Antes de entrar al escenario Maribel tenía los nervios a flor de piel. Las luces en la tarima eran suaves, violetas, apenas iluminando el centro del escenario circular.Maribel, o Lilith —aún no estaba segura de cuál de las dos dominaba en ese momento—, esperaba detrás del telón con los dedos fríos, aunque el interior de su cuerpo ardía.La música comenzó. Un compás lento, envolvente, casi etéreo. Y ella respiró hondo.Había ensayado. Muchas veces. Sabía cada giro. Cada movimiento. Cada gesto.Pero nada la había preparado para esto: para el escenario real, la piel desnuda bajo los focos, la respiración contenida del público, el sonido sutil del deseo no dicho.Dio el primer paso y sus tacones resonaron como un latido contra el suelo pulido.Subió al tubo como si ascendiera a un altar: elegante, decidida, pero aún con el corazón desbocado.Sus dedos se aferraron al acero, la pierna se enroscó con precisión, y comenzó a girar lentamente. El movimiento era controlado, felino. Su cuerpo f
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