ElioLas horas que siguieron se estiraron como una guillotina suspendida sobre nuestras cabezas. Cada segundo parecía pesado con una amenaza invisible, una prueba silenciosa en la que ninguno de los dos quería ceder. La memoria USB, colocada sobre la mesa entre nosotros, ya no era un simple objeto. Se había convertido en un símbolo, un punto de convergencia donde nuestros destinos se cruzaban y desafiaban.Sofía seguía sin hablar. Su mutismo no era signo de debilidad, sino, por el contrario, de una resistencia interior que adivinaba sin poder romper. Su mirada era fija, a veces dura, a veces cargada de una ira contenida que se negaba a dejar estallar. Pero sentía que, en el fondo, bajo esa fachada calmada, un fuego rugía, listo para incendiar todo a su alrededor.La observaba en silencio. Cada gesto, cada respiración era un enigma por descifrar. Ella seguía siendo un muro infranqueable, un baluarte de orgullo y desafío que me fascinaba y me irritaba a la vez. ¿Cómo podía resistirme as
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