Aurora
El mundo se desvanecía en los bordes de mi visión. Cada respiración era un esfuerzo monumental, como si mis pulmones estuvieran llenos de cemento. La sangre pulsaba en mis oídos con un ritmo irregular mientras observaba, impotente, cómo Gael se enfrentaba a Vex.
Nunca había visto a dos personas moverse así. No era una pelea callejera; era una danza mortal, precisa y calculada. Vex se movía como una sombra, sus golpes tan rápidos que apenas podía seguirlos. Gael, por su parte, era pura fuerza contenida, cada movimiento cargado de una rabia que reconocí demasiado bien.
—Deberías haberla dejado fuera de esto —gruñó Gael, esquivando un golpe que pasó rozando su mejilla.
Vex sonrió, esa sonrisa fría que me helaba la sangre. —Ella siempre estuvo dentro. Desde antes de que tú aparecieras.
Las ataduras en mis muñecas cortaban mi circulación. Intenté moverme, pero el dolor que atravesó mi costado me arrancó un gemido ahogado. La herida que me habían infligido no era mortal, pero sangrab