Él arrastra oscuridad. Ella es una chispa que no sabe que puede incendiar el mundo. Aurora siempre ha vivido bajo sus propias reglas: invisibilidad, control y cero drama. Pero su vida cambia drásticamente cuando se ve obligada a mudarse a otra ciudad por un secreto familiar que la carcome. En su nuevo instituto, lo último que busca es atención... hasta que lo conoce a él. Gael es el chico al que todos temen y desean. Misterioso, temperamental, y con una cicatriz en el alma que no deja de sangrar. Nunca ha amado. Nunca ha confiado. Nunca ha permitido que alguien cruce sus límites. Hasta que ella aparece como un huracán en su mundo caótico. Lo que comienza como un juego de resistencia y choque de personalidades se convierte en una atracción peligrosa. Pero ninguno de los dos imagina que el pasado que los persigue está a punto de explotar… y que amarse podría ser la decisión más peligrosa de sus vidas.
Leer másAuroraQuería pasar desapercibida. Quería desaparecer. Pero él me obligaba a existir, incluso sin hablarme.Eso era lo peor.Gael ni siquiera tenía que mirarme para removerme por dentro. Era como si su mera presencia activara todas las alarmas de mi cuerpo, como si algo muy antiguo y muy instintivo se despertara solo con oler su colonia, solo con escucharlo caminar por el pasillo.Y, sin embargo, me empeñaba en buscarlo.Como si el fuego no me asustara. Como si me encantara jugar con la posibilidad de quemarme.Pensé que podría ignorarlo. Que su frialdad, sus silencios y su rechazo harían que me olvidara de su existencia. Pero no.Me obsesioné.Primero con su forma de hablar.Después con sus manos.Y, finalmente, con sus silencios.Esos que decían más que cualquier palabra.Ahora sabía que su frialdad no era real.Era un escudo. Un muro hecho de acero oxidado, con cicatrices en la superficie.Y yo, estúpida o valiente, quería colarme por las grietas.Las amenazas no cesaron.Mensajes
GaelLa gente dice que el dolor se supera.Lo mío se hizo carne.Y no pienso dejar que nadie me lo arranque.Mi hermano tenía una risa que se colaba en todas las grietas de una casa que ya empezaba a caerse. A veces lo escucho todavía, en medio del silencio, como si el eco de su voz se quedara flotando entre las paredes descascaradas de mi memoria.La caja está debajo de mi cama. Polvorienta. Escondida. Intocable.Y, sin embargo, cada vez que me despierto empapado en sudor, con el pecho hecho trizas por lo que ya no está, sé que la caja me espera. Como si me recordara: “todavía sangras”.Hoy no quiero abrirla. No quiero ver la sonrisa de Liam en esas fotos. Porque si lo hago, no voy a poder volver a cerrarla.Y no puedo permitirme derrumbarme. No otra vez.—Gael, ¿me escuchaste? —la voz del profesor me arranca del trance.Levanto la mirada. Todos los ojos puestos en mí.Aurora incluidos.—Te dije que vas a trabajar con la señorita Vega para el proyecto final —repite, con esa sonrisa f
AuroraNo es miedo lo que siento cuando lo veo. Es algo más turbio. Como si él fuera un reflejo de lo que intento esconder.Una parte de mí que he pasado años enterrando bajo sonrisas falsas, rutinas perfectas y silencios estratégicos. Pero cuando Gael entra en una habitación, esa parte se despierta… y me observa a través de sus ojos oscuros, hundidos en tormentas que no piden permiso.No entiendo por qué me odia. Porque sí, lo hace. Me lo grita con la mandíbula apretada cada vez que nuestras miradas se cruzan, con su silencio afilado, con esos comentarios lanzados como cuchillos envueltos en terciopelo.Y aún así, no dejo de mirarlo.—Te juro que ese tipo está mal de la cabeza —dice Celeste mientras camina a mi lado, en dirección a la biblioteca—. Dicen que una vez golpeó a un chico hasta dejarlo inconsciente. Todo porque le tiró una broma sobre su novia. Que, por cierto, ya no es su novia.—¿Y nadie hizo nada? —pregunto, aunque no sé si quiero saber la respuesta.Celeste se encoge d
GaelEl golpe de los guantes contra el saco resuena con más rabia que ritmo. Uno, dos. Uno, dos. Mi respiración sigue el patrón. El sudor me arde en la espalda, pero no paro.La mañana todavía no asoma, y eso me gusta. La oscuridad tiene algo... honesto. No finge. No sonríe. No espera nada de mí. Es más de lo que puedo decir del resto.El gimnasio huele a cuero viejo, metal y desesperación contenida. Me recuerda a casa.Tomo aire. Golpeo más fuerte.Uno.Dos.Un rostro.Ella.Aurora.Maldición.No fue por su belleza. Aunque, sí, es guapa. Pero no del tipo obvio. No se esfuerza. No se adorna. No coquetea. Camina como si el mundo le quedara chico. Habla poco, pero cuando lo hace, su voz es una caricia con cuchilla.Pero lo que me jodió, lo que realmente me jodió, fueron sus ojos.No parpadeó.Todos lo hacen. Algunos tiemblan. Otros fingen no verme. Algunos bajan la mirada.Ella, no.Ella me miró como si yo no fuera nadie.Y eso me cabrea más de lo que debería.Termino la rutina con una
AuroraLa lluvia caía con la misma monotonía con la que mi madre repetía que todo estaría bien. Me daban más miedo esas palabras que el silencio incómodo entre nosotras. Habíamos conducido más de siete horas sin detenernos, dejando atrás más que una ciudad. Dejando atrás el escándalo, las miradas acusadoras, y el eco de una verdad que no quería volver a pronunciar en voz alta.Suspiré al ver el cartel de bienvenida. Nueva ciudad, nuevas reglas. Aunque yo ya había aprendido la primera y más importante: no confiar en nadie. Nunca.—Aurora, cariño —dijo mamá, con ese tono suave que usaba cuando intentaba convencerme de que el mundo no era un lugar lleno de bestias disfrazadas de humanos—. Este lugar es diferente. Aquí todo puede ser distinto, si tú lo permites.La miré de reojo. Ella siempre intentaba ver el vaso medio lleno. Yo solo veía los vidrios rotos.La universidad a la que me había inscrito a último minuto parecía salido de una postal de colegio privado: ladrillos oscuros, ventan