Aurora
El cielo nocturno se desvanecía en un amanecer grisáceo mientras Gael y yo nos arrastrábamos por el bosque. Cada paso era una agonía. La sangre se había secado en mi costado, formando una costra que se quebraba con cada movimiento. Gael no estaba mejor; cojeaba visiblemente, su brazo izquierdo colgaba inerte y su respiración era un silbido entrecortado.
—Un poco más —murmuró, señalando hacia adelante con la barbilla—. Hay un refugio.
Apenas podía mantener los ojos abiertos. Las últimas horas habían sido un infierno de explosiones, gritos y disparos. El ataque al complejo había sido un caos absoluto. Habíamos logrado extraer parte de los datos que buscábamos, pero a un precio demasiado alto. Todavía veía los rostros de quienes no lograron escapar.
La cabaña apareció entre los árboles como una visión, pequeña y destartalada, pero en ese momento parecía un palacio. Gael forzó la cerradura con movimientos mecánicos, como si hubiera hecho esto mil veces antes. Probablemente así era.