Sofía
Caminé por el jardín como si no estuviera siendo vigilada.
Como si no fuera prisionera de un hombre que podía hacer desaparecer un nombre con un chasquido de dedos.
Pero cada paso que daba, lo hacía para mostrarle que no tenía miedo.
No porque fuera verdad.
Sino porque era necesario.
¿La verdad?
Estaba hirviendo.
No solo de ira.
De adrenalina.
Estaba interpretando una partitura demasiado grande para mí, lo sabía.
Pero ya no tenía el lujo de esperar que alguien viniera a salvarme.
Había pasado mi vida manteniéndome al margen.
Evitando problemas.
Borrando las huellas de mis padres en los archivos bancarios, en las filtraciones discretas, en los compromisos.
Pero ahora, el fuego estaba en mi garganta.
Y ya no quería apagarlo.
Lo sentí antes de verlo.
Elio.
Nunca hace ruido al caminar.
Es de esos hombres que se deslizan entre las respiraciones, que eligen cada aparición como un golpe quirúrgico.
— Te adaptas rápido, dijo detrás de mí, su voz baja como una pro