Una mentira piadosa, un deseo inconfesable, y un secreto que podría destruirlos a ambos. Maribel Fuentes tenía el futuro perfectamente planeado: graduarse con honores en Derecho, hacer orgullosa a su madre… y casarse con el hombre que amaba. Pero todo se derrumbó en un solo día. Traicionada por su madre y su novio, Maribel decide desaparecer. No por cobardía, sino por supervivencia. Necesita dinero, anonimato y un refugio emocional. Lo encuentra bailando bajo las luces tenues de un club exclusivo para hombres poderosos. Allí nace Lilith, su alter ego: una mujer sensual, invencible y sin pasado. Pedro Juan Andújar, un abogado exitoso, esposo ejemplar y padre devoto, encuentra en Lilith un deseo que va más allá de lo físico. Ella no habla. No pregunta. Solo baila y deja marcas invisibles en su piel… y en su alma. Pero lo que ninguno sabe es que el destino —cruel y morboso— los une mucho más de lo que imaginan. Porque Lilith es Maribel. Y Pedro Juan… es mucho más que un cliente. Una historia de doble vida, obsesión, poder y seducción. Donde el anonimato es un juego peligroso, y el placer, una sentencia. ¿Hasta dónde estás dispuesto a caer por un deseo prohibido?
Ler maisLa voz de Leonardo sonaba cálida al otro lado del teléfono, con ese tono que ella solía asociar con besos suaves, películas los viernes y risas debajo de las sábanas.
—¿Vas a quedarte en la universidad este fin de semana, o te paso a buscar? —preguntó con una mezcla de esperanza y ansiedad. Maribel dudó unos segundos. Tenía tres exámenes encima, trabajos por entregar, y unas ojeras que podían declarar independencia. —Voy a quedarme —murmuró, intentando sonar firme—. Es la última semana fuerte. Ya casi termino este semestre y luego uno más para lograr mi meta. Necesito enfocarme. —Solo… te extraño, nena. Ya van dos semanas sin verte —añadió él, bajando la voz como si la desnudez de la frase fuera demasiado. Ella apretó los labios. Lo sabía. Pero entre prácticas, noches en la biblioteca y los ensayos finales, apenas le quedaba tiempo para respirar. —Lo sé. Yo también te extraño amor. —dijo finalmente. —Bueno, hablamos más tarde, ¿sí? Descansa, Mar. Colgó. Y el silencio que quedó fue peor que cualquier examen. Maribel dejó el teléfono a un lado y suspiró. Era viernes, ya pasaban las nueve. Tenía apuntes por repasar y café frío en la mesa… pero también tenía un cosquilleo en el estómago que le decía que algo no estaba bien. O tal vez era culpa. Cansancio emocional. Tenía a Leonardo abandonado. Tal vez era el amor queriendo recuperar lo que la carrera le estaba robando. Leonardo siempre había sido bueno con ella. Le traía comida cuando estudiaba, la ayudaba con sus presentaciones, la esperaba hasta tarde cuando salía de clase. Incluso se llevaba bien con su madre. Y la ayudaba cuando ella no estaba, incluso a veces solo le hacía compañía a su mamá ya que ella y su madre siempre habían estado solas y la extrañaba demasiado. Él era lo mejor que le había pasado. Lourdes, su adorada madre era encantadora, joven para su edad, y tenía esa mezcla de elegancia y desparpajo que muchos admiraban. Pensó en lo feliz que se pondría Leonardo si ella llegaba sin avisar. Lo sorprendería. Tal vez podrían cocinar algo juntos. Dormir abrazados. Hacer el amor como hacía semanas no lo hacían. Así que cerró la laptop, guardó sus cosas, y tomó el primer tren hacia su casa. Eran casi las once y media cuando llegó. La calle estaba tranquila. Las luces de la entrada encendidas. Y allí estaba. El auto de Leonardo. Su corazón dio un vuelco, pero uno bueno. Aceleró el paso, emocionada por ver que podía sorprenderlos a los dos a la vez. “Seguro está acompañando a mamá mientras cenan para que ella no este tan triste por que no estoy …”, pensó con una sonrisa. Pero apenas se acercó al porche, algo le rasguñó la intuición. La puerta estaba sin seguro. Empujó con suavidad y entró. Música sonaba desde el fondo. Algo lento, suave, casi erótico. —¿Mamá? —llamó con voz entrecortada, esperando una respuesta que no llegó. Dejó su bolso en la mesita. Dio unos pasos hacia la sala. Ahí comenzó a sentirse rara. Una blusa negra estaba tirada sobre el sofá. Un cinturón masculino, en el suelo. Su mirada fue siguiendo el rastro como quien se acerca al borde de un abismo. Tacones. Un pantalón de mezclilla. Un sostén rojo, abierto. La sangre comenzó a zumbársele en los oídos. No. No. No puede ser…. Subió las escaleras sin pensar. Solo sentía un nudo en el estómago, una rabia ciega que peleaba con la negación. Desde el pasillo comenzó a escuchar gemidos. Una voz masculina ahogada en placer. Otra femenina, jadeante… muy familiar. —Dios… sí… así… El mundo se le desmoronó un poco con cada paso. Se detuvo frente a la puerta de su madre. Su cuerpo temblaba. La mente suplicaba que fuera una pesadilla. Que fuera un malentendido. Que fuera cualquier cosa menos lo que sospechaba. Abrió la puerta. Y los vio. Allí estaban. Su madre, desnuda, montada sobre Leonardo. Él con las manos sujetando sus caderas, los ojos cerrados, la cabeza hacia atrás. Sudados. Embriagados de deseo. La música aún sonando. Una escena de pesadilla sin filtro. Maribel no gritó. No lloró. No se desmayó. Solo habló. —¿Disculpen… estoy interrumpiendo algo? El silencio fue brutal. Lourdes se giró como si la hubieran electrocutado. Leonardo palideció como si hubiera visto un fantasma. Los ojos de ambos eran el espejo del horror. —Maribel… —susurró Lourdes, sin poder moverse. El cuerpo de Maribel no respondió al impulso de salir corriendo. Tampoco al de derrumbarse. Solo los miró. Inmóvil.Pedro Juan volvió al apartamento con el cuello ligeramente húmedo por la lluvia fina y el peso del cansancio en la espalda.No esperaba verla aún despierta.Pero tampoco esperaba lo que encontró.Nada.Ni su bolso.Ni su peluca roja sobre la silla.Ni sus zapatos desordenados junto al sofá.Ni el leve olor a perfume dulce que solía quedarse como un susurro en el aire.Solo un par de sábanas frías y las llaves sobre la almohada.Frunció el ceño.El corazón le dio un leve salto.No de pánico.Más bien… de decepción.—¿Por qué te fuiste, Lilith?Susurró su nombre en la oscuridad, como si pudiera invocarla.Como si con eso bastara para hacerla volver.Se sentó al borde de la cama, aún con la camisa desabrochada.Pasó una mano por el cabello, frustrado.¿Había sido por el mensaje?¿Lo había visto?No debería importarle.No habían hecho promesas.No había compromisos.Pero le importaba.Más de lo que se atrevía a admitir.—Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, Maribel daba vueltas en
Maribel, por su parte, estaba técnicamente bien.Café. Apuntes. Biblioteca. Exámenes. Tesis. Estudiar para pasar el examen de la barra que la acreditaria para ejercer su profesión en el estado. Todo en orden.Todo excepto ella.No podía concentrarse del todo.Ni dormir sin que su cuerpo recordara el suyo.Ni tocarse sin que su mente volviera a esa noche, a sus manos, a la forma brutal y perfecta en que él la tomó sin pedirle nada… más que rendirse.Había estado con un solo hombre en su vida.Leonardo.Y Leonardo era… dulce.Metódico. Cariñoso. Consciente.Pero jamás, jamás, la había hecho gritar.Ni temblar.Ni volverse adicta al roce de una boca en la espalda.Y eso… eso la estaba carcomiendo desde dentro.Había intentado ignorarlo.Había sido razonable, lógica, organizada.Pero el deseo no hablaba ese idioma.Y Maribel, por primera vez en su vida, quería repetir. Pero no estaba dispuesta a perder el control por deseo pero podia juga cerca del fuego…—Una semana después. Martes. 7:
Lilith salió de la sala privada tres con el corazón aún latiendo desacompasado, el cuerpo tibio por la danza y la mente envuelta en ese velo de niebla que Rodrigo Harper había dejado tras de sí. El hombre tenía algo… algo distinto. No era como Pedro Juan, cuya sola presencia la hacía temblar por dentro. Rodrigo la miraba como si ya supiera lo que iba a hacer antes de que lo hiciera. Como si supiera cosas que ni ella conocía de sí misma. Él era claro y transparente, emanaba confianza, no se ocultaba, brillaba. Pedro Juan por el contrario era oscuridad, secretismo… y eso la encendía.—Estuviste magnífica —murmuró Elvira al recibirla—. Nunca había visto a Rodrigo tan… fascinado.Lilith no respondió. Su respiración aún se acomodaba. Se arregló la chaqueta y echó a andar por el pasillo.Pero no llegó lejos.Pedro Juan estaba allí. Apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y el ceño tallado en piedra. Los ojos oscuros, clavados en ella. Ardían.—¿Te divertiste?La pregunta cayó como
La sala privada número tres era distinta a las demás.Luces cálidas, cortinas de terciopelo gris perla, un diván amplio de cuero negro al centro, un pequeño escenario portátil con tubo y un sistema de sonido envolvente que convertía cualquier melodía en un susurro al oído.Lilith lo notó al entrar.Ya estaba montado su tubo portátil, por orden expresa de Elvira. Nadie más que ella lo usaba. Nadie más sabía convertirlo en extensión de su cuerpo.Rodrigo Harper la esperaba sentado, con una copa de vino tinto en la mano, las piernas cruzadas con natural elegancia, vestido en un traje oscuro de lino italiano, sin corbata, reloj de oro discreto, barba de tres días perfectamente medida y esa mirada… esa maldita mirada que parecía leerle los pensamientos.La música empezó antes de que ella dijera palabra alguna.Un ritmo lento, sensual, con una base electrónica que marcaba cada compás como el pulso de una tentación que apenas despertaba.Lilith dio el primer paso.Deslizó la gabardina por su
Capítulo 14 – Juego de MiradasPedro Juan estaba distraído. En la sala de juntas, alguien hablaba de estrategias fiscales para el próximo trimestre, pero él no escuchaba. Esa escena de sexo con Lilith se repetia en su mente una y otra vez pero la despedida en un post it… ¡Adiós, gracias y nada más!. El necesitaba más, quería saber de ella, quien era Lilith, debía esperar al jueves en el club. No había otra opción. —El club estaba más lleno de lo habitual para un jueves. La Rosa Negra respiraba deseo en cada rincón. Luces cálidas, cortinas aterciopeladas, aroma a madera y vino tinto, y esa música que no buscaba complacer, sino provocar.Pedro Juan Andújar se sentó en su rincón habitual. Tenía el ceño fruncido desde que llegó. Había pedido un bourbon doble y aún no lo había probado. Los ojos, oscuros, estaban fijos en la tarima vacía, como si el escenario pudiera devolverle algo que sentía haber perdido sin siquiera haberlo tenido del todo.Desde que Lilith desapareció esa madrugada
El beso fue el principio del incendio.No hubo palabras.Ni nombres.Ni acuerdos más allá del lenguaje de la piel.Pedro Juan la besaba como si llevara meses reteniéndose.Como si su boca fuera la única salida a una urgencia que no podía contener más.Maribel correspondió al beso con la misma urgencia, mientras lo abrazaba como si en ese instante ya no existiera el mundo.Solo su pecho.Sus manos.El deseo acumulado en cada vértebra.Él la llevó hasta el sofá sin dejar de besarla.Con las manos aún en su cintura.Con el corazón latiendo como si estuviera cometiendo un crimen exquisito.Ella se sentó sobre él con una facilidad instintiva.Las piernas a cada lado.Su pelvis encajada contra la de él.Sus labios aún rojos, hinchados, abiertos al suspiro.Pedro Juan le quitó el abrigo lentamente.No había nada debajo excepto aquella camiseta blanca de algodón.Sus pezones se marcaban bajo la tela.Firmes. Erguidos.Perfectos.Él bajó la cabeza y los besó por encima de la ropa.Ella se arqu
Último capítulo