Gael
El tiempo se congeló cuando reconocí su silueta recortada contra las luces de emergencia. Imposible. Mi cerebro se negaba a procesar lo que mis ojos veían con absoluta claridad. Axel Deveraux estaba vivo, de pie frente a mí como un fantasma materializado de mis peores pesadillas.
—Sorpresa, hermano —dijo con aquella voz que creí silenciada para siempre en aquel incendio hace tres años.
Mi cuerpo entero se tensó. El arma en mi mano parecía pesar una tonelada mientras los recuerdos se precipitaban como una avalancha: Axel y yo planeando el golpe a Kronos, la explosión, su cuerpo supuestamente consumido por las llamas. El amigo que lloré. El compañero que vengué.
—Estabas muerto —articulé, sintiendo la garganta seca.
Axel sonrió, pero no era la sonrisa que recordaba. Esta era fría, calculadora, como si hubiera perdido algo esencial en aquellas llamas.
—Técnicamente, lo estuve. Noventa y tres segundos sin pulso. Suficiente para que me dieras por perdido y huyeras.
Sus palabras me gol