Mundo de ficçãoIniciar sessãoSoy Casey Donovan, y mi vida siempre ha olido a gasolina, pintura y el dulce peligro de una deuda familiar. Por el día, hago malabares con mi cámara y mi caja de herramientas para mantener a flote el garaje que mi hermano está a punto de perder. Pero la noche en que, literalmente, choqué contra un hiperdeportivo negro mate, mi deuda se disparó a niveles impensables. Para sobrevivir, terminé atada a la órbita de Spencer Blackwood, el CEO de Aether Corp. Dicen que es un depredador, un hombre tan frío que las decisiones de su junta directiva hielan el mercado. Me contrató como su "asistente de imagen", pero sé la verdad: soy solo la chica que está pagando su error con cada hora que paso en su oficina oscura y silenciosa. Lo detesto, pero su cheque es mi única salvación. Sin embargo, el destino tiene un sentido del humor retorcido. Mi hermano me arrastró al mundo ilegal de las carreras clandestinas, donde un piloto enmascarado llamado "Rogue" domina la pista, y mi habilidad con el motor es la única cosa que puede salvarle la vida. Rogue es peligro. Es adrenalina pura, es el fuego que me consume bajo las luces de neón. Me ofrece un escape físico que Spencer jamás podría darme. Tanto en la suite de lujo como en el garaje sucio, me encuentro enredada en una peligrosa danza de toques que no significan nada, y de acuerdos que lo son todo. Uno es mi jefe, mi verdugo financiero. El otro es mi droga, mi secreto prohibido. Ninguno cree en el amor, y yo no puedo permitírmelo. Pero cuando el deseo de la carne se vuelve tan profundo que roza el corazón, empiezo a temer que la verdad sobre estos dos hombres... es el único secreto
Ler maisMi respiración sonaba como un motor ahogado dentro del habitáculo destartalado de mi Ford Fairlane del 74. El olor a aceite quemado era tranquilizador; era el olor del hogar, del garaje de mi padre. Pero justo ahora, era solo el olor de la desesperación.
—Vamos, viejo. Aguanta. Solo una manzana más —murmuré, golpeando suavemente el tablero.
Hoy, la urgencia no era solo la cuenta regresiva del pago de mi padre. Hoy, la urgencia era Aether Corp. Una empresa de seguridad digital tan lujosa y tan fría que el nombre me daba escalofríos. Yo, Casey Donovan, la fotógrafa freelance que pasa más tiempo bajo un chasis que detrás de un lente, tenía una entrevista para ser asistente de imagen.
Asistente de Imagen. Sonaba ridículo. Lo único que yo sabía pulir era un carburador.
La oficina del CEO, me habían dicho, estaba en la cima de la Torre Aether. Una estructura de cristal que cortaba el cielo, el epítome de la élite de esta ciudad que yo solo veía desde abajo, sudando y llena de grasa. Si conseguía este trabajo, al menos podría respirar. Podría pagarle a Liam lo que le quitó al garaje, y podría mantener a papá en casa.
La presión era una correa de distribución a punto de romperse.
Apreté el volante, sudada a pesar del aire acondicionado que luchaba por funcionar. La entrevista era en diez minutos. Yo estaba en la calle equivocada, el tráfico era un infierno de vehículos de lujo y mi Fairlane se sentía como un elefante en una convención de galgos.
—Gira a la izquierda, Casey. ¡Gira ahora! —me grité, reaccionando tarde al cambio de carril.
Justo cuando giré, mi vista se encontró con un muro de metal negro. No era un auto. Era el auto.
No era solo un vehículo de lujo, era algo sacado de un videojuego. Negro mate, tan bajo que parecía arrastrarse, con líneas que gritaban "millones" y un diseño que me hizo suspirar incluso mientras el pánico me agarraba de la garganta. Estaba parado en mitad de la intersección, desafiando la luz roja con la autoridad silenciosa que solo el dinero puede comprar.
Intenté frenar. Desesperadamente.
Pero mi viejo Fairlane, bendito sea, decidió que justo en ese instante era el momento perfecto para que el sistema de frenos cumpliera su profecía de muerte. El chirrido fue espantoso, una nota aguda de metal contra metal que borró todo el ruido de la ciudad.
El impacto no fue rápido. Fue lento.
Mi parachoques oxidado se dobló como papel maché contra la parte trasera del auto negro mate. Escuché el crujido de mi propia chapa y el tintineo de algo muy caro rompiéndose. Mi cabeza golpeó el volante y por un instante, todo se quedó en un silencio irreal.
Mi corazón latía frenéticamente, no por el golpe, sino por el horror de la realización.
Acababa de destrozar mi única oportunidad de salvación.
Salí del auto, tambaleándome. El aire caliente me golpeó. Mi Fairlane parecía un dinosaurio herido. Y el auto negro... la luz de la calle reveló la magnitud del desastre. Era solo un rasguño, una abolladura menor en el panel trasero, pero en un auto de ese calibre, no era un rasguño. Era una ofensa capital.
La puerta del conductor del auto negro se abrió con un sonido sordo y pesado.
El hombre que salió era la definición de autoridad inmutable. Alto, vestido con un traje tan perfectamente cortado que parecía blindaje, y con una presencia que hizo que el tráfico que nos rodeaba se detuviera y se callara. Su cabello oscuro era tan impecable como el traje.
Lo miré. Él no me miró a mí. Miró su auto.
Su rostro era una máscara de neutralidad absoluta, pero la forma en que su mandíbula se apretó me hizo desear que fuera un mafioso gritón. Al menos sabría qué esperar. Este hombre era peor: era el silencio antes de la ejecución.
Luego, lentamente, sus ojos de hielo se levantaron y se encontraron con los míos. Eran de un gris tan pálido que parecían absorber la luz. No había rabia, no había sorpresa, solo una condescendencia helada que me hizo sentir como una mota de polvo.
—Tengo una reunión crucial en siete minutos, señorita —Su voz era profunda, pulida y carente de toda emoción. Sonaba como un veredicto. —¿Sabe cuánto vale esto?
Mi garganta se secó. No podía mentir.
—No... no lo sé. Pero... lo siento. Mi freno... fue un accidente. Yo lo pagaré. Lo arreglaré. Soy restauradora, puedo...
Él me interrumpió levantando una mano enguantada. Era el gesto más frío y cortante que jamás había visto.
—Mi tiempo es más valioso que su intento de disculpa, señorita. No tiene dinero suficiente para pagar el pulido de este panel, mucho menos el daño estructural.
Se acercó un paso. Era intimidante. Sentí su sombra sobre mí.
—Dígame su nombre.
—Casey Donovan —respondí con un hilo de voz, sintiendo que acababa de firmar un cheque en blanco con mi propia sangre.
Él sacó un teléfono de su bolsillo interior. Hizo una sola llamada, hablando en un idioma que mezclaba el poder corporativo con una orden militar.
—Tengo un problema menor en la calle 12. Necesito a alguien que se encargue de esto y del vehículo de la señorita Donovan. Envíame el coche de reemplazo. Y… —hizo una pausa, sus ojos grises regresaron a mí, escaneándome de pies a cabeza, y luego se detuvieron en la hoja de vida arrugada que sostenía en mi mano—. Y revise su archivo. Si usted tiene una cita hoy en el piso 80 de Aether Corp... dígales que espere.
Se dio la vuelta, ignorando mi Fairlane destrozado y mi existencia. Justo antes de subirse al auto que había dañado, dijo una última frase, tan baja que casi se perdió en el tráfico que reiniciaba.
—No va a pagar esto con dinero, señorita Donovan. Va a pagarlo con tiempo.
Me quedé allí, congelada, viendo cómo el CEO de Aether Corp, el hombre al que iba a suplicarle un trabajo, se alejaba, dejando tras de sí un silencio caro y la certeza de que mi deuda acababa de volverse fatal. Lo que no sabía es que esa deuda era solo el principio.
El amanecer se filtraba por las cortinas motorizadas de la suite. El silencio era absoluto, roto solo por el sonido distante del tráfico neoyorquino y el ritmo lento de mi propia respiración.Me desperté sintiendo el peso familiar de un brazo fuerte sobre mi cintura. Spencer Blackwood estaba durmiendo a mi lado, desnudo, con su rostro en calma, completamente despojado de la máscara de CEO gélido.El recuerdo de la noche anterior me golpeó con fuerza. La vergüenza, el pánico y, para mi consternación, una punzada de deseo renovado. Había sido imprudente, pero la explosión había sido real.Me moví para levantarme, pero el brazo de Spencer se tensó.—No te muevas, Casey —Su voz era un ronroneo matutino, más profundo y desarmador que su tono de oficina.Abrí los ojos para encontrar los suyos fijos en mí. Ya había recuperado la claridad, pero había una suavidad en sus ojos grises que nunca le había visto.—Tenemos que irnos. El jet... —dije, sintiendo la urgencia de huir.Spencer me jaló má
Apenas colgué, el alcohol se convirtió en una mezcla de miedo y una anticipación ardiente. Me había expuesto por completo, no solo en mi vulnerabilidad, sino en mi deseo más crudo.Chloe me miró, confundida. —¿Con quién hablabas? ¿Con tu banquero? Parecías estar haciendo un trato muy serio.—El trato está hecho —murmuré, mi mirada fija en la calle, esperando la llegada de la bestia que había invocado.No pasó mucho tiempo. Un sedán oscuro, diferente al de Aether Corp pero con el mismo aire de seguridad blindada, se detuvo frente al bar de neón. Spencer salió del coche. Llevaba ropa casual oscura, pero incluso en la oscuridad de la noche, su presencia era una luz estroboscópica de poder.Se dirigió al bar. Su mirada se encontró con la mía, y no había enfado, solo una fría, inquebrantable determinación.—Vamos, Casey —ordenó, su voz tensa.Me levanté, despidiéndome torpemente de Chloe. Spencer no esperó. Me tomó del brazo con una firmeza que no era cariñosa, sino un agarre de hierro par
El sábado amaneció, bendecido por la promesa de la libertad. Mi único plan era el Almacén C-19. Necesitaba el anonimato de mi mono de trabajo y la lógica honesta de la ingeniería para desintoxicarme de la falsedad de la gala y la crudeza de Spencer.Llegué al almacén y encontré a Rogue ya allí, inclinado sobre el Huayra. Se había quitado la capucha, revelando un cabello oscuro revuelto y una mandíbula tensa. Su concentración era intensa.—Casey. Justo a tiempo. El nuevo filtro de aire tiene un problema de fitting. El flujo no es limpio.Me puse manos a la obra. Trabajamos en un silencio cómodo por un rato. A diferencia de Spencer, Rogue no necesitaba imponerse; su autoridad residía en el conocimiento mutuo del motor.—¿Te gusta esta vida, Rogue? —pregunté, mientras apretaba una tuerca.Se enderezó, limpiándose el aceite de las manos con un trapo.—Me gusta la verdad que ofrece. La calle no miente. La velocidad no te juzga. No hay juntas directivas, ni bonos, ni expectativas sociales.
La semana siguiente fue un torbellino de correos electrónicos y disimulo. El pacto de "solo sexo" con Spencer se cernía sobre mí como una amenaza constante. La tensión entre nosotros era tan palpable que los otros asistentes de Aether Corp evitaban mi escritorio.El viernes por la noche, Spencer me arrastró a otra gala benéfica, esta vez en nuestra ciudad. Mi papel era el mismo: el accesorio elegante, la asistente silenciosa. El vestido era de seda azul cobalto, que resaltaba la piel, y la tela se sentía fría contra la marca ya desvanecida en mi cuello.Durante toda la noche, Spencer no me tocó en público. Mantuvo la distancia profesional, pero sus ojos grises seguían mis movimientos. Había un fuego silencioso en él que me recordaba la intensidad de nuestro encuentro en Nueva York.Mientras estábamos en la mesa, escuchando un discurso interminable sobre la filantropía, Spencer se inclinó ligeramente hacia mí.—El motor del Huayra, Casey.El susurro me golpeó como un puñetazo. Miré a m
El regreso a la ciudad fue un ejercicio de control absoluto. En el jet privado, el silencio era diferente. Ya no era una barrera, sino una cortina pesada que ocultaba lo que había sucedido. Spencer estaba de vuelta en su traje de CEO, inmutable, leyendo informes con una concentración que desafiaba la realidad. Yo estaba impecable en mi traje, pero sentía el peso de la seda en mi piel y, más aún, el ardor de la **marca** en mi clavícula, que Spencer había cubierto hábilmente con una bufanda cara antes de salir de la suite.La tensión sexual ahora era una corriente subterránea constante. Cada vez que nuestros ojos se encontraban, había una punzada de recuerdo. Cada vez que él me daba una orden, yo escuchaba el tono autoritario que había usado en la cama.—El informe 4A debe ser revisado para los datos de adquisición de Aether-X. Lo necesito en mi escritorio en una hora. Y Casey —dijo, sin levantar la vista—. La bufanda es un accesorio atractivo, pero mañana espero su cuello descubierto.
El sedán no nos llevó al aeropuerto ni a la civilidad. Nos llevó directamente de vuelta a la Torre Waldorf Astoria, hasta el aparcamiento privado, y de ahí, directamente al ascensor privado que subía a la suite de Spencer.El beso en el coche había sido una chispa; la subida en el ascensor fue un incendio. Spencer mantuvo una mano firme en mi cintura, clavándome contra su cuerpo. La tensión era un animal salvaje, y no había vuelta atrás. La ropa de Aether Corp, el traje de carreras, la deuda, todo se había fundido en una necesidad primitiva.Entramos a su suite. Era inmensa, silenciosa y la vista de la ciudad brillaba indiferente ante nuestro desorden. Spencer no encendió más luces que las del horizonte. La penumbra era cómplice.Apenas las puertas se cerraron, me empujó suavemente contra la pared más cercana, volviendo a capturar mi boca con una urgencia que no daba tregua. Este no era el beso frío de un jefe. Era el beso hambriento de un hombre que había mantenido la abstinencia dem
Último capítulo