Pedro Juan la tomaba con furia, no con ternura. El cuerpo de Mary Carmen se arqueaba bajo el suyo mientras él se deshacía dentro de ella como si pudiera exorcizar el dolor con sexo. No la miraba ni susurraba su nombre. Solo descargaba su rabia, su frustración, su necesidad primitiva de controlar algo… cualquier cosa.
Ella estaba consciente de ello, pero no le importaba.
Si su cuerpo era lo único que podía ofrecer para retenerlo, entonces que fuera eso. Por ahora…
—Fantástico, como siempre —dijo con una sonrisa fingida, acariciando su pecho mientras él se dejaba caer a su lado.
Pedro Juan se mantuvo en silencio. Solo se quedó mirando el techo, deseando que todo a su alrededor desapareciera.
La mañana siguiente Maribel cruzó el pasillo principal del bufete con paso firme y tacones altos. Su cabello suelto caía como una cascada rubia sobre sus hombros. Pedro Juan la vio desde su oficina. Esa sonrisa que ella tenía tan genuina y natural la provocaba otro y eso era como una daga clavada e