La pantalla del celular vibraba por enésima vez.
MAMÁ LLAMANDO… Maribel no respondió. Lo observó unos segundos, lo dejó vibrar sobre la mesa de noche y lo tomó solo para deslizar el dedo hacia la opción que ya no se le escapaba en la garganta: bloquear contacto. Luego lo hizo con el otro número. El que conocía desde que tenía quince años. LEONARDO BLOQUEADO. Lo hizo con la misma frialdad con la que una cirujana corta el tejido muerto: sin temblores, sin nostalgia. Si lloró por ellos, ya no lo recordaba. Ahora solo quedaba el eco áspero de lo que no iba a permitir de nuevo. Caminó hacia el espejo de cuerpo entero de su habitación y se miró detenidamente. Cabello rubio perfecto, aún húmedo por la ducha. Ojos azul hielo. Piel blanca de porcelana. Era hermosa. Siempre lo había sido. Educada. Elegante. Sonriente. La mejor en todo. La hija de exhibición. El orgullo de su madre. ¿Y para qué? Para ser traicionada. Humillada. Cambiada por una mujer que le había dado la vida y por un hombre al que pensó dársela. La Maribel del espejo la miraba como una reliquia. Como una muñeca de cristal cuidadosamente moldeada… rota desde el centro. Y entonces, con un movimiento ágil, se colocó los lentes violetas. Se puso la peluca roja que guardaba en una caja negra con llave. Y pasó el dedo por sus labios antes de pintarlos de rojo. Lilith le devolvió la mirada. Seductora. Rebelde. Desafiante. Libre. Sonrió. Lilith no pedía permiso. Lilith se cobraba el respeto en miradas. En la mesita de noche había un sobre cerrado. Efectivo. Aún no lo había contado. No hacía falta. Pero lo hizo. Tres mil dólares por un baile privado. Mil más en propinas. Cuatro mil dólares en una noche. Una sola. Sin quitarse la ropa. Sin que nadie la tocara. Solo con su cuerpo, su mirada… y el fuego que había aprendido a usar. Elvira la había mirado con una sonrisa silenciosa al final de la noche. —Bienvenida al círculo rojo, cariño —le había dicho—. Hacía mucho tiempo que una chica no causaba tanto furor como tu en una noche. Eres la novedad del momento. A partir de ahora, jueves, viernes y sábados estarás en tarima con un baile. Y te recomiendo que para mantener ese misterio y expectativa solo aceptes un privado por semana. Eso sí, se cobrarán diez mil por cada uno. No aceptes menos. Si quieren fuego, que paguen por quemarse. Maribel, aún jadeante por la adrenalina, no había discutido. —¿No es demasiado? —¿Tú viste sus caras, Lilith? Eres la maldita atracción del mes. Aprovecha. Y lo hizo. Los clientes pedían verla. Pagaban por adelantado. Hacían fila. Pedro Juan, entre ellos. Volvió al club la semana siguiente. No dijo su nombre. Solo pidió: “Lilith. Baile privado. Misma sala”. La respuesta fue rápida. —Lo siento, señor. Ya está reservada. Él insistió. Dos veces más. Hasta que Elvira lo detuvo en la barra. —La bailarina solo acepta un privado por semana. Ya está comprometida, puedo agendarte para la próxima. Pedro Juan la miró. Sereno. Cínico. —¿Y si no quiero la próxima? ¿Y si la quiero ahora? —No está disponible —dijo Elvira, firme—. Aunque… puede hacer una oferta por adelantado. Si es generosa, lo consultamos con ella y si acepta la reservamos para el resto del mes. Pedro Juan bebió un sorbo de whisky y sonrió con esa sonrisa suya de tiburón elegante. —¿Cuál es el precio de su fuego? —Cuarenta mil —respondió Elvira, sin pestañear—. Más la comisión del club. Serían cincuenta. Por cuatro bailes privados. Uno por semana. Exclusividad del mes. Pedro Juan no lo pensó demasiado. —Hecho. Sacó su billetera. Y una tarjeta negra con su firma dorada. Elvira la tomó sin sorpresa. —No olvide la regla, señor Andújar. Solo mirada. No contacto. No nombres. No pasado. Pedro Juan sonrió, pero sus ojos no. —Me basta con verla bailar. Por ahora. — Maribel no lo sabía. Aún. Solo sabía que cada jueves, al final de su rutina, Elvira le entregaba un nuevo sobre cerrado. Diez mil dólares. Cada semana. Y que cada vez que bailaba, una mirada conocida —incómodamente ardiente— la seguía desde la penumbra. Sin nombre. Sin voz. Pero con una intensidad que comenzaba a calarle los huesos. “Hay algo en él… que arde distinto. Como si ya me conociera. Como si supiera algo de mí… que yo aún no sé.”