En las lujosas calles de Milán, donde el glamour y la sofisticación ocultan intrincadas redes de secretos, Bianca Mancini, una joven de alta sociedad, vive atrapada en un mundo de apariencias y normas estrictas. La promesa de un futuro perfectamente planificado la rodea, pero su alma anhela algo más, algo real, algo que la haga sentir viva. Luca Romano, por otro lado, es un hombre marcado por la oscuridad. Como líder de una de las bandas mafiosas más temidas de Italia, su vida está teñida de violencia, poder y peligros constantes. Sin embargo, tras su imponente fachada, se esconde un hombre perseguido por su pasado, cargado de secretos y con un anhelo casi imperceptible de redención. Cuando sus caminos se cruzan por casualidad —o quizás por destino—, el choque entre sus mundos es tan inevitable como electrizante. Lo que comienza como una atracción prohibida pronto se transforma en una conexión tan intensa como peligrosa. Bianca descubre un hombre dispuesto a protegerla a cualquier precio, mientras que Luca se enfrenta al único desafío que podría cambiarlo: amar a alguien lo suficiente como para querer ser mejor. Pero en un mundo donde las promesas se rompen con facilidad y las sombras siempre acechan, su amor se convierte en un campo de batalla. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar para salvarse el uno al otro? ¿Podrá el amor vencer al pasado, o caerá bajo el peso de los secretos y sacrificios que exige? Por ti, siempre, es una apasionante novela de romance, peligro y redención que explora la lucha entre el bien y el mal, los dilemas del corazón y el precio de amar a alguien cuando el mundo entero conspira en contra.
Leer másLa música flotaba en el aire, un vals elegante que llenaba el gran salón iluminado por candelabros de cristal. Las paredes del palacio estaban decoradas con frescos del Renacimiento, y los invitados se movían como piezas en un tablero de ajedrez perfectamente orquestado. Hombres con trajes de diseñador discutían negocios en voz baja, mientras las mujeres lucían vestidos largos que parecían flotar con cada paso. Entre ellos estaba Bianca Mancini, el reflejo de la perfección que todos esperaban de una hija de la alta sociedad romana.
A sus veintisiete años, Bianca lo tenía todo: belleza, dinero, conexiones sociales. Su cabello castaño, recogido en un moño elegante, dejaba al descubierto unos ojos verde esmeralda que siempre parecían mirar más allá de lo evidente. Pero esta noche, como tantas otras, el peso de su mundo perfecto la aplastaba.
—Bianca, querida, ven a conocer al hijo del embajador francés —dijo su madre, tomándola del brazo con una sonrisa calculada. Bianca suspiró. Sabía lo que significaba ese tono: otra presentación que, en el fondo, no era más que una transacción disfrazada de cortesía.
—En un momento, mamá. Necesito un poco de aire —respondió, liberándose con suavidad. Antes de que su madre pudiera insistir, Bianca atravesó el salón, esquivando conversaciones triviales y risas artificiales.
Llegó al balcón, donde el bullicio se desvanecía y el aire fresco le acariciaba el rostro. La ciudad de Roma se extendía frente a ella, un mar de luces doradas y sombras que bailaban bajo el cielo nocturno. Bianca apoyó las manos en la barandilla de mármol y respiró profundamente. Desde allí, el mundo parecía más real, más honesto.
Sentía un vacío que no lograba llenar, como si todo lo que la rodeaba careciera de peso. Los vestidos caros, las fiestas interminables, las expectativas familiares: todo se deslizaba sobre ella sin dejar huella. Había momentos en los que soñaba con escapar, con caminar descalza por calles desconocidas, perderse en conversaciones con extraños que no supieran quién era. Pero el apellido Mancini era una jaula dorada de la que no podía escapar.
De repente, algo llamó su atención. Cerca de la entrada del palacio, dos hombres discutían acaloradamente. La luz tenue de las farolas apenas alcanzaba a iluminar sus rostros, pero sus gestos eran inconfundibles: uno de ellos parecía exigir algo, mientras el otro se mantenía firme, casi desafiante.
Bianca entrecerró los ojos, tratando de distinguirlos mejor. El hombre que mantenía la calma era alto, de hombros anchos y una postura que emanaba una mezcla de autoridad y peligro. Vestía un traje oscuro, pero su aspecto no era como el de los hombres que conocía. Había algo en él, algo crudo y auténtico, que lo hacía destacar entre el refinamiento artificial del evento.
El hombre más bajo, visiblemente frustrado, alzó la voz:
—No puedes ignorar esto, Luca. Sabes lo que está en juego.Luca. Ese debía ser su nombre. Bianca no podía escuchar la respuesta, pero observó cómo Luca inclinaba ligeramente la cabeza, con una sonrisa casi imperceptible que parecía cargar con una amenaza silenciosa. Entonces, el hombre más bajo dio un paso atrás, como si hubiera entendido que no tenía sentido insistir. Luca se giró hacia la entrada del palacio, pero antes de entrar, levantó la mirada hacia el balcón donde Bianca estaba de pie.
Fue solo un segundo. Un instante tan breve que podría haber pasado desapercibido. Pero cuando los ojos oscuros de Luca se encontraron con los suyos, Bianca sintió que el tiempo se detenía. Había algo en esa mirada: una intensidad que mezclaba dureza y vulnerabilidad, como si él también cargara con un peso que no podía compartir con nadie.
Bianca retrocedió un paso, sorprendida por la fuerza de aquella conexión inesperada. Luca sostuvo la mirada por un momento más, como si tratara de descifrar algo en ella. Y luego, como si nunca hubiera pasado, desvió la vista y desapareció por la puerta principal.
El corazón de Bianca latía con fuerza. No entendía qué acababa de suceder, pero sabía que ese breve encuentro había removido algo dentro de ella. Miró hacia la entrada, esperando verlo de nuevo, pero Luca ya no estaba.
El sonido de pasos la sacó de sus pensamientos. Su madre apareció en el balcón, con el ceño ligeramente fruncido.
—Bianca, ¿qué haces aquí sola? Te están buscando. El hijo del embajador es un joven muy prometedor, ¿sabes?Bianca asintió distraídamente y dejó que su madre la guiara de vuelta al salón. Pero mientras sonreía y asentía ante las palabras del embajador y su hijo, su mente estaba lejos de allí. La imagen de Luca, su postura firme y esa mirada penetrante, seguían grabadas en su memoria.
Algo había cambiado. Tal vez era el aire de la noche, tal vez era la sensación de que, por primera vez, había vislumbrado un mundo más real. O tal vez era simplemente el destino, jugando sus cartas de la manera más inesperada.
Lo que Bianca no sabía era que esa noche era solo el comienzo.
El día amaneció con un cielo despejado, como si incluso la naturaleza quisiera marcar el comienzo de algo nuevo. Las calles del pueblo estaban llenas de murmullos y pasos apurados. La inauguración de la nueva ala del centro comunitario había atraído a personas de todas partes. Familias, antiguos amigos de Luca y Bianca, y hasta periodistas llegaron para presenciar el evento que prometía ser inolvidable.Matteo y Aurora estaban en el interior del centro comunitario, revisando los últimos detalles. La nueva ala era amplia y luminosa, construida con los fondos que los hermanos habían decidido donar de la herencia Mancini. Las paredes estaban decoradas con obras de arte donadas por Aurora, todas impregnadas de esperanza y resiliencia. En el centro, bajo un gran ventanal que dejaba entrar la luz del sol, se encontraba cubierta por
La mañana era fría, con el sol apenas asomándose entre las nubes grises. Aurora y Matteo se encontraban en la sala del antiguo despacho de su padre, la misma habitación donde Luca había tomado tantas decisiones que marcaron su vida y la de quienes lo rodeaban. Ahora, el peso de esas decisiones recaía sobre ellos.Sobre la mesa, una pila de documentos parecía irradiar una energía pesada, casi tangible. No eran solo papeles: eran la culminación de décadas de secretos, transacciones y poder acumulado por los Mancini. Vittorio estaba fuera de juego, pero el legado que había intentado usar para destruirlos seguía siendo una carga enorme.Aurora se sentó en la silla de cuero desgastada de Luca, mirando fijamente los papeles frente a ella. &md
La evidencia obtenida gracias al sacrificio de Marco pesaba en las manos de Matteo mientras la examinaba por última vez en la mesa del comedor. Aurora, sentada frente a él, trazaba líneas nerviosas en un cuaderno mientras intentaba calmar su mente. Cada palabra, cada número en esos documentos era una pieza del rompecabezas que demostraba la corrupción de Vittorio, desde lavado de dinero hasta tráfico de armas. Era suficiente para destruirlo, pero también suficiente para que Vittorio los persiguiera hasta el último rincón del mundo si no actuaban rápido.Enzo, un viejo aliado de Luca y alguien en quien habían llegado a confiar, revisaba los detalles junto a ellos. Aunque el tiempo había marcado su rostro con arrugas y canas, su mirada seguía siendo dura y calculadora, propia de alguien que ha
El sonido de la lluvia golpeaba suavemente las ventanas del apartamento de Matteo y Aurora mientras ambos permanecían en silencio. El peso de los acontecimientos recientes parecía aplastar la atmósfera, dejando una sensación de derrota en el aire. Matteo revisaba una y otra vez los pocos documentos que habían logrado salvar del juicio fallido, buscando alguna forma de retomar el caso. Aurora, por su parte, miraba por la ventana, perdida en sus pensamientos, con una taza de té en las manos.Un golpe en la puerta rompió la quietud. Matteo se levantó de inmediato, con una mezcla de precaución y tensión. Su mano se detuvo sobre la pistola que mantenía en la mesa antes de abrir la puerta con cuidado. Para sorpresa de ambos, era Marco.—¿Qu&ea
El aire estaba denso en la sala de Matteo mientras repasaba los documentos esparcidos sobre su escritorio. Eran evidencias que había reunido con un esfuerzo monumental: cuentas bancarias vinculadas a sobornos, registros de transacciones ilegales y testimonios de personas valientes que habían accedido a hablar contra Vittorio. A pesar de la exhaustiva preparación, Matteo no podía sacudirse la sensación de que estaba caminando sobre una cuerda floja.Aurora entró en la habitación con una taza de café en las manos, observando a su hermano con preocupación. —Llevas toda la noche aquí. Necesitas descansar, Matteo.Él negó con la cabeza, sin apartar la vista de los papeles. —No puedo permitirme descansar. Todo esto... —hizo un gest
El reloj marcaba las nueve de la noche cuando Matteo apagó el motor de su coche frente al lugar acordado: una vieja bodega en las afueras de la ciudad. Las sombras de los edificios industriales se alargaban bajo la tenue luz de las farolas, proyectando un ambiente cargado de tensión. Aurora, sentada a su lado, observaba el lugar con una mezcla de incertidumbre y determinación. Sabía que no había vuelta atrás.—¿Estás segura de que quieres entrar? —preguntó Matteo, girándose hacia ella con una expresión seria. Aunque era evidente que también estaba nervioso, su voz se mantuvo firme.Aurora asintió. —No podemos hacerlo solos. Si queremos enfrentarnos a Vittorio, necesitamos aliados, y ellos conocían a papá
Último capítulo