Mundo de ficçãoIniciar sessão“Viatrix aceptó seducir al hombre más peligroso de la familia... pero no sabía que él sería quien le robaría el alma.” Cuando el abuelo Hendrix deja toda su fortuna en manos de Gael, el hijo pródigo, la familia estalla en codicia y rencor. Viatrix, manipulada por su novio Damian —el sobrino del heredero—, acepta un juego sucio: acercarse a Gael, conquistarlo y, tras la boda, arrebatarle hasta el último centavo. Lo que empieza como un acto se convierte en una tentación ardiente. Porque Gael no es el monstruo que le pintaron. Es un hombre de mirada intensa, palabras sabias y una sensualidad que quema más que cualquier mentira. Cada caricia fingida se vuelve un deseo real; cada noche juntos, una rendición inesperada. Viatrix, la cazadora, cae en la trampa de su propia seducción. Atrapada entre dos hombres, deberá decidir: –El amor que nació de una farsa con un heredero que le mostró su verdad. –La obsesión que la arrastra al abismo con un hombre que no dudará en destruirla si no es solo suya. Mientras los secretos familiares estallan y las traiciones salen a la luz, Viatrix descubrirá que en esta guerra por una fortuna, el precio más alto no es el dinero... sino elegir entre salvarse o perder para siempre al hombre que, sin querer, le enseñó a amar. Una historia donde el amor y el engaño comparten cama, y la herencia más valiosa es la verdad de un corazón que late entre dos mentiras.
Ler maisNunca pensé que un cementerio pudiera oler tanto a dinero.
A poder. A hipocresía. El funeral del abuelo Hendrix —el abuelo de Damian, no mío— tenía esa atmósfera espesa que te hace sentir fuera de lugar, y no es para menos, a esta familia jamás le gusté. Yo solo estaba ahí porque Damian me lo pidió, y porque verlo tan tenso desde la mañana me encogía algo dentro del pecho. A pesar de eso yo sabía que no era bienvenida allí. Así que solo me repetía internamente: “Estate quieta. Observa. Para ellos solo eres parte del decorado.” La familia Hendrix parecía una pintura antigua: perfectamente acomodados, perfectamente fríos, perfectamente rotos. Si las miradas cortaran, ya habría habido otro entierro ese día. El padre de Damian, Aldrick, se mantenía erguido junto al féretro como si él mismo fuera parte del mármol de la tumba. No lloraba. Creo que ni sabía cómo hacerlo. El sacerdote comenzó a hablar y yo intenté enfocarme en la ceremonia, pero entonces un ruido de motor rompió el silencio del cementerio. Todos levantaron la cabeza al mismo tiempo. Yo también. Un auto negro, enorme, impecable, llegó despacio, se detuvo a lo lejos, en el camino de grava que bordeaba el cementerio. No se abrió ninguna puerta, nadie salió. Detrás, dos furgonetas negras, impenetrables, se estacionaron como guardianes sombríos. Los vidrios estaban tan polarizados que no se podía adivinar ni una sombra dentro. Una quietud extraña, más profunda que el respeto por los muertos, cayó sobre nosotros. —¿Quién…? —pregunté sin terminar la frase. Damian siguió mi mirada. El cambio en su expresión fue inmediato. Sus ojos se endurecieron, la mandíbula se tensó. —Él —dijo con un desprecio cargado de veneno—. Gael. —¿Gael? Damian soltó un resoplido casi burlón. —El hermano menor de mi padre. El prodigio. O el paria, depende de a quién le preguntes. Mis ojos volvieron al coche, intentando penetrar el cristal oscuro. Mi estómago se cerró. No sabía por qué, pero juraría que había visto ese coche en aquel callejón de años atrás… El mismo donde, Damian me había salvado. El mismo que yo había evitado recordar desde entonces porque me hacía temblar. —¿Y por qué no se baja? —pregunté, tragando saliva. —Porque no quiere —dijo Damian con un tono cargado de un rencor que helaba más que la lluvia —. Es un egocéntrico de m****a. Cree que el mundo se detiene a su antojo. Y en este caso, tiene razón —Hizo una pausa, acercando sus labios a mi oído para susurrar —. Sus negocios no se limitan a la cartera de inversiones. Hasta dónde sabemos, se dice está ligado a la mafia. Hasta el cuello. Mafia. La palabra resonó en mi interior, creando un eco de miedo y una curiosidad prohibida. ¿Qué clase de hombre ni siquiera se acerca al funeral de su padre? Cuando el ataúd descendió, todos guardaron silencio. No se escuchó ni un solo lamento, ni un solo quejido. El patriarca de la familia Hendrix se volvía uno con la tierra y nadie pareció lamentarlo. Mientras el cementerio empezaba a vaciarse como si la lluvia fina se llevara a la gente. Los autos encienden motores, las puertas se cierran, las voces se vuelven murmullos lejanos. Yo me quedo quieta, con los dedos helados alrededor del paraguas que ya no sé ni por qué sostengo. Damian se está despidiendo de unos primos—dos minutos, dijo—mientras yo espero, intentando que el aire no me duela tanto al entrar. De repente siento una presencia a mis espaldad. Me volteo esperando ver a Damian, pero en su lugar un hombre se acerca, hasta quedar frente a mí, lleva el abrigo negro abierto y las manos en los bolsillos. El viento le despeina un poco el cabello oscuro, pero tiene un aire… distante. Elegante. Inaccesible. Enseguida me doy cuenta de que debe ser Gael, el tío que tanto Damian detesta. El ambiente parece tenso entre nosotros dos. Así que trato de decir algo: —Lamento su pérdida —digo y él asiente con la cabeza. —Gracias —responde con tono algo extraño. Sus ojos, oscuros y tranquilos, bajan un segundo hacia mis manos que tiemblan, luego regresan a mi rostro. —No pareces bien —murmura. —Fue… un día largo. —Ha sido un día duro para todos —responde, pero su mirada permanece en mí un segundo más del necesario. Siento que él espera algo. O que sabe algo. Y al mismo tiempo… que no va a decirlo. —¿Conocías a mi padre? —pregunta él y asiento. Quiero decirle que aunque no éramos cercanos, lo conozco por Damian, pero no me da tiempo. Desde el auto donde vino lo llaman con urgencia. —Cuídate, Viatrix —dice antes de irse, pero lo dice con una seguridad como si supiera que no lo hago. Me sobresalto un poco, no recuerdo haberle dicho mi nombre. --- La lectura del testamento se hizo el mismo día, algo que me sorprendió solamente a mí. Al parecer todos estaban bastante desesperados por saber cómo sería la repartición de bienes. Supongo que así funciona con ellos. Yo solo soy una simple camarera de un café, jamás sabré lo que es tener tanto dinero. Mientras la familia se agrupaba, escuché varios murmullos llenos de indignación. "—...una vergüenza, ni siquiera bajó del coche..." "—...siempre fue un inestable, Hendrix lo malcrió..." "—...¿en qué estaba pensando?..." Cuando él abogado llegó, yo me senté a un lado, junto a Damian, sintiendo cómo su respiración se volvía cada vez más errática. El abogado abrió una carpeta delgada, suspiró y comenzó a leer. La primera parte del testamento fue una letanía de desaires calculados. Legados menores para los primos, donaciones simbólicas a instituciones, joyas para las nietas. Con cada palabra, la tensión crecía. Damian, a mi lado, estaba hecho de piedra, como esperando la mención de su nombre. Luego, el abogado hizo una pausa, ajustándose las gafas. Y dijo las palabras que partieron la habitación en dos. —Y por último, nombro como único y universal heredero de la totalidad de mi fortuna, propiedades, participaciones empresariales y bienes de inmuebles, a mi hijo, Gael Alexander Hendrix. Que sea él quien lleve nuestro legado a la grandeza que el resto de ustedes nunca supieron, o quisieron, alcanzar. El mundo se detuvo. Por un segundo, nadie respiró. Luego, la sala estalló. La madre de Damian se llevó las manos a la boca. Uno de los tíos golpeó la mesa. Otro lanzó una maldición hirviente. El padre de Damian, rígido como siempre, tenía los ojos fijos en la pared como si intentara no romper algo… o a alguien. Damian se levantó de golpe. —¡¿Qué clase de chiste es este?! El abogado no pestañeó. —La decisión es final. Damian estaba rojo, furioso, respirando como si hubiera corrido una maratón. Yo intenté tocarle el brazo, pero lo apartó bruscamente, perdido en su propia tormenta. Nunca había visto a Damian así. Lo tomé del brazo para apartarlo de la multitud que seguía discutiendo, pero apenas llegamos a un rincón del salón, él se soltó con un gesto brusco que me hizo retroceder un paso. —Damian… —susurré, intentando tocarle el antebrazo otra vez. —¡No me toques ahora, Viatrix! —gruñó, como una bestia herida que no distingue a quién muerde. Me quedé quieta. Nunca le había oído ese tono. No hacia mí. Respiraba rápido, los ojos rojos no de llanto, sino de furia. Parecía al borde de romper algo… o romperse él. —Ese hijo de puta… —escupió, mirando al vacío, como si la rabia lo cegara—. ¿Sabes lo que va a pasar ahora? ¿Lo entiendes? Ese desgraciado va a hundirlo todo. Todo. ¡Mi familia se va a ir a la m****a por su culpa! —Damian, respira. No digas eso. No sabemos qué va a pasar aún. —¿Que no sabemos? —Se rió sin humor, casi temblando—. Ese cabrón está metido en negocios turbios, ¿sabes? Con gente con la que nadie en su sano juicio se metería. ¿Y tú quieres que me calme? Me quedé helada. —Damian, no es justo decir todo eso sin pensar… —intenté de nuevo. Él se giró hacia mí de golpe, tan rápido que di un paso atrás. —¿Tú estás de su lado ahora? —sus ojos se estrecharon, oscuros, peligrosos—. ¿O qué? Porque ví como te miró durante el funeral. Me dolió. No las palabras, sino la forma en que las dijo. Con odio. Con sospecha. Como si yo fuera parte del enemigo. —Claro que no —murmuré, ofendida—. Solo digo que estás alterado. Que estás sufriendo. Y que hablar así no te ayuda. Damian apretó los puños, respirando como si el aire lo quemara. —No, Viatrix. Lo que no ayuda es que nadie entienda que ese bastardo siempre quiso destruirnos. Siempre. Y mi abuelo… mi abuelo cayó en su juego. Viejo senil influenciable… La frase cayó como un golpe seco. Yo lo miré… y juro que por un segundo dejé de reconocerlo. Ese hombre que hablaba con tanta crueldad, tanta arrogancia, tanta ingratitud… No era el Damian con el que había pasado un año entero. No era el hombre que me salvó de ser asesinada en un callejón. Este… era otro. Un extraño. En ese momento, Aldrick —su padre— apareció a unos metros, rígido como un soldado. —Basta —dijo con voz dura, cortante—. Haz el ridículo en otro momento. Hoy ya hemos perdido suficiente. Damian se giró hacia él con una mueca torcida. —¿Ridículo? ¿Te parece ridículo que ese… ese delincuente se haya quedado con todo? —escupió las palabras. —Nada de esto debería haber pasado —dijo con una calma que helaba la sangre—. Tu abuelo estaba viejo, desorientado y rodeado de gente con malas intenciones. Es obvio que alguien lo manipuló. Ese testamento es una ofensa… y una provocación. No lo decía como un hombre dolido por un padre muerto, sino como alguien que había perdido una propiedad valiosa, un bien personal, una pieza del rompecabezas de poder que creía garantizada por derecho divino. —Gael nunca debió volver a meterse en los asuntos de esta familia —continuó Aldrick, con una dureza fría, seca—. Y mucho menos quedarse con lo que me corresponde. Damian apretó los dientes, y esa chispa de rabia que ardía en él se avivó aún más por la postura de su padre. No lo calmó: lo alimentó. —¡Eso mismo le estoy diciendo a todos! ¡Pero nadie escucha! —gritó Damian. El padre lo observó con una expresión de leve impaciencia, como si estuviera disgustado por la manera en la que su hijo perdía el control… no por lo que estaba sintiendo. —Contrólate —le dijo—. La familia Hendrix no llora pérdidas, las recupera. Esa frase dejó un peso extraño en el aire. Había una promesa ahí. Una amenaza también. Y en ningún momento, ni uno solo, pareció dolerle la muerte del abuelo. Solo la derrota.El auto de Gael se detuvo frente a un edificio moderno, discreto, de esos que pasas por alto si no sabes qué buscar. No era una mansión. No era tampoco el tipo de lugar que imaginaba para un heredero millonario. Era… funcional. Como él.—Sal —dijo, sin mirarme.Bajé. El aire de la noche era más frío aquí, en esta parte de la ciudad que no reconocía. Gael caminó delante de mí hacia la entrada, sacó una llave de un llavero pequeño y abrió la puerta sin esfuerzo. No había portero. No había cámaras visibles. Pero sentí que, si las hubiera, estarían bien escondidas.Entramos a un ascensor pequeño, que subió en silencio hasta el piso 9. Cuando la puerta se abrió, me encontré en un pasillo corto con una sola puerta al final.—Es tuyo —pregunté sin pensar.—Es mío —confirmó, abriendo—. Uno de ellos.El interior era exactamente lo que imaginaba de él: minimalista, ordenado, casi estéril. Paredes blancas, pisos de concreto pulido, muebles negros de líneas limpias. No había fotos. No había libro
No supe cuánto tiempo estuve ahí, en ese callejón, con el peso de su mirada clavada en mi espalda. El auto de Gael no se movió, pero yo tampoco. Era como si los dos estuviéramos esperando a ver quién cedía primero. Al final, fui yo. Me sequé la cara con las manos, respiré hondo y seguí caminando, dejando atrás el callejón y su silencio vigilante. Pasaron dos días. Dos días en los que Damian no apareció, no llamó, no mandó mensajes. El silencio debería haberme aliviado, pero en realidad me ponía más nerviosa. Era como esperar una tormenta que sabes que va a llegar, pero no sabes cuándo. En el café, cada vez que sonaba la campanita de la puerta, mi corazón daba un salto. No era Damian el que esperaba. Era a Gael. Y eso me daba más miedo. El tercer día, mientras limpiaba la máquina de espresso, mi teléfono vibró en el bolsillo del delantal. Ni siquiera miré el número en la pantalla, solo contesté. —¿Sí? —Viatrix. Una sola palabra. Su voz. Grave, tranquila. Me apoyé contra la barra
Después de aquella amenaza, la discusión empezó como todo últimamente con Damian: con reproches pequeños, frases que cortaban, silencios tensos que se iban acumulando hasta volver el aire irrespirable. Estábamos en mi departamento, demasiado cerca el uno del otro, como si el espacio reducido amplificara todo lo que ya no funcionaba entre nosotros. Él caminaba de un lado a otro, hablando sin mirarme directamente, enumerando errores que yo no sabía en qué momento había cometido. Que si Gael tardaba demasiado en caer, que si yo estaba distraída, que si no estaba poniendo suficiente empeño. Yo lo escuchaba con la cabeza baja, sintiendo ese cansancio profundo que no se quita durmiendo, ese que nace cuando te das cuenta de que llevas demasiado tiempo sosteniendo algo que ya está roto. —Tienes que acelerar las cosas —dijo finalmente, deteniéndose frente a mí—. Esto no es un juego, Viatrix. No puedo seguir esperando a que te decidas a hacer lo que tienes que hacer. Levanté la vista. Por pri
Después de esas palabras, Gael no exigió nada. No pidió una respuesta, no buscó una confirmación, no esperó una promesa. Simplemente abrió la puerta del auto y me indicó que subiera, como si la conversación hubiera terminado por decisión suya y no quedara nada más que decir. Durante el trayecto no hablamos. El silencio no fue incómodo; fue deliberado, pesado, cargado de algo que todavía no sabía nombrar. Yo miraba por la ventana, intentando ordenar el caos en mi cabeza, mientras él conducía con la misma calma impenetrable de siempre, como si nada de lo ocurrido hubiera alterado su centro. Cuando llegamos a mi edificio, el contraste fue brutal. El auto caro detenido frente a la fachada gastada, los ladrillos húmedos, la luz amarillenta del foco de la entrada parpadeando como siempre. El casero estaba allí, apoyado junto a la puerta, fumando con gesto tenso. Nos vio llegar y sus ojos se iluminaron de una forma que no me gustó. Gael se quedó en el auto; no bajó, no intervino, no miró al
El día comenzó con una opresión distinta, más pesada que el cansancio habitual. No era solo miedo; era la sensación de estar siendo empujada desde varios frentes al mismo tiempo, como si el espacio para respirar se estuviera reduciendo sin que nadie se molestara en avisarme. Caminé por la ciudad con la cabeza baja, sintiendo cada paso como una negociación silenciosa con el mundo: todavía puedo, todavía aguanto. Pero incluso esas frases empezaban a sonar huecas.Damian llamó antes del mediodía. No contesté de inmediato. Dejé que el teléfono vibrara sobre la mesa, como si así pudiera retrasar lo inevitable. Cuando finalmente atendí, su voz no tenía nada de la calidez que alguna vez conocí. Era filosa, impaciente, cargada de una sospecha que me heló la sangre.—Esto está yendo demasiado lento —dijo sin rodeos—. Te pedí avances, Viatrix. No miradas, no silencios incómodos. Avances.Me apoyé contra la pared del pasillo del edificio, cerrando los ojos para no dejar que el temblor se filtrar
(Narrado por Viatrix) La mañana comenzó con ese peso helado que se queda en el pecho, cuando algo en tu vida se ha movido fuera de lugar, y tú todavía estás fingiendo que puedes volver a ponerlo donde estaba. Me miré al espejo antes de salir y traté de borrar de mis ojos el resto del miedo que no me había dejado dormir. El mensaje, la mirada de Gael, la sospecha permanente de que alguien me observaba incluso antes de que yo lo supiera… todo seguía allí, agazapado bajo mi piel. Pero necesitaba aparentar normalidad, que mis manos no temblaran y que mis hombros no se tensaran como si esperara ser golpeada por la espalda. Caminé hacia el café repitiendo una única frase: que nadie lo note. Aunque yo misma supiera que era mentira.Apenas entré, el olor a café recién molido y pan tostado me envolvió, cálido, familiar, casi reconfortante. Me puse el delantal como un blindaje improvisado y empecé a preparar mesas, intentando recuperar el ritmo rutinario que tanto necesitaba. Cada movimiento l
Último capítulo