien me atormentaba. Sofia. Ese nombre, simple, casi frágil, resonaba en mis pensamientos como un insulto a mi razón. ¿Cómo una contable insignificante había podido encontrarse en el centro de esta tormenta? ¿En el centro de mí?

No era un hombre que perdiera el control. No era un hombre que dejara que una simple presa dictara las reglas del juego. Y sin embargo, cada segundo pasado en esa habitación me acercaba peligrosamente a un territorio desconocido: aquel donde la obsesión rozaba la locura.

Cuando la vi, inmóvil en ese sillón, atada pero erguida en su mirada, sentí algo extraño. Una rareza. Una fuerza bruta oculta bajo una piel de aparente suavidad. No temblaba, no suplicaba. Ardía en desafío.

Y ese desafío me fascinaba.

Dediqué un paso hacia ella, sintiendo el peso de la historia, de las reglas no dichas, de las leyes del silencio que regían mis dominios. Sin embargo, ella encarnaba un caos inesperado, una brecha en este mundo controlado.

— Tienes una hora, Sofia. Esa frase había sido un veredicto y una promesa.

La vi enderezarse, firme, con los ojos ardiendo de una luz que no controlaba. Esa mujer se negaba a doblarse. Se negaba a convertirse en una pieza en mi partida.

Mi risa, seca, había rasgado el aire. La había descrito como rara, con agallas. Pero en el fondo, era más que eso. Era una fuerza bruta que no podía ignorar. Ella me serviría, sí, pero no solo porque yo lo quisiera. Me obligaría a revisar mis propios límites.

Observé la memoria USB en mi mano. Ese objeto insignificante para otros representaba la clave de nuestro destino. La palanca que la unía a mí, para bien o para mal.

Me senté, intentando ocultar la tormenta interior que burbujeaba. ¿Cómo podía mezclar esta lógica fría, la del poder, con este tumulto inesperado? Sofia no era una simple pieza. Era una revolución.

Ella había elegido la guerra al negarse a firmar. Y tal vez esa era la mejor decisión que podía tomar.

Porque la guerra no siempre se ganaba con armas visibles. A veces, se ganaba con el fuego que ardía en lo más profundo de las almas.

Me levanté de nuevo, me acerqué, lentamente, casi en desafío. Quería que sintiera, que entendiera. Negarse no era una opción. Era un desafío a mi imperio. Una declaración de guerra.

— Entonces vas a entender lo que eso significa, Sofia. Murmuré estas palabras como una amenaza, pero también como una promesa.

Vi su miedo, ese temblor casi imperceptible. Pero también vi su determinación, su rabia silenciosa. Era un juego peligroso, pero me encantaba el peligro.

Cada batalla necesitaba un oponente a su altura. Y ella acababa de entrar en la arena.

El tiempo pasaba. Cada minuto pesaba como un martillo sobre mi mente. Sentía mis propias fallas profundizándose, como si esta mujer, con su simple presencia, alterara mis cimientos.

Había construido este imperio sobre el miedo, sobre el control absoluto. Pero frente a ella, ese control tambaleaba.

Quería romperla. Quería poseerla. Quería entender por qué, a pesar de todo, ella me resistía.

Su negativa era un desafío que no podía ignorar. Y tal vez... un comienzo.

En este mundo de sombras, traiciones y alianzas frágiles, Sofia era un enigma. Una luz cruda que venía a romper la oscuridad.

Me prometí que esta historia no terminaría con una simple sumisión. Porque la guerra que ella había elegido, yo también la había elegido.

Y la partida apenas comenzaba.

Me alejé un instante, pasando mis manos por mi cabello, sintiendo la adrenalina que me subía. Cada fibra de mi cuerpo vibraba con una tensión desconocida, tan excitante como peligrosa. Este juego, este cara a cara silencioso, este duelo de voluntades... era lo único que podía hacerme sentir vivo últimamente.

Estaba acostumbrado a las sumisiones, a las compromisos forzados, a las alianzas construidas sobre el miedo o el chantaje. Pero ella? Ella era diferente. No por su rango o sus capacidades, no. Por su fuego interior. Por esa luz cruda que se negaba a apagarse.

Recordé cómo había tomado el teléfono, el mensaje que la había helado. Esta clave, este documento, este contrato... no podía darle ni un segundo para respirar. Tenía que entender la magnitud. El peso de la firma.

Sin embargo, a pesar de todas mis precauciones, no se dejaba dominar.

Una risa ronca se me escapó, involuntaria, mientras recordaba su mirada, desafiadora, casi provocadora.

Había un cruel paradoja entre ella y yo: yo, maestro de mil secretos, de un imperio construido sobre el miedo; ella, frágil contable, pero armada con una voluntad tan afilada como una hoja.

Sabía que esta batalla cambiaría mucho más que nuestros destinos.

Ella haría tambalear mis certezas.

Ella despertaría partes de mí que creía sepultadas bajo toneladas de control y sangre.

Me enderecé, decidido. No era una simple negociación, ni un capricho del poder. Era una guerra de voluntades. Y no tenía intención de perder.

Fui hasta la puerta, listo para cerrar este capítulo. Pero una última mirada hacia atrás fue suficiente para hacer tambalear por un instante mi máscara de impasibilidad.

Ella estaba allí, inmóvil, en ese sillón, pero su mirada... su mirada aún ardía.

Entonces entendí que ni ella ni yo saldríamos indemnes de esta confrontación.

El juego acababa de comenzar.

Y en este juego, no habría piedad ni tregua.

Solo sombras y voluntades.

Respiré profundamente. El poder, esta noche, tenía un nuevo nombre.

Sofia.

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