Mundo ficciónIniciar sesiónLiam, un abogado que prefiere evitar las bodas a toda costa, se ve atrapado en la peor de sus pesadillas: ser el padrino. Su única tarea, aparentemente sencilla, es encontrar los anillos perfectos. Lo que no esperaba era encontrarse con Isabel, una mujer decidida a mantenerse alejada del amor, y que pondrá a prueba su fobia (y su corazón) de la manera más inesperada. ©Todos los derechos reservados. Copyright © 2025 by Nancy Lara
Leer másLiam
—Por favor, amigo, tienes que ser tú —insistió Isaac, mi mejor amigo, con un brillo de súplica en los ojos.
—No, Isaac, ya sabes que no es que odie las bodas exactamente… simplemente no son lo mío.
—Pero soy tu mejor amigo, Liam, y te necesito a mi lado en este día tan importante —dijo, poniendo una cara de cachorrito abandonado que resultaba cómica en un hombre a punto de casarse.
—Puedes dejar de lado tu… ¿cómo lo llamas? ¿"fobia social"? Por una vez, por favor. Hazlo por mí —rogó.
—Oye, Isaac, no soy tu único amigo. Están Alan y Brian, somos un círculo pequeño, pero sólido. Pídeselo a uno de ellos —intenté razonar, tomando una de las carpetas de mi escritorio como una barrera física entre nosotros y la absurda idea de que yo fuera el padrino de su boda. Lo aprecio, es mi amigo, pero hay límites, y el mío está en cero fiestas, bodas especialmente, esos hervideros de mujeres desesperadas por encontrar marido.
Soy un hombre tranquilo, de la clase que prefiere la compañía de un buen libro al estruendo de una fiesta. La algarabía, el protocolo, el estrés... mis amigos y familiares conocían mi aversión, casi fobia, a este tipo de eventos. Por eso, la insistencia de Isaac en que fuera su padrino me picaba en la piel. La sola idea de un evento social con tanta atención encima me producía un nivel excesivo de ansiedad en el pecho.
—Sí, pero ellos ya tienen tareas asignadas —replicó Isaac, como si eso zanjara la conversación—. Pero tú, mi querido Liam, eres el más responsable de todos nosotros. Eres nuestro D´Artagnan, nuestro líder. Tienes que ser tú.
—No, Isaac… aparte, sinceramente, no tengo ni idea de qué se supone que hace un padrino. Te sugiero que busques a alguien con más… experiencia nupcial.
—Vamos, Liam, deja de ser tan amargado y aguafiestas. Además, toma esta "misión" como una terapia de choque para superar tu fobia al compromiso. Piensa en el futuro, cuando te toque desposar a una bella mujer. ¿Qué mejor oportunidad para adquirir experiencia y vencer tus miedos?
—Como abogado, te digo que tu argumento es falso y poco convincente —respondí, con una sonrisa burlona—. Menos mal que tú eres arquitecto y no te dedicas a la lógica.
—Está bien, veo que tendré que llamar a los refuerzos. Porque te juro que dejo de llamarme Isaac si no eres mi padrino —amenazó, sacando su celular y tecleando a toda velocidad. En ese preciso instante, mi teléfono vibró con una notificación.
Supe al instante que estaba mandando mensajes al chat grupal que compartíamos con Alan y Brian, los otros dos miembros de nuestra peculiar hermandad. Imaginé las quejas exageradas y los lamentos teatrales que estarían escribiendo sobre mi "terquedad". Así era Isaac, se ponía en "modo pesado" hasta que conseguía lo que quería. Y los otros dos, fieles a su estilo, siempre le seguían el juego.
Decidí limitarme a leer los mensajes, sin responder. Error, grave error. Eso solo empeoró las cosas. Decidieron que teníamos que vernos en "El Refugio", nuestro bar de siempre, para "unir fuerzas" y lograr convencerme.
—Pues Isaac, diles que no podré ir. Tengo muchísimo trabajo. Diles que no cuenten conmigo —le dije, con la esperanza de librarme de la encerrona. ¿De verdad creían que un par de tragos iban a ablandarme? No señores, cuando digo no, es no.
Pero como ya dije, Isaac es persistente hasta la exasperación. Y así fue como terminé llegando a "El Refugio", con él a mi lado, esperando a que aparecieran los otros dos conspiradores.
—¡Llegaron mis refuerzos! —gritó Isaac al ver a Alan y Brian acercándose a nuestra mesa.
—Bueno, ¿cuál es el plan? —preguntaron Alan y Brian al unísono, sentándose y pidiendo sus bebidas habituales.
—Ya les dije, bola de ineptos, que no hay ningún plan. No voy a ser el padrino. Punto —respondí, cruzándome de brazos. Los tres me miraron con una mezcla de desafío y complicidad.
Y bueno, entre trago y trago, y alguna que otra anécdota, empecé a relajarme. No recuerdo exactamente en qué momento alguien sacó una baraja de naipes, pero de repente estábamos jugando. La apuesta era clara: si yo perdía, sería el padrino; Si ganaba, yo elegiría quién entre Alan o Brian asumiría el "honor". Las primeras partidas fueron viento en popa, iba ganando con facilidad. Pero entonces llegamos a un empate entre Alan y yo. Si hubiera estado más atento, con los cinco sentidos puestos en la partida, me habría dado cuenta de la confabulación que se traían esos tres… esos malos amigos. En la última mano, la del desempate, creí ver la victoria al alcance de mis dedos, casi podía saborear el triunfo. ¿Pero saben qué pasó? ¡Perdí!
Golpeé la mesa con la palma, el sonido seco hizo que las cabezas cercanas voltearan. No me quedó otra que aceptar a regañadientes, con una mezcla de resignación y fastidio, mi destino como padrino de bodas.
Al día siguiente, con una resaca monumental que me martillaba la cabeza y un humor de perros, me encontraba en mi despacho, más nervioso que un flan. La idea de tener que encargarme de los anillos de boda me parecía una tarea titánica, una verdadera "misión" imposible. No tenía ni la menor idea de cómo se gestionaba algo así. El mundo de las bodas era un territorio completamente desconocido para mí.
En ese momento, sonó mi teléfono. Contesté con un gruñido:
—Pero si es mi dolor de cabeza favorito quien me llama, justo lo que necesitaba en estos momentos —dije con sarcasmo.
Escuché su risa sínica y burlona resonar al otro lado de la línea. Tuve que alejar un poco el teléfono de mi oído; el sonido agudo amenazaba con desencadenar una migraña instantánea.
—Pero si es mi "Padrino" favorito, siempre tan cariñoso y atento conmigo —dijo el muy canalla, con una ironía que me calaba hasta los huesos.
—Soy el único padrino, torpe —lo corregí, rodando los ojos.
—Cuánto amor desbordas, Liam. En fin, te llamaba solo para informarte que te estoy mandando una foto de los anillos. Son sencillamente perfectos. Así que tu misión, ahora que ya la has aceptado “a la fuerza, pero la has aceptado”, es conseguirlos.
—Está bien, Isaac. Deja que revise la foto y me ponga manos a la importantísima tarea de… conseguir un par de aros —respondí con sequedad, antes de despedirme.
Colgué y busqué la foto que me había enviado. Efectivamente, los anillos eran preciosos. Un diseño clásico pero elegante, con un delicado engaste de diamantes. A la prometida de Isaac le iban a encantar.
Los días siguientes fueron una tortura de brillo y terciopelo rojo. Me sumergí de lleno en la búsqueda, visitando joyerías desde las más tradicionales hasta las boutiques de diseño más exclusivas. Cero éxito. Parecía que los anillos perfectos se hubieran esfumado del mapa. Isaac me llamaba a diario... Empezaba a sentirme como un agente secreto fallido, cuya “misión” dependía de un par de aros. Hoy decidí tomarme un respiro; tanto ir y venir me tenía exhausto.
Le pedí a mi asistente, Lupita, que cancelara mis citas de la tarde. Una mujer de una eficiencia casi aterradora y, afortunadamente, de una calma exasperante, justo lo contrario a mi estado actual. Ansiaba llegar a casa y descansar.
—Sr. Sullivan, sus citas han sido reprogramadas —me avisó, pero noté que se me quedaba mirando—. Disculpe, ¿está todo bien? Lo noto algo tenso.
—Sí, este asunto de ser padrino de bodas me tiene así. Y lo peor es que no encuentro los dichosos anillos por ningún lado.
—Disculpe que me entrometa, ¿podría ver qué clase de anillo es? —Entonces busqué la foto que tenía en mi celular y se la mostré.
—Verá, tengo una amiga que trabaja en una joyería donde diseñan joyas por encargo. Podría ser esa la solución, ¿no cree?
—No se me había ocurrido. Si me das los datos, podría ir a verlos —Al fin veía una luz al final del túnel. Le di las gracias a Lupita, prometiéndole un bono extra.
IsabelMe preparé para un día importante en la joyería Gleam's. Hoy comenzaría a diseñar los anillos de matrimonio de Liam Sullivan. Mientras me arreglaba, la imagen de Liam se repetía en mi mente. Un hombre exitoso, apuesto... y ahora, comprometido. Un nudo se formó en mi garganta al pensar en ella, en su prometida. ¿Por qué la vida siempre parecía sonreírle a los demás?—Claire, hoy tengo una cita con Liam Sullivan para empezar con los diseños —le dije a mi jefa y amiga mientras revisábamos algunos bocetos.Claire se acercó con una sonrisa. — Lupita me comentó que vendría con alguien. Supongo que con algún amigo.En ese momento, Lisa, mi compañera de trabajo, se acercó con esa sonrisa maliciosa que me ponía en alerta.
LiamTuve una noche tranquila y en paz. Antes de que ese trío se fuera, les hice prometer que usarían las llaves del departamento de Karen para entrar. Sin embargo, no podía dejar de pensar en Isabel. Mientras revisaba mis pendientes, mi mente divagaba hacia ella. Sus ojos oscuros, su sonrisa... cada detalle se grababa en mi memoria. No podía esperar a volver a verla.Me preparé para un día largo. Mi mañana transcurrió entre citas, papeles y la constante preocupación de si mis amigos habrían logrado su "misión ninja" sin ser descubiertos.—Jefe, ¿pudo solucionar el problema con los anillos? —me preguntó Lupita, al entrar para dejarme unos documentos.—Sí, afortunadamente la señorita Isabel me ha asesorado y mañana tenemos una cita Isaac y yo para empezar con el diseñ
LiamDespués de hacer el ridículo frente a Isabel con mis nulos conocimientos joyeros, me dirigí a mi “guarida” a ahogar mi estrés en un trago. Mi cabeza aún daba vueltas con tanto quilate y medida. Pero al llegar a mi edificio, me quedé helado por la sorpresa.Ahí estaban los tres mosqueteros, con esas sonrisas burlonas que solo ellos saben poner. ¡Claro que algo traían entre manos! Conocía a esos tres desde que éramos niños. Y aunque yo siempre fui el más sensato, reconozco que los quiero como hermanos.Estuvimos jugando al póker durante un par de horas, pero cuando vi otros mazos de cartas desaparecer en el bolsillo de Alan, supe que era hora de parar. Era la señal. Tenía que salir de ahí.—Creo que ya tuve suficiente póker por esta noche —dije, estirándome.Isaac, con esa sonrisa traviesa que tanto conocía, me lanzó una mirada. — ¿Tan pronto te rindes, D'Artagnan? Pensé que eras más duro.—Estoy más cansado que un perro viejo, Isaac. Y tú, ¿no crees que ya has ganado suficiente di
IsabelDespués de que mi cliente de hoy, Liam P. Sullivan, de Pearson & Hardman, S.C., agendó una cita para dentro de dos días, me quedé observando su tarjeta.Mi mente divagó, soñando despierta. Recordé sus grandes manos, el ligero roce de su piel bajo la mía cuando me probó el anillo. Sentí de nuevo el calor que me había invadido cuando sus intensos ojos azules se encontraron con los míos. Su presencia llenaba el lugar, eclipsando cualquier otro pensamiento.¡Mi sexy cliente se había convertido en mi crush! ¡Por Dios! ¿En qué estaba pensando? Me avergonzaba, y jamás de los jamases se lo contaría a nadie, pero sentí cómo se me humedecía la ropa interior en ese instante.Por supuesto, estaba acostumbrada a ser la modelo de algunos clientes, pero Liam Sullivan no había pedido permiso; irradiaba una seguridad que rozaba lo posesivo. Ese simple gesto me había dejado completamente en shock y acalorad
LiamAl día siguiente, fui a visitar a Claire Lively. Mi asistente, Lupita, me había contado que Claire era una diseñadora que comenzó con un pequeño taller, ganó innumerables concursos y logró transformar su negocio en la gran joyería Gleam's que era hoy. Así que allí estaba, con la esperanza de conseguir los anillos de una vez; Lupita ya le había hablado de mi desesperada misión.Pero jamás imaginé encontrarme semejante belleza. En cuanto crucé el umbral, mis ojos se posaron directamente en ella: una mujer deslumbrante, con rasgos latinos que realzaban su belleza natural. Su blusa de seda color champán acentuaba sus curvas con una elegancia sutil. Había otras vendedoras en la joyería, sí, pero para mí era como si el resto del mundo se hubiera desvanecido.No consideré la posibilidad de que alguien más me atendiera. Fui directamente hacia ella. Isabel, ese era su nombre. En el preciso instante en que nuestros ojos se encontraron, una chispa, casi palpable, saltó entre nosotros, y sup
Isabel Después de las vacaciones de Navidad, me había sumido en una profunda reflexión sobre mi vida, llegando a la dolorosa conclusión de que el amor, al parecer, no estaba destinado para mí. Esta idea se arraigó tras mi última relación, un auténtico desastre. Él parecía ser “el indicado”; después de todo, el dicho popular asegura que “a la tercera va la vencida”, pero esa creencia resultó ser una cruel mentira. Todo marchaba sobre ruedas, o eso creía, hasta que lo descubrí con otra persona. La traición me golpeó con la fuerza de un mazazo, confirmando, con amargura, mi convicción de que el amor no era para mí. El canalla, al ser confrontado, solo atinó a pronunciar la ya gastada y patética frase: “No eres tú, soy yo”, antes de esfumarse de mi vida para siempre. Llevaba un tiempo sumida en la soltería, un estado que había dado paso a una profunda tristeza y melancolía. Afortunadamente, regresar al trabajo en Gleam’s me proporcionaba una valiosa distracción. Mi empleo allí me reconf
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