Poison Apple es uno de los burdeles de la ciudad. Allí Bianka es vendida por su madrastra a un hombre desconocido, solo que él no cuenta toda su verdad. Ella será su sirvienta pero también la de sus seis hermanos. Era simple, lavar, limpiar y cocinar para siete hombre, pero todo se complica cuando empieza a desearlos en secreto.
Leer másHabía un hombre extraño visitando el burdel.
Toda mi vida había vivido escondida entre los pasillos del Poison Apple, como un fantasma que recorría los salones, oculta ante todos los hombres que visitaban este lugar en busca del placer. Solía escaparme de mi habitación y mirar a los grandes magnates que disfrutaban de la compañía de las chicas o entraba a los camerinos y las ayudaba a ellas a prepararse mientras escuchaba los relatos sobre sus encuentros cada noche: algunos eran magistrales, otros algo traumantes. Crecí en este lugar junto a mi madrastra. Luego de que mi madre falleciera cuando aún era pequeña, mi padre se casó con Delle, una de las mujeres más influyentes de la ciudad y luego de algunos años, él también falleció. Así que Delle se encargó de mi educación y de que nunca me faltase nada. Solo debía cumplir una simple regla: Los clientes del Poison Apple no debían verme, ni saber de mi existencia. Pero esa tarde, el ambiente del burdel era totalmente diferente. Ni siquiera era el horario abierto al público y Delle lo había recibido. Estaba caminando hacia la cocina por algo para picar cuando escuché los murmullos de las chicas. No podían ocultar su emoción por la visita de aquel extraño. ¿De quién se trataba? Escuché que había escogido a Brianna entre todas ellas. La curiosidad me ganó y terminé escabuyéndome para ir a observar. En el gran salón Delle, Brianna y aquel hombre conversaban tranquilamente. Por lo visto mi madrastra los recibió cuando salieron de las zonas de las habitaciones. No le daba mucha importancia a los hombres que visitaban el burdel, pero ese hombre me intrigaba. Era extraño que Delle dejara entrar a un cliente fuera de horario. No se parecía a los habituales: no era viejo, feo, ni mal vestido. Era atractivo, incluso intimidante. Con una mirada seria que helaba la sangre. Mi madrastra lo tratataba como a esos millonarios que reservaban el burdel los viernes. Debí haber obedecido y haberme ido a mi habitación, pero mi curiosidad fue más fuerte. Ya había visto demasiado y lo mejor era regresar a mi habitación. Di la vuelta dispuesta a marcharme pero terminé chocando con uno de los enormes adornos y este cayó al suelo haciéndose añicos y llamando la atención de todos. Hora de enfrentar las consecuencias de tus acciones, Bianka Sentí los pasos de mi madrastra de inmediato. Llegó hasta mí, con su largo vestido azul oscuro y, como siempre, sus manos entrelazadas al frente. Me observó de pies a cabeza y hizo una mueca de disgusto. —Voy a ignorar que estás aquí, Bianka —me dijo, tomándome de mentón para escrutar mi rostro—. Estás limpia. —Me di una ducha hace unos minutos, Delle. Ella asintió y desvió la mirada hacia el cristal, donde Brianna y ese hombre, ya totalmente vestidos, salían de la habitación. —A mi oficina —me ordenó—. Ahora. Se dio la vuelta, y yo la seguí apresuradamente. La oficina de Delle quedaba en el segundo piso del burdel, y desde allí tenía visibilidad al área del bar, donde los hombres solían escoger a qué chica llevarse. Subimos las escaleras como si hubiera un incendio esperándonos en su oficina, y al entrar, aquel hombre ya estaba allí. Me quedé de pie. Delle rodeó su escritorio y tomó asiento en su gran sillón, mientras él permanecía sentado frente a ella, de espaldas a mí. Solo podía reconocerlo por su espalda. —Espero que haya disfrutado, señor Snow —le dijo mi madrastra. Él tamborileó sus dedos en el reposabrazos del sillón antes de responder. —¿Has pensado en mi propuesta? —le preguntó. Su voz era gruesa y autoritaria, mandó escalofríos a mi columna vertebral. Me mantuve callada y de pie, mientras ellos sostenían lo que supuse era una reunión de negocios. —Es una pieza importante aquí —le comentó Delle—. También es mi familia. No sabía de qué hablaban, y la curiosidad por aquella conversación se despertó. Di un paso al frente, totalmente intrigada. —Voy a cuidarla. No quiero una mujer, Delle —le explicó él—. Necesito una sirvienta. Ella asintió, sacó unos documentos de la vieja gaveta del escritorio —que alguna vez fue de mi padre— y dirigió luego su mirada hacia mí. —Bianka —me llamó y respondí con un asentimiento—. Irás a pasarte un tiempo con el señor Snow. Me quedé inmóvil, mirándola fijamente, esperando que aclarara que aquello era una broma de mal gusto y que podía regresar a mi habitación donde debía haber estado todo el tiempo. Pero no. Delle me miraba con el semblante serio en espera de una respuesta por mi parte. Tragué saliva mientras mis manos comenzaban a temblar. —¿Irme? —pregunté, presa del pánico. La muy zorra asintió. —Esta es mi casa. No voy a irme a ningún lado —dije, esta vez enfurecida—. No sé qué diablos se te ha metido en la cabeza, pero mi padre… —Tu padre ya no está —me interrumpió—. Y este negocio recae sobre mis hombros. Estamos a punto de ir a la ruina, Bianka. Necesitamos el dinero que el señor Snow nos ofrece. El susodicho permaneció en silencio jugueteando con los adornos del escritorio, mientras yo siento unas ganas enormes de matarlo a él, y de paso a mi madrastra. —¿Me estás vendiendo a un completo desconocido? —pregunté, totalmente indignada. Era el colmo. Mi padre le había entregado todo lo que teníamos, había confiado mi educación a una mujer que ahora me entregaba a otra persona por dinero. La rabia me invadió, aun así intenté mantenerme tranquila. Le tenía respeto a mi madrastra por todo lo que había hecho por mí. —Bianka, es solo por un tiempo. Serás su empleada. Él firmará este contrato en el cual se compromete a cuidarte y a no tocarte ni un pelo. Iré a visitarte cada vez que pueda. —¡¿Pero te estás escuchando?! —grité, perdiendo el control. Me sentía totalmente usada y sin importancia. Como un maldito objeto que podía pasar de una mano a otra. Sin valor, sin respeto, como papel que usas y luego desechas. —Necesitamos ese dinero. Este es el patrimonio de tu padre; no puedo dejar que se destruya. —¿Y para eso tienes que destruirme a mí? —le pregunté, con las lágrimas a punto de caer. Delle se puso de pie, rodeó la mesa y se acercó a mi. Sus manos tomaron mi rostro y dejó un beso en mi frente. —Eres como una hija para mí. Sería incapaz de hacerte daño, Bianka —una lágrima rodó por su mejilla—. Tienes veintiún años y sigues viviendo aquí. Te alimento, te visto y pago tus estudios, sin que eso se convierta en una molestia. El corazón se me encogió al ver su rostro lleno de dolor. Era cierto: desde la muerte de mi padre, se había convertido en mi tutora, y aún después de cumplir los dieciocho, seguía cuidándome como si fuese una niña pequeña. —Si no haces esto, terminaremos en la calle —me advirtió, con los ojos llorosos. Miré al hombre desconocido que seguía de espaldas a nosotros, en absoluto silencio. Esperaba una respuesta; no le importaba nuestra conversación, solo cumplir su objetivo y marcharse. —¿Sólo serán unos meses? —pregunté, dubitativa, y Delle asintió. —Por supuesto. Luego regresarás y todo volverá a la normalidad. Solté un suspiro. Se lo debía, por todo lo que había hecho por mí. Ella merecía que cumpliera con lo que me pidiera. —¿Sólo seré su sirvienta? —insistí. —Limpiarás, lavarás y cocinarás para él. Nada más, mi niña —me explicó—. Si te hace algo, yo misma lo mato. Volví a suspirar. Miré a Delle y luego al hombre. Relajé los hombros y observé el reloj en la pared, que marcaba las siete. Ya era hora de abrir el burdel. —Acepto —solté sin pensarlo—. Pero si esto sale mal… —Iré por ti —me respondió. El hombre se puso de pie y se giró hacia nosotras. Su mirada se encontró con la mía, tan intensa que aparté la vista de inmediato y bajé los ojos al suelo. —Bien —dijo—. Firmé los papeles mientras debatían. Ahora podemos irnos. Sin dejarme despedirme tomó mi mano y me hizo caminar con él por las escaleras hacia la parte baja del burdel. Las lágrimas cayeron por mis ojos mientras caminaba detrás suyo con la cabeza gacha. Escuché a Delle a lo lejos desearme buena suerte y decirme que pronto iría a visitarme. Mi cuerpo temblaba con pequeños espasmos y una sensación de soledad y miedo invadió mi cuerpo. Al salir del burdel un auto nos esperaba, él hombre montó delante y yo en la parte trasera. Continué con mi cabeza baja mientras dejaba las lágrimas salir. Era el momento de desahogarme, una vez allí, debía cumplir con sus órdenes para poder regresar pronto a casa. Mi padre me protegería desde donde quiera que se encontrase. No iba a ser tan malo, esperaba, solo debía hacer las tareas domésticas y con un poco de suerte en un mes estaba de regreso y le habría devuelto a Delle todo lo que había hecho por mí. Tomé varias respiraciones mientras intentaba calmarme. Debía ser fuerte y enfrentarme a todo lo que estaba por venir. No importaba que me encontrase sola con alguien desconocido, tenía que ser capaz de sobrevivir a las adversidades. Papá me lo había dicho antes de morir. "No importa que tan malo sea, sigue de pie y con la cabeza en alto" Sequé mis lágrimas con el dorso de mis manos y levanté la cabeza. Miré por la ventanilla del coche y un espeso bosque nos rodeaba. Mis ojos fueron al espejo retrovisor y admiré el rostro de mi nuevo jefe —me niego a llamarlo dueño—, sus ojos azules estaban fijos en la carretera concentrados. Pasó una hora cuando una enorme casa apareció en el camino. Era majestuosa, con un espeso jardín al frente. Habían varios hombres fuera con armas y vestidos totalmente de negro. No sabía quién era este hombre pero por lo visto, tenía dinero y era alguien importante. Salió del coche, abrió mi puerta y me ayudó a bajar. Todos estaban vestidos de forma elegante, miré mi blusa ancha y falda holgada, sin hablar de mis bragas húmedas por el orgasmo de hace un rato. Estaba horrible y me sentí intimidada. —Entremos —me ordenó él. No respondí solo lo seguí por los escalones de la entrada. La puerta fue abierta por uno de esos hombres vestidos de negro y luego nos adentramos por un pasillo hasta un enorme salón con varios muebles. Me quedé quieta mientras el siguió su camino. Seguramente mi mente me estaba jugando una mala pasada y por todo el shock de venir hacía aquí estaba viendo visiones. No sólo estaba allí el hombre desconocido. Estaba viendo seis hombres más en ese salón. Todas sus miradas estaban posadas en mi. Estrujé mis ojos totalmente asustada. —¿Qué te has traído a casa, Austros? —preguntó uno de ellos con una sonrisa pícara. El hombre que me llevó hasta allí y que se llamaba Austros me miró con el semblante serio. —Hermanos, ella es Bianka White, nuestra nueva empleada —anunció y mi cuerpo se estremeció. No iba a ser solo su sirvienta, sino también la de sus seis hermanos. «Excelente, Bianka, como si tu vida no pudiese empeorar más»La mano de Caelus se extendió frente mi para ayudarme a bajar del auto, la acepté y al salir el aire frío de la noche hizo que la piel se me pusiese de gallina.A mi alrededor los demás Snow también bajaban de sus autos todos con sus antifaces y sus trajes negros. Llevé mi mirada a los relojes con diamantes en sus manos y sonreí. Había sido idea de Felis que todos ellos llevasen esos relojes, así podía identificarlos fácilmente en la fiesta si en algún momento me alejaba de ellos —cosa que recalcaron cien veces no podía pasar—, mientras yo llevaba un largo vestido negro y un hermoso collar de diamantes que resaltaba en mi cuello. Según Caelus el diamante principal fue encontrado en la última excavación que hicieron en las minas.El cartel de neón rojo que identificaba al Poison Apple brillaba como nunca. Caelus no soltó mi mano y eso lograba controlar mis emociones. No podía mentir, estaba nerviosa por todo lo que significaba regresar a aquel lugar. Miré a mi derecha cuando Austros s
DesconocidoLos mismos dos hombres de siempre abrieron la puerta, revisaron mi cuerpo de cabeza a pies y cuando notaron que no llevaba ningún arma me permitieron continuar mi camino. Las botas resonaban por el suelo mientras me adentraba en el frío pasillo. Varios de los guardias iban de salida y me observaban como siempre: con desconfianza.No los culpaba, yo tampoco confiaría en mi. ¿Qué podía esperarse de un traidor?Finalmente llegué a la última puerta y nuevamente otros dos idiotas volvieron a revisarme antes de permitirme entrar.—¡Vaya mierda, viejo! —solté con desgana ante la escena que tenía al frente—. ¿Me hiciste venir para ver como una puta te hace una mamada?El rió antes de apartar a la chica de su polla y meterla de vuelta en sus pantalones. Caminé hasta el sillón más cercano y me lancé.—Lárgate —le ordenó a la chica y ella se marchó con la cabeza gacha.No soportaba a las mujeres sumisas. Nunca fueron mi tipo. Hice una mueca de desdén cuando él me insinuó que podía us
Deimos salió de la consulta con una sonrisa en el rostro y nos observó a Balios y a mi. Era la segunda consulta de esta semana y aunque hace dos noches tuvo una recaída, podíamos notar como mejoraba su ánimo poco a poco. Había convencido a los Snow de turnarnos para acompañarlo a visitar al doctor.Si, era claro que luego de enterarme de la relación de Felis con la doctora no iba a permitir que se mantuviera cerca de él, así que con la ayuda de Gerión encontramos a un excelente médico en el otro hospital de la ciudad.Al salir mi buen humor desapareció. Austros y Elena nos esperaban en el coche para ir a comprar vestidos para la fiesta de hoy. Aunque los Snow insistieron una y otra vez para que no asistamos a la fiesta de Delle, no dí mi brazo a torcer, iba a ir, a demostrarle que no era la chica asustadiza que crió y finalmente el día había llegado.Cuando llegamos al auto observé a Elena en el asiento del copiloto al lado de Austros, lugar que yo había ocupado durante todo el trayec
Corrí por el sendero de tierra que llevaba al granero, mis pies apenas tocando el suelo. La furia me impulsaba, la rabia me ardía en las venas. No podía creer que Austros me hubiera ocultado la verdad sobre su vida, no solo a mi, sino a todos sus hermanos, a todos los que me habían recibido con los brazos abiertos en su familia. Mi rostro ardía con la vergüenza y la indignación me sofocaba como una ola. La imagen de aquella mujer con el pequeño se había grabado en mi memoria como una herida abierta. No podía creer que él, me hubiera ocultado algo tan importante, algo que lo definía como persona. Ya aprenderá que Austros ama mentir, señorita White.Recordé las palabras de Deimos el día que llegué a la vida de los Snow, las cuales ahora cobraban sentido.Al llegar al granero, ví a Austros charlando con los demás , su rostro iluminado por una sonrisa que me causaba un dolor punzante, esa sonrisa que usaba siempre junto a sus comentarios audaces. Mi corazón se encogió, sintiendo que un
Los Snow estaban raros.Demasiado silenciosos, normalmente durante los almuerzos Caelus y Austros bromeaban y Gerion daba muchas órdenes sobre lo que teníamos que hacer el resto del día, pero hoy, todo estaba en silencio. Balios estaba de regreso y se suponía que la casa debia estar alegre, pero parecía un funeral. Algo estaba pasando. Me aclaré la garganta antes de hablar.—¿Pasa algo? Austros llevó su mirada rápidamente hacia mi.—Todo está bien, White.Nada estaba bien. Austros estaba demasiado serio, Elais tenía el ceño fruncido y Felis le daba vueltas a su tenedor en el plato. Me estaban ocultando algo y no podía creer que volvieran a romper mi confianza. Iba a hablar pero Gerión me interrumpió.—Nos ha llegado una invitación —me dijo—. Eso es lo que nos pasa, muñeca.—¿Invitación? —cuestioné perdida.Gerión asintió con la cabeza antes de explicar.—Delle se ha encontrado a uno de nuestros hombres en el burdel y ha enviado una invitación a una fiesta este viernes.Me ofreció un
CaelusFinalmente Balios fue dado del alta en el hospital luego de dos semanas de recuperación. Quince días en los que mis hermanos y yo no descansamos, cambiamos de casa, aumentamos la seguridad y tuvimos una lucha constante por evitar que Bianka saliera de casa, misión casi imposible ya que ella estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por ir a visitar a Balios al hospital.La situación no era buena. Alguien se había atrevido a entrar a nuestra casa y herir a uno de los nuestros. Habiamos trabajado mucho tiempo para ganarnos un respeto dentro del mercado negro y el mundo de la mafia. Asi que la persona que habia ordenado el ataque, sin duda alguna, era alguien que no conocíamos y eso solo hacía que nuestras cabezas estuviese bajo constante estrés.Gerión y Felis habían ido al hospital a buscar a Balios, mientras los demás esperábamos tranquilos en la sala. Esta vez Felis había buscado una casa aún más alejada de la ciudad, no era muy grande y teníamos que compartir habitaciones, exce
Último capítulo