7

 Aurora

Hay una diferencia entre ser observada y ser *estudiada*. Gael no me mira; me disecciona con los ojos, como si intentara descifrar algo escrito en un idioma que no comprende del todo. Y lo peor es que yo lo dejo. Me quedo ahí, inmóvil, sintiendo cómo su mirada se desliza por mi rostro con una culpa que no sé si es suya o mía.

Esta mañana, cuando entré al taller de escritura, él ya estaba ahí. Sentado en la tercera fila, con esa postura tensa que lo caracteriza, como si estuviera listo para salir corriendo en cualquier momento. Pero cuando me vio, algo cambió en sus ojos. Un destello de reconocimiento que me hizo preguntarme si Gael sabe más de lo que dice.

Si sabe por qué estoy aquí.

Si sabe lo que dejé atrás.

—Buenos días, chicos —la voz de la profesora Martínez corta el aire espeso del aula—. Hoy haremos algo diferente. Algo que tal vez los haga sentir incómodos.

Genial. Como si no me sintiera ya lo suficientemente expuesta.

—Quiero que escriban una carta a su enemigo —continúa, caminando entre las mesas con esa sonrisa que significa problemas—. No necesariamente alguien que odien, sino alguien que represente un obstáculo en su vida. Alguien que los haga sentir vulnerables.

El estómago se me contrae. Mis dedos, que hasta hace un segundo sostenían el bolígrafo con normalidad, ahora tiemblan ligeramente. Siento la mirada de Gael clavada en mi nuca, pesada como una losa.

—Tienen treinta minutos —dice la profesora—. Y después, algunos de ustedes leerán sus cartas en voz alta.

*Perfecto.*

Miro la hoja en blanco. Las palabras se amontonan en mi cabeza, pero no sé por dónde empezar. ¿Cómo le escribes a alguien que te destruyó sin siquiera intentarlo? ¿Cómo le dices que te convertiste en tu peor enemigo por culpa de lo que hizo?

Respiro hondo. Cierro los ojos. Y dejo que las palabras fluyan.

---

*No sé si alguna vez pensaste en las consecuencias. Supongo que no. La gente como tú no piensa en eso.*

*Me convertiste en una mentirosa. En alguien que tiene que medir cada palabra, cada gesto, cada respiración, porque cualquier descuido podría revelar lo que realmente soy. Lo que me hiciste.*

*¿Sabes lo que es vivir con miedo? No el miedo normal, el que todo el mundo siente. Sino el miedo que se instala en tus huesos y se queda ahí, como un huésped permanente que nunca pidió permiso para quedarse.*

*Te odio.*

*Te odio porque me obligaste a huir. Te odio porque me robaste la posibilidad de ser normal. Te odio porque, incluso ahora, en esta nueva ciudad, sigo sintiendo tus ojos sobre mí.*

*Pero más que eso, me odio a mí misma. Porque una parte de mí, la parte más oscura y más honesta, sabe que si volvieras a aparecer en mi vida, no sería capaz de alejarte.*

*Y eso me da más miedo que cualquier otra cosa.*

---

Levanto la vista. Mis mejillas están húmedas, y no me había dado cuenta de que estaba llorando. Alrededor mío, mis compañeros siguen escribiendo, perdidos en sus propias batallas internas.

Excepto Gael.

Él ha dejado de escribir y me mira con una expresión que no sé interpretar. Hay algo en sus ojos que me recuerda a un animal herido, algo raw y vulnerable que no pega con la imagen de chico duro que proyecta.

—¿Quién quiere leer primero? —pregunta la profesora.

Nadie levanta la mano. El silencio se extiende por el aula como una mancha de aceite.

—Vamos, chicos. No muerdo.

Finalmente, una chica de la primera fila se ofrece. Lee una carta dirigida a su hermana menor, llena de reproches y amor a partes iguales. Después le toca a un chico que escribió sobre su padre ausente.

—¿Aurora? —la profesora me mira con expectación.

Mi corazón se acelera. La carta tiembla en mis manos.

—Yo... no sé si debería...

—Adelante —me anima—. Recuerda que este es un espacio seguro.

*Un espacio seguro.* Si ella supiera.

Me pongo de pie. Mis piernas parecen hechas de gelatina, pero logro mantenerme en equilibrio. Carraspeó y empiezo a leer.

Las palabras salen de mi boca como si fueran de otra persona. Cada frase es un corte, cada párrafo una confesión que no debería estar haciendo. Pero no puedo parar. Es como si llevara meses conteniendo todo esto y finalmente hubiera encontrado una válvula de escape.

Cuando termino, el silencio es absoluto. Hasta la profesora parece haberse quedado sin palabras.

Me siento rápidamente, evitando todas las miradas. Especialmente la de Gael.

El resto de la clase pasa en una nebulosa. Otros estudiantes leen sus cartas, pero yo no los escucho. Estoy demasiado ocupada preguntándome si acabo de cometer el error más grande de mi vida.

Cuando suena el timbre, salgo disparada hacia la puerta. Necesito aire fresco, necesito espacio, necesito—

—Aurora.

Su voz me detiene en seco.

Me doy la vuelta. Gael está ahí, con mi carta en las manos. En algún momento, sin que me diera cuenta, la profesora se la debe haber dado para que la revisara o algo así. Sus ojos están fijos en el papel, pero hay algo en su expresión que me hace pensar que ya la leyó.

Que la leyó completamente.

—¿Podemos hablar? —pregunta en voz baja.

Miro a mi alrededor. El aula se está vaciando, pero algunos estudiantes todavía están por ahí. Asiento y lo sigo hacia un rincón más apartado.

Gael me devuelve la carta. Sus dedos rozan los míos al hacerlo, y siento una descarga eléctrica que me recorre todo el brazo.

—Esa carta —dice, y su voz suena ronca—. ¿Era para mí?

La pregunta me pilla desprevenida. Lo miro a los ojos, esos ojos oscuros que siempre parecen estar cargados de tormenta, y por un momento me pierdo en ellos.

Podría mentir. Podría decir que no, que era para otra persona, alguien de mi pasado que él no conoce. Sería lo más fácil. Lo más seguro.

Pero hay algo en la forma en que me mira, algo vulnerable y esperanzado y asustado a la vez, que me impide hacerlo.

—¿Y si lo fuera? —le devuelvo la pregunta.

Sus ojos se abren ligeramente, como si mi respuesta lo hubiera golpeado. Ve cómo traga saliva, cómo sus manos se cierran en puños y se vuelven a abrir.

—Aurora, yo...

—No —lo interrumpo—. No me digas que lo sientes. No me digas que no era tu intención. Porque las intenciones no importan cuando el daño ya está hecho.

Él se queda en silencio, pero no aparta la mirada. Hay algo en sus ojos que no había visto antes, algo que me recuerda a mí misma cuando me miro en el espejo: culpa, miedo, y una necesidad desesperada de redención.

—No sabes nada de mí —susurro—. No sabes por qué estoy aquí, no sabes lo que dejé atrás, no sabes...

—Sé que estás huyendo —me interrumpe suavemente—. Sé que hay algo que te persigue. Y sé que, sea lo que sea, no mereces cargarlo sola.

Sus palabras me desarman completamente. Siento como si todas mis defensas se desmoronaran de golpe, dejándome completamente expuesta.

—¿Cómo puedes saber eso? —pregunto, y mi voz suena más pequeña de lo que me gustaría.

Gael se acerca un paso. Ahora está tan cerca que puedo oler su colonia, esa mezcla de cuero y algo vagamente salvaje que siempre me pone nerviosa.

—Porque yo también estoy huyendo —dice en voz baja—. Porque reconozco en ti lo mismo que veo en el espejo cada mañana.

Nos quedamos así, mirándonos en silencio, y por primera vez desde que llegué a esta ciudad, no me siento completamente sola.

—Podrías destruirme —le digo finalmente—. Con lo que acabas de leer, con lo que sospechas. Podrías destruirme completamente.

Gael me mira con una intensidad que me quema por dentro.

—¿Y tú a mí? —pregunta.

Asiento lentamente. Porque es verdad. Hay algo en la forma en que me mira, algo en la vulnerabilidad que trata de esconder, que me dice que él también tiene secretos. Secretos que podrían destruirlo si cayeran en las manos equivocadas.

—Entonces estamos igual —dice con una media sonrisa que no llega a sus ojos—. Destrucción mutua asegurada.

Debería asustarme. Debería salir corriendo, tal como he estado haciendo todos estos meses. Pero hay algo en Gael, algo en la forma en que me mira como si fuera la única persona real en un mundo lleno de fantasmas, que me hace querer quedarme.

—¿Y si no nos destruimos? —pregunto en voz baja—. ¿Y si, en cambio, nos salvamos?

Él no responde inmediatamente. Pero veo algo en sus ojos, algo que podría ser esperanza, y por primera vez en mucho tiempo, siento que tal vez, solo tal vez, no estoy completamente perdida.

El timbre suena a lo lejos, recordándonos que tenemos otras clases, otros lugares donde fingir que somos personas normales. Pero ninguno de los dos se mueve.

—Esto es peligroso —dice finalmente.

—Lo sé —respondo—. Y lo peor es que no me importa.

Gael sonríe, y esta vez la sonrisa sí llega a sus ojos.

—A mí tampoco.

Y en ese momento, en ese pequeño rincón del aula, con mi carta confesional todavía temblando en mis manos, siento que algo ha cambiado irrevocablemente entre nosotros.

Algo que podría salvarnos.

O destruirnos completamente.

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