Tras el brutal asesinato de Adame, el temido líder de la mafia, sus subordinados se sumergen en una guerra sangrienta por el poder. Valentina, su legítima heredera, es obligada a renunciar a su puesto, abandonada a su suerte en un mundo donde la lealtad se paga con traición. Justo cuando cree haberlo perdido todo, resurge en su vida Mateo, el amor prohibido de su infancia. Él jura protegerla, demostrándole que no está sola... pero el hombre que regresa de las sombras no es el mismo que ella recordaba. Un secreto enterrado por años amenaza con destruirlos: Mateo oculta una venganza que podría consumir incluso su amor por Valentina. ¿Hasta dónde llegará para destruir la organización que su padre alguna vez lideró? ¿Elegirá el amor... o la sangre?
Leer másAdame, el padre de Valentina, yacía sentado en el sofa del salón, consumiendo un cigarrillo, cuando vio a su hija entrar sola y desplomarse sobre los cojines. Con tono severo, le espetó:
—Valentina, ¿cuántas veces te he dicho que no debes salir sin tus guardaespaldas?
—Papá, lo lamento, pero por una vez en mi vida quiero poder salir y compartir con mis amigas como una persona normal —respondió frunciendo el ceño
—¿Acaso no entiendes la gravedad de la situación? No estamos en un buen momento. La mafia de los Dorados nos ha declarado la guerra. No podemos actuar como si nada pasara—Apretó el cigarrillo entre sus dedos—Realmente quiero que te cuides, hija. Ellos están por todos lados…
Un mayordomo interrumpió con discreción:
—Disculpe, señor, le ha llegado esta correspondencia—Entrego el sobre y se retiró.
Al leer la carta de agradecimiento de la donación a la Organización Benéfica Antipandillas, Adame asintió con una sonrisa y le dijo:
—Hiciste una donación—asintió con una sonrisa mientras la observaba —Siempre llevándome la contraria.
Valentina suspiro y murmuro en voz baja:
—Sí, sé que me pediste que no hiciera nada sin consultarte antes, pero ¡solo fue una pequeña donación, papá! Además, nadie sabrá que fui yo, la hice de manera anónima. Nadie podría rastrearla. Solo quería ayudar a esas personas.
Adame apagó el cigarrillo en el cenicero con un movimiento de calma mientras sonreía, y le dijo:
—¡Soy el jefe de la mafia, y mi querida hija ha donado a una organización Antipandillas! ¡Es una auténtica burla!
Valentina se acurrucó a su padre y le suplicó:
—Papá… ¡Juro que seguí el protocolo! No sé qué sucedió. De verdad hice la donación de manera anónima.
Mientras él la abrazó con ternura, le dio un beso en su frente y dijo:
—Bueno, bueno…hay un asunto delicado y necesitó que te encargues: descubrimos un infiltrado, un agente encubierto, y necesito que seas tu quien se ocupes de él. Así que ve a interrogar al infiltrado y arregla este lío para redimirte.Valentina, acurrucada en los brazos de su padre apretó los puños con fuerza y actuó como una niña malcriada. Había jurado no involucrarse en los asuntos del contrabando de armas, pero, aun así, aunque odiaba el negocio familiar, asintió con resentimientos obedeciendo a su padre y aceptando la tarea.
—Está bien, padre... Como tú lo ordenes —dijo, sin poder ocultar su descontento.
Su padre al notar su expresión, suspiro, y añadió:
—Hija, todo este tiempo he intentado prepararte para dirigir los asuntos de la organización. Quiero que en el futuro seas tú quien esté al mando, que nadie más tome las riendas de nuestros negocios.
Valentina, con lágrimas en los ojos, respondió:
—Padre, perdóname por no ser como deseas, pero no quiero involucrarme en esto ¡No quiero ese futuro! Solo deseo que podamos alejarnos de todo, irnos lejos y empezar una vida nueva. No soportaría que te ocurriera lo mismo que a mi madre, ni mucho menos lo que le pasó a mi hermano... No quiero perderte también, papá —dijo mientras las lágrimas rodaban por su rostro.
—Tranquila, hija. Nada me pasará. Eres mi única heredera, y solo en ti confío para liderar esta organización.
Tras un sorbo de vino, abandonó el lugar. Valentina, sin dudarlo, delegó la tarea a la ama de llaves, quien se encargaba de los trabajos más oscuros que ella rechazaba.
Minutos después, la ama de llaves registró al agente encubierto y encontró en su billetera una fotografía de Valentina. Al mostrársela, ella palideció: la imagen la capturaba en un lugar donde nadie debería saber que estaría. Miró a la ama de llaves con creciente inquietud y exclamó:
—¿Cómo es posible que supiera dónde estaría? Si nadie más lo sabía... ¿Quién es este hombre?
Su preocupación crecía, reprochándose internamente por no llevar guardaespaldas, como su padre le exigía.
De inmediato, bajó al sótano acompañada de sus escoltas para interrogar al infiltrado, pero se paralizó al encontrarlo tendido en el suelo, con un hilo de sangre escapando de su boca. Al acercarse, descubrió que se había suicidado mordiéndose la lengua.
Valentina, consternada al encontrarse con el cadáver en tales condiciones, hizo un gesto de asombro y dijo:
—¿Cómo pudo suceder esto? ahora jamás sabré por qué este hombre llevaba mi fotografía…
La ama de llaves tomó la mano de Valentina y la consoló.
—Tranquila, tal vez podría haber estado enamorado de usted, y por eso tenía sus fotos escondidas en su billetera y el temor a que su padre lo descubriera pudo impulsarlo a este acto desesperado. Pero tranquila no se preocupe que yo me encargare de limpiar este desastre.
Valentina volteó a mirar a los hombres que custodiaban al infiltrado y les dijo:
—¿Cómo pudieron permitir que esto ocurriera? Deposite mi confianza en ustedes. Luego dirigió su mirada al cuerpo sin vida y añadió, dirigiéndose a su ama de llaves—Por favor, localiza a sus familiares y hazle llegar el dinero que consideres.
Valentina enseguida salió del sótano en busca de su padre, pero en ese momento estallaron disparos en la mansión. Hombres armados corrían en todas direcciones mientras ella, aterrada, gritaba desesperada:
—¡Papá! ¡Papá!
Una bala atravesó una ventana, dirigiéndose directamente a su espalda, hasta que uno de los hombres de su padre se interpuso, recibiendo el impacto en el pecho y desplomándose sobre ella, muriendo al instante.
Valentina, con fuerzas que no sabía poseer, apartó el cuerpo ensangrentado y, al verlo sin vida, sintió que el pánico la invadía. Se incorporó y, al no escuchar más disparos, corrió hacia la entrada principal. Afuera, vio varias camionetas alejándose a toda velocidad… y luego, a lo lejos, distinguió la figura de su padre tendido en el suelo. Un grito desgarrador brotó de su garganta.
Los hombres de confianza intentaron contenerla, pero ella se zafó con furia y corrió hacia su padre, cuyas heridas manchaban de rojo el pavimento.
—¡Papá, por favor! ¡No te vayas! ¡No me dejes sola! —gritó, y luego, a los presentes—: ¿Qué hacen ahí parados? ¡Llamen a una ambulancia, maldita sea!
Su padre, con voz apenas audible, le tomó la mano y susurró:
—Hija... perdóname... —Un acceso de tos le arrancó sangre de los labios.
Valentina, con desesperación, intentó limpiar su sangre mientras le decía:
—¡No hables, papá! ¡Quédate conmigo, por favor! —imploró, las lágrimas nublando su visión.
—No tengo nada que perdonarte, papá. Eres tú quien debe perdonarme a mí por no ser la hija que tanto esperabas… No me dejes sola, papá… por favor. Papá, no me hagas esto —sus alaridos resonaron en los jardines de la mansión. El líder de la mafia había muerto.
Valentina lloró abrazada al cadáver hasta que llegó la ambulancia. Entonces se levantó, secó sus lágrimas y, con una ira que ardía como lava, murmuró:
—Tu muerte no quedará impune, papá. Haré que todos paguen por lo que han hecho.
Enseguida, se dirigió a su cuarto y cayó al suelo, llorando desconsoladamente, cuando de pronto recibió una llamada del abogado de su padre:
—Señorita Valentina, lamento profundamente su pérdida. El señor Adame siempre fue un buen amigo. Y disculpe que le diga esto en este momento, pero en mis manos tengo el testamento que su padre le dejó…
Valentina, sin escuchar ni una palabra más, colgó la llamada, desconsolada, reviviendo el pasado que la había marcado por completo… Ya no era la primera vez que perdía a un ser querido: en su fiesta de cumpleaños número quince, su madre recibió un disparo y fue asesinada mientras intentaba proteger a su padre; y al año siguiente, su hermano biológico murió en la explosión de un barco de carga en el muelle. El dolor de perder a sus seres queridos la acompañó durante toda su adolescencia, por lo que siempre oró en silencio por el colapso del negocio pandillero de su familia.
Valentina lloró tanto que se quedó completamente dormida en el suelo. Al día siguiente, se efectuó el funeral de su padre. En ese momento, nadie consoló a Valentina más que su ama de llaves, quien la abrazó y le prestó su hombro para que llorara en él, mientras que los demás hombres solo se centraban en quién tendría el poder de la organización.
Valentina sabía que este momento era inevitable desde aquel día en que la había visto acechándola. En ese instante, Mateo, con los ojos llenos de incredulidad, preguntó: —Abuela, ¿qué haces aquí? —Querido nieto, ¿por qué me han prohibido la entrada a tu casa? Yo solo estaba muy preocupada por ti. Cuando supe que estabas en el hospital, quise verte, pero esperé a que salieras para poder abrazarte. ¿Por qué me haces esto? —dijo con una voz cargada de una tristeza que parecía calculada. Mateo, conocedor de la facilidad de su abuela para manipular con mentiras, respondió con firmeza: —Como puedes ver, estoy perfectamente. Así que, por favor, abuela, es mejor que te vayas. —Pero Mateo… —intentó protestar ella, pero Valentina la interrumpió de inmediato, alzando la voz con autoridad: —Ya lo has escuchado. Será mejor que abandone nuestra casa —declaró con una frialdad que no admitía réplica. —¿Después de todo lo que hice para defenderte, me pagas así, muchachita malcriada? —espetó
Valentina permaneció al lado de Mateo hasta que ambos cayeron rendidos por el sueño. A la mañana siguiente, el doctor entró en la habitación. El ligero ruido despertó a Valentina, y su movimiento a su vez hizo que Mateo abriera los ojos. El médico los observó con una sonrisa cordial y bromeó: —Buenos días, ¿cómo se encuentra nuestro bello durmiente? —dijo con un tono jovial y desenfadado. Valentina y Mateo no pudieron evitar reírse ante el comentario. Acto seguido, Mateo respondió con honestidad: —Hola, doctor. La verdad es que me siento bastante cansado y las heridas me molestan. —Es completamente normal sentirse así después de despertar de un coma. En cuanto al dolor, te administraremos un analgésico —luego añadió con una mirada firme—: Y esta vez sí cumplirás con el reposo absoluto, ¿verdad? Su mejoría depende de usted. Inmediatamente, Valentina respondió antes de que Mateo pudiera hablar: —Por supuesto que sí, doctor. Esta vez hará caso y seguirá las indicaciones al pie
Cada día que pasaba, la ausencia de Mateo se hacía más profunda en el corazón de Valentina. Su mayor anhelo era ejercer el liderazgo de la banda junto a su esposo, pero la sola posibilidad de perderlo le provocaba una angustia insoportable. A la mañana siguiente, se levantó con una determinación férrea: iría al hospital a verlo. Mientras se alistaba para salir, uno de sus hombres se acercó a informarle sobre la magnitud de los daños causados por el incendio que provocó el difunto padre de Alonso. Valentina se dirigió al lugar y, al ver los campos que una vez fueron la siembra de su padre reducidos a cenizas, sintió que un nudo de dolor le cerraba la garganta. Sin embargo, contuvo las lágrimas con una fuerza de voluntad admirable y, con voz firme, ordenó: —Busca al personal idóneo y ponlos a trabajar de inmediato. Quiero ver estas tierras restauradas lo antes posible y que la siembra renazca por completo. ¿Entendido? El hombre asintió en silencio y partió de inmediato a cumplir sus
Así que, sin perder un instante, les pidió a los hombres que subieran a Mateo al auto. Luego ella tomó asiento y partió de inmediato hacia el hospital. Al llegar, salió disparada del vehículo y entró corriendo al centro de salud pidiendo ayuda a gritos. Todas las personas la observaron muy sorprendidas y preocupadas, pero Valentina, cegada por los nervios y el temor de que Mateo muriera, no prestó atención a las miradas. En ese instante, dos enfermeros sacaron una camilla y corrieron hacia el auto. Valentina, totalmente desesperada, les suplicaba: —¡Por favor, no dejen que muera, se lo ruego! Lleva mucho tiempo perdiendo sangre. ¡Se lo suplico, no dejen que muera! —dijo con desesperación. Los enfermeros subieron a Mateo a la camilla y se lo llevaron de inmediato al interior del hospital. Valentina intentó seguirlos, pero la detuvieron. Así que en ese instante comenzó a frotarse las manos con angustia mientras su mirada vagaba por todas partes, consumida por el pánico. De pronto, d
Alonso, aún aturdido por el contundente golpe que Mateo le había propinado, divisó a Valentina arrodillada en el suelo, sosteniendo a Mateo moribundo mientras le apuntaba con el arma. En ese instante, la miró con una expresión de profunda conmoción y tristeza, en un intento calculado de ablandar su corazón, mientras que por dentro su mente maquinaba febrilmente la forma de acabar con ambos allí mismo. Mientras tanto, Valentina sentía el frío metal del gatillo bajo su dedo mientras el corazón le palpitaba con fuerza desbocada. Era la primera vez que tenía que decidir entre la vida y la muerte de alguien con sus propias manos. Alonso, astutamente, captó la vacilación en su mirada y estuvo seguro de que no tendría el valor de apretar el gatillo. Aun así, no podía confiarse. Decidió intentar persuadirla para que bajara el arma, ganando así el tiempo necesario para preparar su contraataque. —Valentina, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué me apuntas con esa arma? —exclamó con fingida conmoción,
Aunque Mateo sangraba cada vez con más intensidad, la adrenalina del momento le impedía sentir dolor o percatarse de su herida. De pronto, Valentina lo miró y advirtió que estaba muy pálido, con el rostro demacrado y agotado. Valentina tomó su mano y, al notarla fría, se alarmó y le dijo: —Mateo, ¿te encuentras bien? —preguntó con voz preocupada. Mateo la miró, pero su mirada se perdió un instante; entonces, palideció aún más y sintió un fuerte mareo. De inmediato, se apoyó en Valentina para no caer y murmuró: —¿Qué está pasando? Me siento mareado —dijo entrecerrando los ojos. Valentina notó de inmediato la sangre que corría por su pierna. Levantó rápidamente su franela y, al descubrir la herida abierta y sangrante, quedó horrorizada. Llena de angustia, exclamó: —¡Mateo, estás perdiendo mucha sangre! Tenemos que ir al hospital ahora mismo —dijo intentando contener la hemorragia con sus manos. Mateo seguía mareado, pero se negaba a rendirse y respondió: —Tenemos que seguir.
Último capítulo