Elio
Se me escapa.
No en el sentido de que huya.
No. Ella se queda. Hace frente. Establece sus condiciones.
Pero precisamente. Es lo que ella retiene lo que no logro encerrar.
Sofía no es un peón. Ni siquiera es una pieza del juego.
Es todo el tablero que se inclina bajo mis manos.
Y, sin embargo, acabo de cerrar un trato con ella.
He estrechado su mano.
Era un pacto.
Y era una falla.
Subo a mi oficina justo después. Cada paso resuena en mi cabeza como una amenaza.
Ella ha reclamado acceso a la sala.
Nadie pide eso.
Nadie sabe siquiera que existe.
Y ella… lo dijo sin titubear, como si ya me hubiera disectado por dentro.
Me quito la chaqueta. Aflojo mi corbata. Mi reflejo me mira en los vidrios de la oficina.
Demasiado nítido. Demasiado tranquilo.
No estoy tranquilo.
Estoy en la cuerda floja.
Lo odio.
Nunca me ha gustado el desorden. Nunca he tolerado la debilidad.
Y Sofía encarna ambas cosas.
Pero me obsesiona.
Y ese es el problema.
No tiene las armas clásicas — no hay amenazas, n