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Gael

Hay noches en las que el silencio se vuelve insoportable. Esta es una de ellas.

Me quedé despierto hasta tarde, golpeando el saco hasta que mis nudillos sangraron, pero ni siquiera eso logró callar las voces en mi cabeza. Ahora estoy aquí, tirado en la cama, mirando el techo mientras el mundo duerme y yo me ahogo en preguntas que no sé si quiero responder.

Todo empezó hace una semana, en la cafetería del instituto.

Miranda y sus amigas hablaban en susurros, pero yo tengo buen oído. Siempre he tenido buen oído. Es una habilidad que desarrollas cuando creces en una casa donde las peleas se disfrazan de conversaciones normales y los secretos se esconden detrás de sonrisas tensas.

—Es ella, ¿no? —decía Miranda, señalando con disimulo hacia la mesa del fondo—. Aurora Mendoza. La que tuvo que mudarse por... ya sabes.

—¿En serio? —respondió Cassie, con esa curiosidad morbosa que caracteriza a las adolescentes—. Pensé que eran solo rumores.

—No, no. Mi prima estudiaba en su colegio anterior. Dice que fue horrible. Que toda la familia tuvo que desaparecer por la vergüenza.

Levanté la vista de mi sándwich y, sin poder evitarlo, busqué a Aurora con la mirada. Estaba sentada sola, como siempre, leyendo un libro que mantenía demasiado cerca de su rostro, como si quisiera esconderse detrás de las palabras.

—¿Pero qué pasó exactamente? —insistió otra voz que no reconocí.

Miranda bajó aún más la voz, pero no lo suficiente.

—Algo con su padre. Y con dinero. Y con... bueno, ya sabes. Cosas feas.

Esa noche no pude dormir. No porque me importara el chisme barato de Miranda, sino porque algo en el rostro de Aurora, algo en la forma en que había sostenido ese libro, me recordaba a mí mismo. A las veces que había usado cualquier excusa para volverme invisible.

Y ahora, una semana después, aquí estoy. Obsesionado.

La palabra me da asco, pero es la única que describe lo que siento. Esta necesidad de saber, de entender qué se esconde detrás de esa máscara de chica nueva y perfecta que se pone cada mañana. Porque yo sé reconocer las máscaras. Llevo una pegada a la cara desde hace dos años.

Me levanto de la cama y voy hacia el escritorio. Mi laptop está abierta, la pantalla en negro. La enciendo y la luz azul me ciega momentáneamente. Son las 2:47 AM.

No sé muy bien cómo empezar. Escribo su nombre en G****e: "Aurora Mendoza". Salen millones de resultados genéricos. Agrego "escándalo" y la cosa se complica. Aparecen algunos artículos sobre diferentes personas, pero nada que coincida con la descripción que tengo.

Pruebo con "Familia Mendoza escándalo 2023". Nada.

Respiro hondo y cambio de estrategia. Si Miranda dijo que su prima estudiaba en el colegio anterior de Aurora, tal vez pueda encontrar algo en las redes sociales del instituto. Los adolescentes siempre dejan rastros.

Después de media hora navegando por I*******m y TikTok, doy con el perfil de una chica llamada Sofia_M_2007. En su bio dice que estudia en el Colegio San Patricio. Bingo.

Empiezo a revisar sus publicaciones. La mayoría son selfies, fotos de comida y videos de TikTok, pero entonces encuentro algo interesante: una publicación de hace seis meses con una foto grupal de varias chicas en uniformes escolares. El pie de foto dice: "Último día antes de que todo explote 💔 #TeamAurora #LaVerdadSaldra".

Siento algo frío en el estómago. Hago clic en los comentarios.

"Te van a extrañar mucho 😭"

"No puedo creer que ya no vas a estar aquí"

"Ojalá todo fuera diferente"

"Tu papá no se merecía esto"

"Ni tú tampoco"

Cada comentario es como un pedazo de rompecabezas que no termina de encajar. Pero hay uno que me llama la atención: "Esperemos que en su nueva ciudad no se enteren de lo que pasó de verdad. Aunque sabemos que estas cosas siempre salen a la luz."

Sigo buscando. Reviso el perfil de otra chica que aparece en la foto. Luego otra. Y otra. Hasta que finalmente encuentro lo que estaba buscando.

Es un screenshot de un titular de periódico, publicado por una tal Carmen_0304, con la leyenda: "Esto es lo que realmente pasó. No las mentiras que están diciendo por ahí."

El titular dice: "Escándalo en constructora familiar: malversación de fondos y vínculos con el crimen organizado".

Siento como si alguien me hubiera dado un puñetazo en el estómago. Hago clic en la imagen para agrandarla, pero la calidad es muy mala. Apenas puedo leer las primeras líneas del artículo.

"Ricardo Mendoza, presidente de Constructora Mendoza & Asociados, fue arrestado ayer por la noche bajo cargos de malversación de fondos públicos y presuntos vínculos con organizaciones criminales. El operativo, que duró más de seis horas, resultó en la confiscación de documentos y equipos informáticos de la empresa familiar..."

Me tiemblan las manos. Busco el artículo completo. Pruebo con diferentes combinaciones de palabras: "Ricardo Mendoza", "Constructora Mendoza", "malversación", "crimen organizado".

Nada.

Entonces se me ocurre una idea. Voy a la biblioteca digital del periódico local de su ciudad anterior. Muchos periódicos tienen sus archivos en línea. Busco por fechas, cerca de cuando debió haber pasado todo.

Y ahí está.

"Empresario local arrestado por fraude millonario y vínculos con el narcotráfico"

Fecha: 15 de marzo de 2023.

Abro el artículo completo y empiezo a leer. Cada párrafo es peor que el anterior. Ricardo Mendoza había estado desviando fondos de proyectos de construcción pública hacia cuentas offshore. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que aparentemente había estado lavando dinero para un cartel local.

"...la investigación reveló que Mendoza había estado utilizando sus proyectos de construcción para ocultar movimientos de dinero ilegal. Según fuentes cercanas al caso, el empresario había estado cooperando con organizaciones criminales durante al menos tres años..."

Sigo leyendo, con el corazón acelerado. Hablan de su esposa, María Elena, que aparentemente no sabía nada. De sus dos hijos menores, que tuvieron que ser trasladados a un lugar seguro. Y de su hija mayor, Aurora, de diecisiete años, que...

"...Aurora Mendoza, quien cursaba el último año de preparatoria en el prestigioso Colegio San Patricio, ha sido víctima de acoso y amenazas por parte de compañeros y otros miembros de la comunidad. Según testimonios, la joven ha tenido que abandonar sus estudios temporalmente debido a la presión social y mediática..."

Dejo de leer. De repente, todo encaja. La mudanza. El hermetismo. La forma en que se tensa cada vez que alguien menciona su apellido. La manera en que se esconde detrás de libros y se sienta siempre en el último asiento de cada salón.

Pero entonces veo algo que hace que se me pare el corazón.

En el último párrafo del artículo, hay una sección que habla de las víctimas colaterales del escándalo. Familias que perdieron sus ahorros, trabajadores que se quedaron sin empleo, proveedores que nunca recibieron sus pagos.

Y ahí, en una lista de empresas afectadas, leo: "Transportes Vázquez, empresa dirigida por la señora Elena Vázquez, perdió un contrato millonario y tuvo que despedir a más de veinte empleados debido a los pagos no realizados por parte de Constructora Mendoza..."

Elena Vázquez.

Mi madre.

Siento como si el mundo se desplomara a mi alrededor. Cierro la laptop de golpe, como si eso pudiera hacer que la información desapareciera. Me levanto de la silla y camino hacia la ventana. Mis manos tiemblan mientras abro las cortinas.

Afuera, la ciudad duerme. Todo parece normal, pacífico. Pero dentro de mí, se está desatando una tormenta que no sé cómo controlar.

Ahora entiendo por qué mi madre se puso tan tensa cuando mencioné el apellido Mendoza. Ahora entiendo por qué cada vez que hablo de Aurora, cambia de tema. Ahora entiendo esa mirada que puso cuando me vio hablando con ella en el pasillo.

"No te acerques a esa chica, Gael. No sabes de lo que es capaz su familia."

Pero yo sí sé. Ahora sí sé.

Y también sé que Aurora no tiene la culpa de nada. Que ella es tan víctima como todos nosotros. Que cada día viene a este instituto cargando con un peso que no le corresponde, tratando de reconstruir una vida que se hizo pedazos por culpa de las decisiones de su padre.

Me dejo caer en la cama, con las manos en la cabeza. Todo este tiempo pensé que la odiaba porque me recordaba a mí mismo. Pero la verdad es más complicada. La verdad es que la odiaba porque me recordaba a lo que perdí. A lo que mi familia perdió por culpa de la suya.

Veintitrés empleados. Veintitrés familias que se quedaron sin ingresos de la noche a la mañana. Mi madre tuvo que vender el auto, tuvo que pedir prestado dinero a mis tíos, tuvo que trabajar doble turno durante meses para salir adelante.

Y yo... yo tuve que dejar el equipo de boxeo porque ya no podíamos pagar la cuota del gimnasio privado. Tuve que conseguir un trabajo de medio tiempo. Tuve que crecer de golpe, a los quince años, porque mi madre ya no podía cargar sola con todo.

Por culpa de Ricardo Mendoza.

Por culpa del padre de Aurora.

Cierro los ojos y veo su rostro. Esa expresión de vulnerabilidad que trata de esconder detrás de una sonrisa educada. Esos ojos que siempre parecen estar disculpándose por algo.

Y de repente, ya no sé qué siento. Ya no sé si es odio o compasión. Ya no sé si quiero alejarme de ella o protegerla.

Lo único que sé es que mañana, cuando la vea en el pasillo, todo será diferente. Porque ahora conozco su secreto. Ahora sé por qué mi madre no quiere que me acerque a ella.

Ahora entiendo por qué el destino, con su sentido del humor retorcido, decidió ponerla justo en mi camino.

Como si el universo quisiera que enfrentara de una vez por todas todo lo que he estado evitando. Como si quisiera que mirara a los ojos a la hija del hombre que destruyó mi familia.

Me quedo ahí, tirado en la cama, sintiendo como el peso de la verdad se instala en mi pecho como una piedra. Afuera, la ciudad sigue durmiendo. Pero para mí, la noche apenas comienza.

Porque ahora entiendo por qué mi madre no quiere que me acerque a ella.

Y también entiendo por qué no puedo dejar de hacerlo.

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