Mundo ficciónIniciar sesiónÉl es Adrian Blackwood, el CEO más joven y temido del país. Frío. Millonario. Controlador. No cree en el amor… hasta que conoce, una mujer común que llega a su empresa buscando un trabajo urgente para mantener a tu familia. Lo que no sabes es que Adrian guarda un secreto: eres la única mujer que lo desafió hace años y él juró que un día te tendría bajo sus reglas. Un encuentro inesperado. Un contrato que no puedes rechazar. Una atracción que quema… y un pasado que regresa a destruirlo todo. Tú deberás decidir: ¿lo amas, o huyes antes de que el CEO te consuma por completo?
Leer másEl sonido de mi propio corazón era lo único que escuchaba mientras corría bajo la lluvia.
Latía tan fuerte que me dolía el pecho, como si mi cuerpo supiera que ese día no estaba en juego solo una entrevista… sino todo lo que me quedaba. Mis zapatos estaban empapados, mi blusa pegada al cuerpo y mis manos temblaban mientras sostenía la carpeta con mis documentos. Tenía solo una oportunidad. Una. Y estaba a punto de perderla. —Por favor… no cancelen la entrevista —susurré, entrando al enorme edificio de Blackwood Corporation, una de las empresas más poderosas del país. El guardia me miró de arriba abajo, el cabello húmedo, la ropa arrugada, los zapatos baratos. Su expresión dejó claro que, para él, yo no pertenecía a ese lugar tan elegante. —¿Nombre? —preguntó serio. — Valeria. Tengo entrevista a las nueve… llego unos minutos tarde. Miró su reloj. Él frunció el ceño. —El CEO odia la impuntualidad. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Justo lo que temía. Por un segundo pensé que me sacaría de inmediato, que todo terminaría ahí, pero finalmente dio un paso al costado y me dejó pasar. No dijo nada más. No hizo falta. Su mirada ya me había juzgado. Corrí hacia los ascensores, con el estómago hecho un nudo. Mientras subía, me observé en el espejo: ojeras marcadas, labios pálidos, los ojos cargados de cansancio y miedo..... pero decidida. No podía fallar. Mi familia dependía de mí. - No puedo fallar, me repetí. Las cuentas atrasadas. Las noches sin dormir. Las promesas que hice sin saber cómo cumplirlas. Las puertas se abrieron y el pasillo me recibió con un silencio intimidante. Alfombra impecable, paredes oscuras, obras de arte que seguramente costaban más que todo lo que yo había ganado en un año, demasiado elegante para alguien como yo. Caminé con pasos inseguros hasta el escritorio de recepción. La secretaria era perfecta: tacones altos, maquillaje impecable, mirada afilada. Me observó con una mezcla de lástima y advertencia. —Lo siento, cariño. El señor Blackwood no va a atender a nadie que llegue tarde. Sentí que el mundo me caía encima. —Por favor —dije con la voz quebrada—. Solo necesito cinco minutos. solo cinco Ella me estudió en silencio, como si evaluara si valía la pena arriesgarse. Finalmente suspiró, presionó un botón y señaló una puerta negra imponente al fondo del pasillo. —Puedes intentar… pero te advierto algo —bajó la voz—: él no es amable. Respiré hondo y toqué la puerta. —Pase —ordenó una voz profunda, autoritaria desde el fondo, que hizo vibrar mis rodillas. Entré. Y ahí estaba él. Detrás de un escritorio enorme, con una vista panorámica de la ciudad cubierta por la lluvia, estaba Adrian Blackwood. Traje oscuro impecable, postura dominante, presencia abrumadora. No necesitaba levantar la voz para imponer respeto. El CEO más temido del país. Sus ojos grises recorrieron mi figura con frialdad, como si yo fuera un objeto más sobre la mesa. Sentí que podía ver a través de mí, hasta mis miedos más profundos. —Llegas tarde —dijo, sin levantar del todo la mirada de los documentos. —Lo siento, señor Blackwood. La lluvia… el transporte… hice todo lo posible por llegar. Sus ojos grises se alzaron hacia mí lentamente. —Excusas. La puntualidad es la base de la disciplina. Y yo no contrato a personas indisciplinadas. Mis manos apretaron la carpeta con fuerza. —Solo necesito que escucheme… por favor. Un silencio pesado llenó la oficina. Él se levantó de su silla, caminó hacia mí y se detuvo a apenas un metro. Su presencia era abrumadora, dominante, peligrosa, casi intimidante. —¿Sabes cuántas personas mataría por tener esta entrevista? —susurró—. Y tú vienes diez minutos tarde. Bajé la mirada, sintiendo vergüenza… hasta que él habló de nuevo. —Pero… —su voz bajó un tono, casi como si disfrutara el suspenso— algo en ti me llama la atención. Levanté la cabeza sorprendida. Sus ojos estaban clavados en mí, intensos, estudiándome. —¿Por qué quieres este trabajo? —preguntó. Trague saliva. —Porque… necesito el dinero —respondí con sinceridad—. Y porque sé trabajar duro. Si me da una oportunidad, no lo decepcionaré. Él sonrió. Una sonrisa tan peligrosa como seductora. —Una oportunidad… —repitió, dando un paso más cerca—. Las oportunidades siempre tienen un precio. Mi respiración se aceleró. —¿Qué… qué quiere decir? —Quiero ver hasta dónde estás dispuesta a llegar —susurró, inclinándose lo suficiente para que su voz rozara mi oído— para conseguir lo que deseas. Sentí la piel erizarse. Él se apartó, volvió a su escritorio y tomó un documento. Lo sostuvo en el aire unos segundos, disfrutando del silencio. —Tengo una propuesta para ti —dijo—. No es un contrato común. Y no todas las mujeres serían capaces de aceptarlo. Mi corazón se detuvo. —¿Qué tipo de contrato? —pregunté con un hilo de voz. Él me miró fijamente… y en ese instante lo supe: Ese día, bajo la lluvia, sin saberlo… no solo entré a Blackwood Corporation. entré en el mundo del hombre más peligroso que conocería en mi vida. Y estaba a punto de decidir si vendería algo más que mi tiempo. Mis ojos bajaron lentamente hasta el documento que sostenía entre sus dedos. No podía leerlo desde donde estaba, pero no hacía falta. No era un contrato cualquiera, eso lo sabía por la forma en que lo miraba, como si fuera una trampa cuidadosamente diseñada. —Tómalo —ordenó, dejándolo sobre el escritorio—. Léelo. Di un paso adelante con cautela. Cada movimiento se sentía pesado, como si el aire dentro de la oficina se hubiera vuelto más denso. Me acerqué, apoyé la carpeta con mis documentos a un lado y tomé el papel. Las primeras líneas hablaban de confidencialidad, disponibilidad, compromiso absoluto con la empresa. Palabras frías, impersonales… hasta que llegué a un punto que hizo que mi estómago se contrajera. No había horario definido. No había funciones específicas. Y, sobre todo, no había una duración clara. —Esto es muy… abierto —murmuré, alzando la vista hacia él. Adrian se apoyó contra el escritorio, cruzando los brazos con tranquilidad. —La gente desesperada suele apreciar la flexibilidad —respondió—. Y tú lo estás, Valeria. Lo veo en tus ojos. Sentí el golpe de sus palabras como una bofetada. Quise negarlo. Quise decirle que no me conocía, que no tenía derecho a juzgarme así. Pero la verdad se me quedó atrapada en la garganta. Porque tenía razón. Pensé en mi casa pequeña, en las facturas acumuladas sobre la mesa, en las noches contando monedas y en el miedo constante de no llegar a fin de mes. Pensé en todo lo que perdería si salía por esa puerta sin ese trabajo. —¿Qué espera de mí exactamente? —pregunté, apretando el documento con fuerza. Sus labios se curvaron apenas. —Lealtad —respondió—. Discreción. Y que entiendas que, si aceptas, mi palabra estará por encima de cualquier cláusula escrita. Un nuevo escalofrío recorrió mi cuerpo. —¿Y si digo que no? El silencio volvió a apoderarse de la oficina. Adrian me observó durante unos segundos eternos. Luego caminó lentamente hacia la ventana, dándome la espalda. —Entonces saldrás por esa puerta —dijo con calma— y esta entrevista no habrá significado nada. Para mí… ni para ti. Sus palabras no eran una amenaza directa. Eran peores. Eran la verdad. Miré el contrato una vez más. Mis manos temblaban. Sentía que, de una forma que aún no comprendía, ese papel podía cambiarlo todo. No solo mi trabajo. No solo mi futuro. Algo más profundo. Algo que quizá no podría recuperar. —No te estoy obligando —añadió él sin girarse—. Las decisiones importantes siempre se toman solas. Levanté la vista hacia su espalda recta, dominante. Respiré hondo. Sabía que, pasara lo que pasara después, ese momento quedaría grabado para siempre en mi memoria. Porque al cruzar esa puerta, ya no habría vuelta atrás. Y mientras sostenía el contrato entre mis dedos, entendí algo con una claridad aterradora: Aceptar significaba sobrevivir. Rechazarlo… podía costarme mucho más que un empleo.No fue casualidad.Pero tampoco fue una búsqueda directa.Adrian supo que Valeria estaría allí porque alguien lo mencionó en una conversación que no tenía nada que ver con ella. Un nombre dicho al pasar. Un proyecto nuevo. Una ciudad distinta. Le bastó eso para entender que no debía acercarse… y aun así terminó yendo.Se quedó al otro lado de la calle.No cruzó.No llamó.No preguntó por ella.La vio salir del edificio con una carpeta bajo el brazo y el cabello recogido de cualquier manera. Caminaba diferente. No más lenta, no más rápida. Más firme. Como alguien que ya no espera que el suelo ceda bajo sus pies.Adrian notó detalles que antes habría pasado por alto.No miraba el teléfono.No parecía inquieta.Sonrió cuando habló con alguien, una sonrisa pequeña, real, sin esfuerzo.Eso fue lo que más le dolió.No porque estuviera bien.Sino porque estaba bien sin él.Por un instante, tuvo el impulso de avanzar. De decir su nombre. De interrumpir esa escena silenciosa donde ella parecía
El primer sonido que Valeria reconoció fue el pitido constante de una máquina. Rítmico. Frío. Insoportablemente real. Le pesaban los párpados, como si abrirlos fuera un acto prohibido. Cuando finalmente lo hizo, la luz la obligó a parpadear varias veces. El techo blanco. El olor a desinfectante. El cuerpo cansado… vacío. Y luego, las voces. —…está reaccionando —dijo alguien. Valeria giró apenas la cabeza. Allí estaban. Adrián, a un lado de la cama, rígido, con el traje arrugado y los ojos hundidos por el cansancio. Diego, al otro, más cerca, como si no se hubiera movido de allí en horas. Su respiración se cortó un segundo. —¿Por qué… —su voz salió débil, pero clara— por qué están los dos aquí? Ambos se tensaron al mismo tiempo. —Valeria… —empezó Diego. —No —lo interrumpió ella—. Déjenme hablar primero. Hizo un esfuerzo por incorporarse un poco. Adrián dio un paso adelante, instintivo, pero se detuvo cuando ella levantó la mano. —No me toquen. Silencio. —He pasado dema
El hospital olía a desinfectante y a malas noticias. Adrián cruzó las puertas automáticas con el corazón desbocado, todavía con la ropa del viaje, el cansancio marcado en el rostro y los ojos enrojecidos de no haber dormido ni un minuto desde que subió al avión. —Valeria —dijo apenas llegó al mostrador—. Valeria. Vengo por ella. La enfermera revisó la pantalla, levantó la vista y señaló el pasillo de urgencias. —Área de observación. Pero… —dudó— hay alguien más con ella. Adrián no esperó explicaciones. Caminó rápido, casi corriendo, hasta que lo vio. Diego estaba sentado en una de las sillas del pasillo, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada perdida en el suelo. Al escuchar los pasos, levantó la cabeza. Sus ojos se encontraron. No hubo saludo. No hubo reproches. Solo una tensión pesada, inevitable. —¿Cómo está? —preguntó Adrián, directo, con la voz tensa—. ¿Dónde está Valeria? Diego se levantó despacio. Respiró hondo antes de hablar, como si las palabras pes
Valeria no buscaba pensar en Adrián. Simplemente… ocurría. A veces mientras hablaba con Diego de cosas simples —el médico, el trabajo, planes a corto plazo— su mente se iba a otro lugar. No a recuerdos concretos, sino a sensaciones. A la forma en que alguna vez se sintió vista sin tener que explicarse. Eso la inquietaba. —¿Estás conmigo? —preguntó Diego una noche, sin reproche, solo con cansancio honesto. Valeria parpadeó y asintió. —Sí… perdón. Estoy un poco distraída. No era mentira. Pero tampoco era toda la verdad. Esa noche, sola en la habitación, apoyó una mano sobre su vientre. El bebé se movió suavemente, como recordándole que ahora su vida tenía un centro distinto. —Tengo que estar aquí —se dijo—. En el presente. Y aun así, el pasado seguía respirándole en la nuca. No como una tentación. Como una pregunta sin responder. --- A miles de kilómetros, Adrián también estaba despierto. Elena dormía a su lado, tranquila, confiada. Era buena con él. Dema
El extranjero no era nuevo para Adrián Blackwood. Había firmado acuerdos en ciudades que no recordaba, dormido en hoteles donde el lujo era idéntico y despertado con vistas que otros llamarían sueños. Siempre había funcionado así: movimiento constante para no sentir raíces. Pero esta vez, algo era distinto. El departamento que le asignaron era amplio, impecable, silencioso. Demasiado silencioso. Por las noches, el sonido del tráfico lejano no lograba tapar lo que realmente lo acompañaba: sus pensamientos. Se quitaba el reloj, dejaba el teléfono boca abajo sobre la mesa y se servía un trago que casi nunca terminaba. No por disciplina. Por falta de ganas. Pensaba en Valeria cuando no debía. Y en ella cuando no quería. Se preguntaba si estaría bien. Si ya habría dejado de buscarlo. Si alguna vez entendería por qué se fue sin despedirse. Había decidido desaparecer para no lastimarla más. Para no interferir. Para cumplir, por una vez en su vida, con la promesa de no poseer. Pero
Diego no se enteró del embarazo por terceros. Fue Valeria quien se lo dijo, sentada frente a él, con las manos entrelazadas y la voz firme, aunque por dentro temblara. —Estoy embarazada —dijo sin rodeos—. Es tuyo. Diego no reaccionó de inmediato. No sonrió, no celebró, no se levantó emocionado. Se quedó en silencio, procesando la noticia como quien entiende que su vida acaba de cambiar de forma irreversible. —¿Estás segura? —preguntó al fin, no por duda… sino por miedo. —Sí. El silencio volvió a instalarse entre ellos, pero ya no era incómodo. Era serio. Adulto. —Entonces tenemos que hacer las cosas bien —dijo Diego finalmente—. Por el niño. No quiero ser un padre a medias. Valeria asintió. Eso era lo que más temía… y lo que más necesitaba oír. —No te estoy pidiendo que me ames —continuó él—. Ni que olvides tu pasado. Pero sí que lo intentemos. Que construyamos algo estable. Que nuestro hijo crezca viendo respeto, no dudas. Valeria bajó la mirada. Pensó en Adrián. En lo q
Último capítulo