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Capítulo 8 – El precio del control

Tres meses habían pasado desde la primera vez que Lilith caminó hacia el centro del escenario con la peluca roja encendida y los labios como fuego recién encendido.

Y tres meses también desde que Maribel Fuentes desapareció de la vida pública de su madre, de Leonardo, de todo lo que alguna vez la definió como la hija perfecta.

Ahora tenía una rutina.

Jueves, viernes y sábado por la noche: Lilith.

Lunes a viernes por la mañana: Maribel, estudiante de Derecho, futura abogada magna cum laude de Harvard.

Había perfeccionado el arte de vivir dos vidas.

Se despertaba a las seis, se tomaba su café negro y estudiaba hasta mediodía. Iba a clases, resolvía casos, discutía con profesores y se codeaba con futuros jueces, fiscales y políticos. Luego, a las seis, entrenaba un par de horas. Y si era día de club, se preparaba. Maquillaje. Peluca. Tacones. Máscara física y emocional.

Lilith no se cansaba.

Lilith no dudaba.

Lilith reinaba.

Y gracias a ella, Maribel no debía un solo centavo de matrícula. Había pagado su alquiler por adelantado, tenía ahorros en una cuenta y, por primera vez en su vida, era libre.

Verdaderamente libre.

Aquella noche de viernes, después de una actuación intensa que terminó con una lluvia de billetes y un grupo de ejecutivos aplaudiendo en silencio como si asistieran a una ópera, Maribel regresó a camerinos, empapada en sudor, con el pulso firme.

Se estaba quitando los guantes cuando Elvira entró.

No sonreía. Cuando no sonreía, significaba que era algo serio.

—Lilith —dijo con suavidad—. Tengo algo para ti. Pero quiero que lo escuches sin interrupciones antes de decir que no.

Maribel se tensó. Se giró lentamente.

—¿Qué tipo de algo?

—Una oferta privada. Muy privada. De un cliente VIP. De los que gastan mucho dinero. De los que pagan por ser discretos.

Maribel cruzó los brazos. Esperó.

—Cincuenta mil dólares. Por una sola noche. Tres bailes. En su apartamento. Bajo los mismos términos: solo visual. Sin contacto. El club te proporciona transporte ida y vuelta. Y escolta privada, que se queda en la puerta del apartamento durante toda la visita.

Maribel no respondió de inmediato. Sus ojos se clavaron en el espejo mientras Elvira hablaba.

—Es un hombre poderoso. Muy acostumbrado a conseguir lo que quiere. Pero pidió específicamente mantener las reglas. No nombre real. No contacto físico. Solo tres bailes. Una hora máximo. En su espacio.

El silencio en el camerino era tan denso como el delineador negro de sus ojos.

Maribel respiró hondo.

—¿Por qué no puede venir al club?

—Cambio de escenario, fantasías, seguridad. Pero lo pidió con todo el respeto del mundo. Habló conmigo directamente.Es un cliente muy respetado.

—¿Y qué crees tú?

Elvira se cruzó de brazos.

—Que es una oportunidad única. Pero también entiendo si no te sientes cómoda. Es completamente tu decisión.

Maribel caminó hasta el tocador. Se sentó frente al espejo.

Se quitó los pendientes. Se miró los ojos violetas.

Lilith.

Ella.

Todo lo que había logrado. Todo lo que había recuperado. Nadie más había puesto un centavo en su educación desde que huyó de casa. Nadie le había regalado nada.

Lilith había construido una muralla de respeto alrededor de su cuerpo. Y lo había hecho sin acostarse con nadie. Solo con fuego, talento y control.

—¿Puedo pensarlo? —preguntó al fin.

—Claro. Pero no tardes. Él quiere respuesta esta misma noche.

En el vestidor, ya sola, se quitó la peluca. El sudor le pegaba el cabello rubio a la frente. Se miró en el espejo sin artificios.

Maribel Fuentes.

Hija traicionada. Estudiante brillante. Amante de nadie.

Cerró los ojos. Pensó en los cincuenta mil. En el apartamento. En la escolta. En el control.

¿Sería una forma de prostitución camuflada?

¿O sería simplemente otro escenario donde demostrar su poder?

El teléfono vibró.

Era Elvira.

Un mensaje.

“Lo quiere para el martes. 9:00 pm. ¿Sí o no?”

Maribel bajó la cabeza.

“Solo visual. Tres bailes. Sin tocar. Si acepta mis reglas, lo haré.”

La respuesta llegó en segundos.

“Aceptadas. El coche pasará por ti. Firma el protocolo mañana.”

Maribel dejó el móvil sobre la mesa y volvió a ponerse la peluca roja.

Se miró otra vez.

Lilith sonreía.

“Si me quiere en su casa… pagará el precio. Y se irá con las manos vacías.”

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