Gael
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Hay sangre en mis manos. Mucha. Y ella no para de mirarme con esos ojos que ya no brillan como deberían. Su respiración se entrecorta contra mi pecho, y yo no sé si es por el miedo o por algo peor.
—Gael...
Su voz es un hilo. Un susurro que se quiebra antes de llegar a mí.
—No hables. No digas nada.
Pero Aurora siempre ha sido obstinada. Incluso ahora, con los labios pálidos y la blusa desgarrada, intenta sonreír. Como si fuera ella quien tuviera que tranquilizarme.
—Estoy bien, ¿sabes? Solo... solo son rasguños.
Y entonces despierto.
El sudor me empapa la espalda. Mi respiración suena como la de un animal herido. Miro mis manos en la penumbra, esperando ver rastros de sangre que no están ahí. Pero la sensación permanece. El peso de su cuerpo contra el mío. El sonid